* Por Javier Moreno
En la mañana del domingo 21 de julio, fui despertado por Esteban, quien me recordó que se conmemoraba el 7mo aniversario del fallecimiento de Oswaldo Payá y Harold Cepero.
Ya tenía conocimiento de que no pasaríamos la fecha por alto, y con prontitud salí al sitio donde quedamos en vernos para conversar sobre temas relacionado con la libertad y los derechos. La mañana transcurría, y estábamos ansiosos por culminar nuestro recorrido y vigilia, pues sabíamos que la Seguridad del Estado en cualquier momento arremetería contra nosotros.
Rumbo al Cementerio de Colón ya éramos un grupo de representantes de la sociedad civil que pretendía rendir tributo a un hombre que dio su vida por la causa liberadora. Íbamos tranquilos, y en el ómnibus que tomamos tuvimos un encuentro verbal con algunos de sus ocupantes, cuando comentábamos la precaria situación a la que estamos sometidos. Para sorpresa nuestra tuvimos el apoyo de algunos pasajeros que, cubanos al fin, sienten las mismas presiones y los mismos dolores que todos.
Al llegar a la parada comentamos lo sucedido. Lucinda, una amable señora que estaba en el grupo, se sintió emocionada por el hecho. Al frente de la calle que desemboca al cementerio compramos las flores, y por si acaso…, decidimos no agruparnos demasiado.
Y efectivamente, casi al llegar a la entrada un carro patrullero estaba apostado con secuaces de la dictadura. Parte del grupo pudo escabullirse, Esteban entre ellos, pero Jovian Díaz y el que les escribe, no corrimos igual suerte. Un agente de la Seguridad del Estado me condujo a mí, y un policía a Jovian, hacia el carro patrullero.
En el carro nos quitaron nuestros celulares. Ya tenían detenido a Yoel Parsons, que, entristecido, nos pidió tener calma y no responder a las agresiones de nuestros captores.
Dentro de la patrulla, Jovian, Yoel y yo estábamos apilados como si fuésemos desechos, esto provoco en Jovian una crisis de Asma que hizo que Yoel solicitara a los guardianes que abrieran la ventanilla y pusieran a Jovian cerca de ella.
Bajo el calor sofocante vimos como traían a otro miembro del grupo junto a su esposa, y como lo maltrataban verbalmente. Así estuvimos hasta que fuimos trasladados hacia Zapata y C donde nos metieron en el depósito a esperar.
Durante la espera confraternizamos y hablamos sobre nuestros posibles destinos a partir de ese momento, hubo bromas y en fin, bajo el mismo dolor las personas se engrandecen.
Lea también
Cerca de las dos de la tarde nos montaron en otra patrulla rumbo a lo desconocido. Jovian me contó que la última vez que lo secuestraron, lo dejaron en Aguacate: al día siguiente, en chancletas, y sin un peso en el bolsillo, gracias a la solidaridad de un lugareño pudo retornar a la Habana en el tren de Matanzas.
En la unidad de San Miguel nos quitaron las esposas y nos metieron en una especie de sala de espera. Allí los agentes de la Seguridad la emprendieron contra Yoel, y sostuvieron un diálogo acerca de nuestras convicciones y lo que estábamos dispuestos a sacrificar por ellas.
No hubo falta física de parte de los agentes, pero sí sentimos la presión psicológica que indica que estás ante un poder para el que tú eres el último villano.
A Yoel lo dejaron detenido hasta el día siguiente, para entrevistarlo con más calma, y a Jovian y a mí nos dijeron que sobre las seis de la tarde nos dejarían salir sin cargos.
No fue precisamente un domingo de playa, sino un día de conciencia cívica y resistencia, para defender el derecho a tributar a nuestros héroes.