Este viernes se cumplieron 32 años de la masacre de Tiananmén, en China, un hecho que recuerda permanentemente al mundo, pese a lo mucho que Beijing se ha esforzado por silenciarlo y a la preferencia de sus aliados de hacer como que no pasó, la brutalidad que son capaces de desplegar los regímenes comunistas cuando se ven amenazados.
En la madrugada del 4 de junio de 1989, desafiado y arrinconado por miles de ciudadanos, sobre todo jóvenes y estudiantes que clamaban por la democratización del país, el Comité Central del Partido Comunista dio la orden de disparar y arrollar con tanques a la multitud que ocupaba la emblemática plaza desde cerca de 20 días.
La presencia permanente de tal aglomeración demostraba al mundo que en el gigante asiático, al igual que en todos los países comunistas, existía pluralismo y anhelos de libertad individual y democracia. Era algo que el Partido no podía permitir, en tanto echaba por tierra esa pretendida unidad política e ideológica de la que presumen los regímenes totalitarios.
Una unidad que siempre es impuesta y que para mantener no se duda en reprimir a diario a la ciudadanía, vulnerando sus más elementales derechos humanos y libertades individuales.
Recordar la matanza de Tiananmén resulta esencial para los pueblos de los regímenes no democráticos que aún perviven, como Cuba. Si bien la represión en la isla no ha dejado escenas públicas tan sangrientas, no es descabellado pensar que ante una manifestación similar el régimen pueda ordenar a su ejército disparar.
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En 1994, la protesta popular más significativa contra el gobierno y la crisis, el “Maleconazo”, fue aplacada con represores vestidos de civil y miembros de un contingente que ha fungido como “brigada de respuesta rápida” del régimen.
No hubo necesidad de disparos ni de tanques, para suerte de la mayoría de los manifestantes y regocijo de aquellos que aman la vida. Sin embargo, la crisis imperante en Cuba y la falta de disposición del gobierno a democratizarse y conceder derechos a su ciudadanía podrían conducir a una manifestación mayor, cuyo desenlace pudiera ser uno trágico como el enfrentado por los manifestantes chinos en 1989.
Si bien Beijing nunca ha ejercido autocrítica de la atrocidad que ordenó ni permitido investigaciones que establezcan con claridad el número de muertos o heridos, estimaciones e investigaciones independientes cifran en cerca de 10 mil las vidas que se perdieron en la matanza.
La crueldad fue tal, que los soldados no se contentaron con desalojar la plaza. Los tanques persiguieron a los manifestantes que huían y los aplastaban sin piedad.
“Los blindados abrieron fuego contra la multitud (…) antes de pasarles por encima”, escribió el embajador de Reino Unido en China en ese entonces, Alan Donald, en un telegrama secreto que se hizo público en 2017.
“Pasaron sobre los cuerpos varias veces, haciendo una especie de ‘papilla’, antes de que los restos fuesen recogidos por una excavadora. Restos incinerados y arrojados con un chorro de agua por las alcantarillas”, contó en el texto, citado en un reporte de Infobae de este viernes, a propósito de la fecha.
De acuerdo con el diplomático británico, “cuatro estudiantes heridas que suplicaban por sus vidas recibieron golpes de bayoneta” y el desquicio de algunos soldados fue tan extremo que incluso ametrallaron a ambulancias militares que intentaban socorrer a los heridos.
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Tal despliegue de crueldad contra ciudadanos desarmados que sólo clamaban por reformas democráticas y el mejoramiento de las condiciones de vida, golpeadas por la inflación de 1988, mostró cuán inhumano puede llegar a ser el comunismo en su afán de mantenerse en el poder a toda costa.
Contrario a lo que predica, el ser humano y el bienestar general no son su centro o meta. Para los partidos que impulsan esa doctrina, el pluralismo y la disidencia son un enemigo que debe ser vigilado, perseguido y castigado.
No siempre se llega al extremo criminal de Tiananmén, pero la ocurrencia de esa masacre y el cómo el régimen chino ha seguido existiendo tras la misma demuestran que la represión es natural e intrínseca en los regímenes guiados por la doctrina totalitaria.
Los pueblos subyugados por un partido totalitario, como China, Cuba, Corea del Norte, y otros dirigidos por gobiernos gustosos de esa senda tienen siempre ante sí el recuerdo y la amenaza latente de Tiananmén, un yugo que atemoriza, pero que no podrá impedirles permanentemente ejercer sus derechos y libertades.