Después de André Voisin y de Pancho el cuatrero, que cumple cadena perpetua por un delito continuado de robo, masacre y venta ilícita de carne de res, el vicepresidente Salvador Valdés Mesa es el hombre que más sabe de ganadería en Cuba.
Algunos que le conocen bien han llegado a decir que por eso se duerme en las reuniones y actos oficiales, pues, en lugar de contar ovejas, cuenta vacas, que dan un sueño más pesado y profundo. Aunque no hay sueño más profundo, dicen ellos, que el sueño de Fidel, que casi todos incumplen. Y el que no lo incumple, lo olvida.
Lo cierto es que las vacas en la isla están al borde de la extinción, y los niños del futuro las conocerán solamente por fotos, aunque van a tener una noción equivocada de este mamífero, pues las últimas fotos de vacas que han aparecido preocupan mucho: en vez de dar leche, dan lástima.
Esa condición de extrema delgadez ha salvado del matadero a las reses pinareñas, y hay algunos bromistas que dicen, recordando aquellos experimentos genéticos del veterinario en jefe, que en la provincia se ha logrado una nueva especie: la vaca Simplicio, que emula a las víctimas de la maldita reconcentración de Valeriano Weyler.
Viendo la foto de un ejemplar de cebú, casi sin joroba y con unos ojos que imploran algo que llevarse a la boca, recordé el poema “Los dos príncipes”, que José Martí incluyera en “La edad de oro”, sobre todo unos versos que siempre me intrigaron: “Los caballos no han comido porque no quieren comer”. ¿Será que el ganado en Cuba se declaró en huelga de hambre?
Pero volviendo al experto Valdés Mesa, que cuando despierta de sus cabezadas en cualquier acto político y de masas, parece haber recuperado fuerzas y le ha dado últimamente por visitar cooperativas ganaderas, haciendo una especie de dúo dinámico con otro experto, José Ramón Machado Ventura. Hay gente mal pensada que ha hecho rodar el rumor de que, cuando alguno de los dos va a visitar una granja, las vacas se esconden.
La más reciente visita del vicepresidente ha sido a la provincia de Camagüey, otrora potencia ganadera. Allí el dirigente hizo un llamado a "eliminar la inercia y la pasividad" que atentan contra (…) la sostenibilidad alimentaria" que busca el Gobierno, y criticó "los bajos resultados de los acopios de leche y producción de carne".
No me extraña que el ganado vacuno -e incluso el porcino, que ha empezado a imitarlo- esté disminuyendo, confundido por la falta de hierba bajo sus patas, la ausencia de atención sanitaria y la palabrería que usan dirigentes partidistas y prensa.
He aquí la inspiración de Machado y Valdés Mesa: El periódico Guerrillero, de Pinar del Río, soltó esta joya sobre el tema: “la actividad de la ganadería, debilitada por las condiciones deficitarias que atraviesa la agricultura, sobre todo en materia de alimentación (…), busca alternativas de reproducción de especies con el objetivo de aumentar la masa animal en las diferentes áreas y proveer de proteína a la industria y al comercio nacionales”.
Después de leer eso de la “masa animal” y “las condiciones deficitarias”, e intentar comprenderlo, el toro más bravo se capa solo y la vaca más entrenada tiene un derrame cerebral. Lo cierto es que nadie comprende cómo un país que llegó a tener una vaca por cada habitante en 1954, y que ocupaba el tercer puesto en Iberoamérica en el consumo de carne per cápita, detrás de Argentina y de Uruguay, no posee ahora una vaca que muja sin desmayarse en el intento. O sí se entiende, tras los experimentos dementes de Fidel Castro, que se metió en todos los terrenos en los que no sabía nada para arruinar al país.
Cuba recuerda el caso de Ubre Blanca, una vaca que parecía ensamblada en Sovexportfilm, y que acaparó los titulares de la prensa durante un tiempo, porque hizo crecer la esperanza de que ella sola iba a alimentar a todos los niños de la isla, y tal vez de América Latina. Nadie supo entonces, y pocos lo saben ahora, que lo que parecía una heroicidad, o el resultado de cruces fantásticos, era una enfermedad que le permitía a la pobre vaca dar más de cien litros de leche diarios. Pero ahí quedó como paradigma, disecada y en bronce candente, por si alguien pensaba que el comandante estaba equivocado.
Todavía persisten ideas descabelladas de la herencia fidelista, como darle una importancia desmedida a la moringa y usarla como alimento para las reses. Ahora mismo un titular contradice al partido, porque en Las Tunas siembran poca moringa. Un vecino mío, malhumorado y procaz, me dijo que será que no les sale de...las fuerzas productivas. Tal vez por eso, en esa provincia “han muerto 7.069 cabezas de ganado en lo que va de año. Más de la mitad de estos decesos han sido por desnutrición y 'accidentes', según las autoridades”.
Ahora que la carne de res es prácticamente invisible, o la importan del exterior, las autoridades no saben cómo hacer crecer los pastos, mientras las reses rezan porque suceda el milagro. Lo que sí crecen, silvestres digo yo, son los pretextos para justificar la debacle. Que si el bloqueo, que la sequía, que el abono, los nutrientes, las vitaminas y un largo etcétera. La prensa cubana ha comenzado, de manera tímida, a preocuparse por el tema y a reconocer ciertas fallas, como esta otra nota que intenta, metafóricamente, echarle el muerto a otro: “El sistema estatal no garantiza la cría y comercialización de reses. Está renuente a destrabar a los ganaderos privados, por muy pequeñas que sean sus propiedades”.
El afán de controlarlo todo durante todo el tiempo en cualquier parte, agota a los vigilantes y a los vigilados. Han olvidado un dato que aparece en todos los estudios económicos sobre la isla: “desde el año 1946 a 1958 el crecimiento ganadero de Cuba se elevó de 0,74 cabezas de ganado por habitante a 1.0, o lo que es igual, de 4.116 millones de cabezas de ganado a algo más de 6 millones.
Pudiera llegar el día en que los que nazcan en estos años sepan lo que es un bisté porque lo encontraron en internet, si Etecsa no se los cobra muy caro. Es triste el fracaso de un renglón que creció imparable durante la primera mitad del siglo XX. Pero más triste es tratar de ocultar algo que se nota a simple vista.
Cuando era niño, mi hermano y yo jugábamos a contar vacas durante el largo viaje desde Bayamo a La Habana. Caíamos rendidos, abrumados y perdíamos la cuenta. Hoy nadie puede ver una vaca desde la ventanilla de un auto, y cuando lo logra, es una aparición fantasmal.