Julián está alquilado en un apartamento en Centro Habana. Desde que anunciaron la llegada del Coronavirus no sale del cuarto y está pendiente todo el tiempo de las noticias.
“Tuve relaciones sexuales con un español, hace dos semanas. No sé si estaba contagiado. Tengo miedo comunicarlo a las autoridades. Ya me deportaron dos veces a mi provincia por no tener el cambio de dirección de La Habana y la última vez me advirtieron que si reincidía iba a la cárcel”.
Julián recuerda que el hombre español que acompañó, de viernes a lunes, tosía y estornudaba muy seguido.
“Pensé que fuera gripe. Como pagaba los gastos yo le reía la gracia de ahogarse en la tos. Somos cientos en toda La Habana que vivimos de eso: jineteras, chulos, gays, pingueros, buscavidas, dormimos de día y de noche salimos. Reconozco que es un caldo de cultivo para el contagio, y que hay que pararlo. Yo me detuve en seco. Vivo a base de maní, en turrones o en grano. Mi abuela en Oriente me decía, que en tiempos de epidemia recomiendan comer maní”.
Maykol es otro pinguero que duerme de día y de noche sale a buscar extranjeros, en Prado, en La Rampa. Con las medidas restrictivas del gobierno para detener la transmisión del virus, Maykol se queja de que encontrar un turista hoy, resulta una tarea ardua.
“Y peligrosa. Hace rato no veo uno. Hasta hace 15 días andaba yo con italianos, canadienses, españoles, por Obispo arriba y abajo. Entrábamos a bares, a restaurantes. Dormíamos en hoteles, en hostales, en casas de arrendamiento, si te hago el cuento completo de mi periplo no acabamos. Yo soy popular, me llamo Julieta en Facebook. Si algunos tenían el coronavirus dejaron un hospital atrás. Hasta ahora no tengo síntomas. Igual que Julián tampoco salgo del cuarto. En este solar vivimos doce parejas de vampiros, que solo salimos de noche”.
Mientras la tragedia del COVID-19 toma conciencia en la gente, hay aristas del tejido social que se salen del control. Una población flotante que sobrevive de oficios furtivos, algunos fuera de la ley, parece írsele de las manos al gobierno.
Virgilio, un joven de Matanzas alquilado en un ruinoso solar de Cuba y Amargura, en La Habana Vieja, sobrevive con el negocio clandestino de venta de tabacos de marca a extranjeros.
“Claro que he tenido roce con ellos. Hasta hace poco le vendía cajas de Montecristo y de Prominentes a muchos y a veces me invitaban a almorzar, o a dar vueltas en el auto rentado. Llevé a uno a comprar artesanía y luego le conseguí una chica. Mi vida era color de rosa hasta que los desgraciados chinos regaron la pandemia por el mundo y pusieron la cosa mala. No quiero saber de ellos. No tienen perdón de Dios”.