¿Dónde está metido el hip hop cubano?

Tras más de una década de peñas, efervescencia e incomprensiones al margen de la difusión, el género llega a los locales privados.
 

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Por Javier Peña

¿Dónde está metido el Hip Hop?

Era el 2007, si mal no recuerdo. El Servicio Militar Obligatorio recién había detenido en seco mis aspiraciones de futura estrella del rap cubano. Mi única compañía en las guardias eternas en Posta 5 eran las treinta y pico canciones que habitaban los 256 megabytes de mi flamante mp3. ¿En mis audífonos? El Indomable, Anónimo Consejo, Escuadrón Patriota, Maykel Extremo, Soandry, Explosión Suprema, EPG&B y algunos otros (no muchos, había que ser exquisito con la curaduría de tan poco espacio), ayudándome a canalizar toda la rebeldía que el uniforme y el pelado me producían y permitiéndome resistir hasta el día del pase que, si había suerte, caería jueves.

Porque los jueves había Karachi con DJ Neurys, y si ponías de tu parte y llevabas tus backgrounds quemados en un CD existía la posibilidad de que Neurys te dejara echar un tema y eso… eso era lo máximo.  Si no era jueves era diferente todo. Había que seguir el ritual de llamar a los socios y poner la voz más diplomática posible cuando te salían madres y abuelas al teléfono (era el 2007, teníamos 18 años y escuchábamos rap, así que ninguno tenía celular), todo para finalmente preguntar: ¿Dónde está el Hip Hop?


Por suerte, era el 2007. El rap estaba en todas partes.


Era lindo, la verdad... Anfiteatro de Playa, Los Jardines de la Tropical, el Barbaran y la irreductible Madriguera por solo nombrar los primeros que me vienen a la cabeza. También empezaban los Pa’bajo en la cancha de basket de 23 y C, estaba Wichy en el Echeverría con Maykel Extremo mezclando rap con electrónica y abriéndolo todo a otro grupo social que nunca había tenido contacto con eso; y hasta el Pabellón Cuba a veces y el Salón Rosado. Si no era una peña fija o un concierto apoyado por la AHS, había una Casa de Cultura de algún municipio limítrofe prestándole el espacio y un micrófono al primer grupito local que se le hubiera ocurrido acercarse a preguntar ,aprovechando la prominencia que gozaba el movimiento en aquel momento (hasta revista teníamos, se llamaba Movimiento). Todos los fines de semana había un evento, el público migraba de uno a otro y las paradas en las que estaban artistas y público por igual se volvían peñas itinerantes donde todo el mundo se conocía, todo el mundo improvisaba y las botellas de alcohol de dudosa procedencia daban vueltas sin que uno supiera nunca demasiado bien de quién estaba tomando. Era la cresta de la ola.

Aquella efervescencia era el resultado de las bases sentadas durante años por la peña de La Chusmita; por el independiente Festival De Rap de Alamar (hasta que nos lo quitaron y le pusieron el Simposio de Hip Hop); por EPG ponchando en la casona de 19 y 10 con el beneplácito y amor de los vecinos y solo los vecinos; por Randy Acosta dándole vida y futuro al rap con Almendares Vivo y el proyecto L3 y 8 que le abrió la puerta a lo que sería toda la nueva escuela del Hip Hop nacional; por el éxito increíble e inesperado de uno de los grupos que surgió precisamente de este último proyecto, Los Aldeanos; y por el doble disco con el que le compartieron su éxito a gran parte del movimiento: La Comisión Depuradora. Era la cresta de la ola, surfeábamos felices y despreocupados, hasta que nos estrellamos contra el arrecife.

 

Entonces llegaron los tiempos grises. Casi nunca habíamos tenido promoción por la radio y la televisión, solo a veces y como si fuera un favor hecho de mala gana. La Asociación Cubana de Rap, que siempre había sido dirigida o por exponentes del género o por miembros del movimiento (con mayor o menor éxito, pero eso es tema para otro momento), pasó por una secuencia de burócratas de carrera y oficialistas temerosos de despertar iras “de arriba”. Los espacios fueron desapareciendo a medida que los gerentes exigían cada vez mayores cuotas de consumo; los artistas consagrados desaparecieron en el olvido o la emigración; los artistas emergentes abandonaron o migraron a otros géneros; el público, con su corta capacidad de atención, se distrajo en nuevas formas de entretenimiento. Quedamos los recalcitrantes y los esperanzados, preguntándonos unos a otros con cierta nostalgia: ¿Qué pasó? ¿Dónde está metido el Hip Hop?

Como yo soy uno de los recalcitrantes, hace unos días decidí ir al primer Open Mic organizado por El Cepe MC (Yusniel Cepero) del grupo La Invaxión a Occidente en el bar Color Café, sito en Aguiar 109 entre Chacón y Cuarteles. Fui con un poco de cinismo, previendo otro espectáculo tan lamentable como el del pasado Verano en Jibacoa (otro festival independiente robado, antes el mítico Rotilla). Tengo que admitir mi sorpresa, tengo que admitir mi emoción. De repente, una década más tarde el Hip Hop está vivo. Se siente vivo. Hay caras nuevas y caras viejas (Elokuente, Yisi Calibre de Golpe Seko, el Navy Pro de La Alianza, El Lápiz), hay ilusión, hay electricidad en el público. Después de una feliz adolescencia y unos cuantos años difíciles, me encontré un rap tan treintañero como yo que ha sobrevivido creciendo, adaptándose a la nueva realidad.

Ya no necesitamos las sobras de asociaciones culturales que nunca nos respetaron demasiado, lo que necesitamos es la madurez de sentarnos a la mesa con emprendedores y dueños de negocios privados como los de Color Café para generar proyectos de mutuo provecho y expandir una cultura que se resiste a desaparecer. Hace falta empeño, hace falta profesionalidad, hace falta seriedad, hace falta que se repita. Después de todo, no tiene por qué ser jueves para abrir el WhatsApp y preguntarles a mis amigos: ¿Hoy dónde está metido el Hip Hop?

 

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