El béisbol. El deporte nacional. Así, con todas las letras y con todos los recursos disponibles de nuestro Ministerio de Deportes, con los privilegios que ningún otro deporte pudo disfrutar en los últimos 60 años.
Hoteles, implementos, dietas, viajes, meses de entrenamiento, topes internacionales, contratos en el extrajero, ómnibus climatizados, estadios en cada provincia, academias juveniles, ligas de desarrollo, transmisiones televisivas sostenidas… todo lo que el consentido ha pedido lo ha recibido.
Repito, a ningún otro deporte se le ha malcriado tanto como a la pelota en Cuba. Comprensible.
Llegó Lima 2019, un Panamericano en el que el béisbol -a diferencia de todas las demás disciplina- dejó que desear en cuanto a la calidad del torneo, basta con apuntar que Estados Unidos declinó su participación y México y Venezuela no clasificaron por auténtico desinterés.
Nadie presagiaba la vergüenza, nadie pudo anticipar el catatónico desempeño de la Selección Cubana de Béisbol en Lima.
Perdieron el primer juego con Colombia, un equipo que, a pesar de la cacareada experiencia y su ímpetu, no tenía mejor equipo que Cuba pero ni de lejos. Los bates durmientes y la cenicienta defensa de los antillanos, agrandaron a los cafeteros que se llevaron el triunfo sin mucho esfuerzo.
Canadá llegó para sellar el descalabro. El resultado fue 8-6 que nos demostró que cuando tocaste fondo, todavía puedes enterrarte en el lodo húmedo maloliente algunos metros más.
Hace una horas leí a varios colegas decir que el peor síntoma era que a muchísimos cubanos no sólo no les importa estas derrotas, sino que se alegran de eso con la esperanza de que acaben "explotando" los directivos del béisbol en Cuba.
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La pelota cubana está enferma de muerte, herida con arma blanca en el centro de su corazón que es la Serie Nacional. Una Serie Nacional que se le cambia de estructura como mi hija cambia de vestido a su Barbie. Una Serie Nacional a la que se le quiere "levantar el techo" y lo resuelven poniendo calzos y apuntalando con soluciones que no cambian mucho y no resuelven nada.
Si me preguntan, creo que el problema más grave del béisbol cubano son sus preparadores, es el atrasado sistema de entrenamiento y la poca utilización de la tecnología en función de las prácticas y el desarrollo del juego. Pero sobre todo la testarudez autosuficiente de que no necesitamos a nadie para enseñarnos de pelota.
A diferencia de otros deportes, existe un talento inacabable en nuestros jóvenes, pero quienes los están moldeando son entrenadores que han quedado obsoletos (sobre todo tácticamente) en sus métodos.
Pensar en las deserciones constantes y en los "grandes ligas" como la solución de todos los problemas puede resultar engañoso, en este caso específico de los Panamericanos. Nunca vas a poder traer a ningún MLB a éstos torneos multideportivos. Ellos son la solución para cambiar la imagen en los Clásicos Mundiales, pero no para unos Juegos Continentales.
Ahora toca esperar "el análisis en profundidad" y la siguiente "elevación del techo". Deleitarnos con la estética del próximo bombo de refuerzos y elogiar los promediazos de nuestros peloteros en la Nacional; porque esperar renuncias, movimientos estructurales y cambios radicalmente definitivos en nuestro béisbol es como esperar el metro de La Habana en el túnel de Línea.
Y me dicen algunos que lo peor está por venir...