Neferín, un pastor doblemente castigado en Cuba

​​​​​​​Neferín es un pastor cubano doblemente castigado. Primero por caer ante la debilidad de la carne, y luego por las autoridades de la Isla, que lo sorprendieron en medio de un intento de salida ilegal del país
Tentaciones de Cristo
 

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Neferín es un pastor caído, la debilidad de la carne lo tentó y el diablo lo sedujo… Fue expulsado de una congregación evangelista y suspendida su condición de pastor. También fue atrapado en un intento de salida ilegal por la Base Naval de Guantánamo.

Alto, flaco, pelo blanco ensortijado, ojos verdes, llorosos, emanando aún la bondad de los cristianos, Neferín contó su historia a ADN CUBA.

Poseía total conocimiento de la Biblia y su conversación fue instructiva. Fue un hombre surgido de la tenacidad, a fuerza de leer y sufrir, con tal resolución que un día le entregaron la iglesia por voto general.

“El pastor anterior se fue del país y yo alcé otra vez la santísima moral y la fe en Cristo, como un titán levanta con esfuerzo una  piedra”, dice Neferín.

La prosperidad irradiaba las paredes del templo, vuelto refugio de paz y esperanza. En el pueblo, los borrachos dejaron la botella y encontraron la fe en Jesús, como casi todos los “locos” y hasta algunas “jineteras”.

 

 

“Pero el diablo  fue un  tentador enmascarado, no en ambición de riquezas, sino en una joven de 17 años que me cegó. Ella se quedaba hasta muy tarde en la iglesia, decía que para sacudir el polvo. Al principio supe que era el diablo, por el olor a azufre, pero con los días fui divinizándola de  forma tan sutil que la  justificaba. Me envicié. Caí tan bajo que llegué a echar polvo en el santuario para mantenerla allí.  Ahora estoy purgando mi pecado”, relata el religioso.

Sobre su captura y la prisión que cumplió tras el intento de salida ilegal, Neferín revela lo que le parece una curiosidad:

“Cada vez que intento recordar, aparecen más detalles. El mar es el mismo, la noche la misma, los arbustos, el diente de perro, el aire de la noche y el oleaje de la bahía, son los mismos. Hasta las hormigas y los mosquitos que me asesinaban en el agujero donde me ocultaba esperando la señal, son los mismos. Pero el sentido de los hechos varía. Recuerdo el reflector de la posta cubana barriendo la bahía como un compás. El ruido de la lancha patrullera, alejándose, acercándose, constantemente. Y aparecen detalles que me aseguran que fui víctima de una estafa.

 

 

“Me dijeron que entregara el dinero antes. Que esperara en el agujero y a la una de la madrugada vendrían por mí. Coordinamos los relojes, me confié, la espera fue infinita. Los mosquitos y las hormigas infinitos. El ruido de la lancha patrullera, el oleaje con su peste podrida y el reflector una y otra vez,  resultaron infinitos. Cuando mi reloj marcó la una salí. No encontré a nadie. Me agachaba cada vez que la luz del reflector venía. Caminé un largo trecho pero no quise arriesgarme y entrar al agua sin saber para dónde. En realidad me perdí. Tuve miedo pisar una mina o chocar con la posta. De repente comenzó a sonar una alarma y me tiré al suelo, con tanto susto que me partí un diente”, recordó.

Según cuenta Neferín, la alarma sonó un largo rato y lo molestaba tanto que casi se entrega para que la apagaran. Cesó, sintió un profundo alivio, pero fue peor, porque de repente encendieron las luces y en aquel pedazo de costa se volvió de día.

“Y yo ridículamente agachado en la orilla, más visible que la torre de París.  Fue como el juego de ‘los escondidos’ cuando encuentran al niño. Y para colmo, mujeres… Como para restregarme en la cara mi pecado. Las dos mujeres más hermosas que he visto. Vestidas de camuflaje, con botas,  cascos y fusiles. Me dijeron igual que Cristo le dijo a Lázaro: vamos, levántate y anda. Allí terminó mi aventura y comenzó el dolor de diente”.

 

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