La historia data de la guerra de la independencia cubana, cuando España envió como capitán general de la isla al mallorquín Valeriano Weyler para reprimir la revuelta. Muchos disidentes y patriotas cubanos, acusados de pertenecer a una sociedad secreta llamada "los ñañigos", acabaron detenidos y deportados a España, con destino a los penales de Fernando Poo (Guinea), la isla de Chafarinas y Ceuta. Pero ante la avalancha se decidió habilitar como cárcel una parte del castillo de Sant Ferran de Figueres, en Cataluña. Sobre este episodio, casi desconocido, la historiadora Tura Clarà acaba de publicar un detallado informe en el n.º 50 de los anales del Institut d’Estudis Empordanesos, informa el diario catalán La Vanguardia.
“Ñañigos, así llaman a cuatrocientos infelices que padecen encerrados en los calabozos del Castillo de Figueras. ¿Son ñañigos? Quien sabe. El mismo General Weyler que ordenó su deportación ignora si les aplicó con justicia ese nombre. Muchos cubanos separatistas que ayudaban a los insurrectos con su dinero o espiando lo que hacían los españoles, fueron embarcados entonces y remitidos como ganado, ni más ni menos, a la Península y los llamaron ñañigos”. Así empezaba la crónica de un diario madrileño en 1898 para referirse a los insurrectos cubanos encarcelados en la fortaleza de Sant Ferran de Figueres.
El ñañiguismo fue el culto afrocubano de una sociedad secreta creada por esclavos negros llegados a Cuba hacia 1820 procedentes de Nigeria. Se distinguían por su comportamientos violentos y por rituales de origen tribal, pero con el tiempo se les añadieron blancos y mulatos, incluidos algunos delincuentes comunes.
Un primer grupo de estos presos cubanos habrían salido el 27 de diciembre de 1896 desde Cádiz con destino a Figueres. Llegaron en tren y al bajar en la estación fueron “maniatados por parejas” y trasladados a pie, “custodiados por la fuerza de la Guardia civil y la caballería”, hasta el castillo. Atravesaron por las calles de la ciudad abarrotadas de un público curioso ante este insólito acontecimiento pese “a la fuerte tramontana que soplaba, del frio que hacía y de las nubes que polvo que continuamente se levantaba”, según la crónica del diario El Ampurdanés. En días sucesivos llegaron nuevas remesas de cubanos, que llegaron a sumar unos cuatrocientos.
Una de las primeras referencias de ese capítulo histórico la escribió otro historiador, David García Algilaga, en 2012, en un libro colectivo: Presons i castell. Figueres. En él destacaba un precedente aún más desconocido: Tomás Estrada Palma, presidente de la República en Armas, impulsada por el movimiento independentista. En 1877 fue detenido y transportado a España. Se le recluyó, junto con un ayudante, en el castillo de Figueres y aunque gozó de ciertos privilegios pasó allí un año, hasta que fue liberado y se trasladó a Estados Unidos. Cuando Cuba se independizó, y tras un periodo en que estuvo ocupada por Estados Unidos, acabó convirtiéndose en el primer presidente del país. Más tarde, en 1918, escribió un libro sobre la correspondencia mantenida con otros políticos desde su celda titulado: Desde el castillo de Figueras. Cartas de Estrada Palma.
Los ñañigos estuvieron en Figueres casi dos años en condiciones lamentables. Primero por el frío, ya que llegaron con ropa ligera, y luego por la deficiente comida, hasta el punto de que hicieron una huelga de hambre. Hubo un momento en que llegaron a colapsar el hospital de Figueres y se calcula que al menos murieron 35, de tuberculosis y otras enfermedades.
Algunos ciudadanos de Figueres les visitaron y les llevaron comida y el concejal republicano-federal Tomàs Jordà pidió su libertad en una moción aprobada por todo el Ayuntamiento.
En diciembre de 1898, con el apoyo de Estados Unidos, Cuba, y con ella Filipinas, Puerto Rico y Guam, dejaron de ser colonias españolas. Y el Consejo de Ministros acordó entonces enviar a Cuba los 300 ñañigos que quedaban en Figueres. El 15 de diciembre subieron a siete vagones especiales para dirigirse a Barcelona y de allí en el vapor Covadonga a Santiago de Cuba. Tura Clarà acaba su artículo señalando que aquella misma noche dos de estos ñañigos murieron en una pelea callejera en Santiago de Cuba.
Unos años más tarde, el castillo de Sant Ferran se habilitó como penal para presos comunes.