El mosquito Aedes Aegypti, conocido también como el mosquito del dengue, mosquito momia o mosquito de la fiebre amarilla, es uno de los mayores azotes del trópico.
Perteneciente a la familia Culicidae del orden de los Dípteros, el Aedes Aegypti puede ser portador, también, de otras enfermedades como el Chikunguña, la fiebre de Zika y el virus Mayaro. Su infección se produce a través de la picadura. En la isla de Cuba este mosquito tiene su historia peculiar.
A finales de mayo de 1981 apareció de manera explosiva una epidemia de dengue hemorrágico, que se concentró en un lapso de poco más de cuatro meses, con más de 340 mil casos de contagios y 158 muertes. Entonces el gobierno creó las brigadas contra el mosquito Aedes Aegypti, que se encargarían de eliminarlo. Con sus altas y bajas estos grupos han sobrevivido el paso del tiempo y continúan hoy renovadas, en medio de la pandemia de la COVID-19 y los nuevos salarios implementados dentro de la tarea ordenamiento.
Conozco bien estas brigadas, pues trabajé de fumigador durante meses, junto a amigos del barrio. Era prácticamente la única fuente de empleo para las personas catalogadas como de “dudosa” conducta social, como los “desafectos” a lo que llaman revolución, o los que tenían antecedentes penales, así como padres de familias desesperados que no encontraban otra manera de ganar sustento.
Las brigadas de la lucha contra el mosquito son el área de Salud Pública donde hay más trabajadores itinerantes. Gente que viene por unas semanas, o pocos meses, y luego se van. Por esa razón en los policlínicos siempre hay empleo.
En mis tiempos de fumigador pagaban un salario de 256 pesos cubanos y no era una tarea fácil. Mientras cumplía la norma de fumigar cien casas, cargaba pesadas motomochilas Still, sustituidas después por las bazucas de petróleo y su peligroso chorro de candela que causaba pequeños destrozos. Recuerdo el primer día de trabajo cuando entré a cien casas y constaté el abismo entre el nivel de vida de las familias cubanas. En una misma cuadra, del lujo ostentoso a la miseria rasa.
Pero en este 2021, durante la pandemia y con los nuevos salarios, las brigadas de la lucha contra el mosquito Aedes Aegypti tienen otra cara. Legiones de desempleados, la mayoría jóvenes, van tablilla en mano peinando las cuadras de Jaimanitas y otras localidades de La Habana, realizando la inspección de los focos en las viviendas.
“Es lo único que podemos hacer”, dice Kiki, con seis meses de antigüedad en la brigada, “con la pandemia prohibieron entrar a las casas para evitar el peligro de propagación. Esto para mí lo considero un trabajo ficticio, porque tenemos que aceptar lo que nos diga el propietario de la vivienda y como autómatas debemos copiarlo en la hoja del día. No hay foco. Todo está bien”.
“Estoy ganando tres mil por realizar el trabajo más fácil del mundo: llenar una planilla. Es cierto que hay que caminar bajo el sol, pero no importa, lo valen los tres mil”, añadió.
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Kiki vive con su madre y su abuela. Desde las ocho de la mañana hasta la una de la tarde se entrega a la labor de llenar la planilla de inspección. Explica la mecánica de su trabajo:
“Llamo fuerte. ¡Salud Pública! Cuando sale le pregunto mientras voy llenando las casillas, ¿cuántos tanques hay en la vivienda? ¿Tienen cisterna, tanque arriba, bandeja del frío, piscina, vasos espirituales, número de cubos? Después le firmo el Visto como constancia que se realizó la inspección. Luego voy para la casa siguiente. Por eso me pagan tres mil”.
Sigo a Kiki en su labor a prudente distancia. Llama en una vivienda, sale el dueño, le dice que no grite que las niñas están durmiendo, con la pandemia se acuestan tarde. Kiki en voz baja realiza la inspección virtual. Le pide el Visto.
“Aquí no hay Visto. Cayó al piso y se lo comió el perro”, le responden.
Kiki se queja que no le quedan nuevos “Visto” para entregar. Tiene que improvisar uno con un pedazo de papel que encuentra en el bolsillo. Lo firma y le pide que lo cuide. Se aleja a otra vivienda.
Otro miembro de la brigada, veterano en la lucha contra el mosquito, es Waldo. Tienen una advertencia policial por “asedio al turista”. Dice que como ahora no hay extranjeros, les fue arriba a los mosquitos.
“Estoy montado en tres mil doscientos, porque soy jefe de grupo. Cuando termino en la brigada, me cambio de ropa y vuelvo a ser 'Waldo el de los malos pasos', salgo por la calle revendiendo lo que aparezca: leche condensada, coditos, chancletas… para redondear los tres mil doscientos que no me alcanzan. Una parte se me va en la bodega, la otra en lo demás enseres de la vida con sus precios de espanto”.
En el policlínico radica el puesto de mando de la brigada. Todos los días, al comenzar la jornada laboral, los especialistas de epidemiología desarrollan un matutino donde orientan el trabajo. El doctor Ramírez, vicedirector del policlínico, está personalmente al frente del trabajo.
“El matutino es el momento de imponer a los miembros de las brigadas de las noticias internacionales y nacionales, darles el parte diario emitido por la dirección de Salud y realizar un análisis del municipio y la localidad para ubicar las zonas de mayor riesgo. Por eso quien falta tres veces al matutino se le descuenta un día de trabajo”, dice.
Aunque el gobierno y las autoridades sanitarias se han empeñado en mantener activa la “lucha contra el mosquito”, el insecto sigue ahí, al acecho de la falta de higiene y el agua estancada. Ahora están en alza, aupados por la labor superficial de los muchachones que solo piensan en los tres mil pesos, y en cumplir la norma antes de las once, para irse a conectar a Internet por los datos móviles.