Si usted se baña en el mar y un tiburón desaprensivo lo muerde y no quiere soltarlo, intente espantarlo por todos los medios posibles, pues si sale a la orilla con él pudiera ser considerado culpable de un acto de pesca ilegal en Cuba...
Pero no es solamente en el ancho mar, abierto y democrático. Si refresca en las tibias aguas de un río o un lago de la isla, y alguna osada tilapia o una trucha despistada le muerde el dedo gordo del pie, no salga con ella del agua intentando justificarse ante las autoridades con que son sus nuevas patas de rana. Le caerá encima –y también a la tilapia o la trucha- todo el peso de la ley.
La nueva ley de pesca, la primera desde 1959, pretende regular más la vida y la alimentación de los cubanos. En una isla rodeada de mar, con ríos, lagos, arroyitos y presas por doquier “el consumo per cápita anual de pescado se redujo de 16 kg en 1989 a 4.3 en 2014”. Es decir, en un análisis de sangre se le pudiera detectar a cualquier habitante de la isla hasta amor por la suegra, pero nada de fósforo.
El anuncio de su aprobación tiene en sí mismo varios chistes crueles. El primero es el que anuncia su objetivo: “busca servir como ‘instrumento para contribuir a la soberanía alimentaria’ en Cuba, regula la actividad de pesca en todo el país y define cuales sus modalidades”. Es decir, que el gobierno se atribuye el derecho de regular hasta la forma con la que el cubano podrá mirar el mar.
Otro chiste macabro, el argumento en el que se escudan para que los peces y el pueblo sigan sin encontrarse es un argumento muy manido, la desaparición de algunas especies. Lo dicen en ese lenguaje que usan las cosas del gobierno cuando quieren que el pueblo no se entere de lo que significa lo que dicen: “En el último lustro las 54 especies que se pescaban en la plataforma cubana se redujeron en un 44 por ciento y las capturas en un 70 por ciento”.
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Nadie en su sano juicio, en un país donde por arte de magia desapareció un buen día aquella cacareada Flota Cubana de Pesca, y donde hay un Ministerio con oficinas, secretarias, ministro y viceministros, entiende de qué hablan cuando mencionan “las capturas”, ni dónde se metieron las diez especies que según el gobierno, faltan en la plataforma insular.
Al final de la nota uno empieza a sospechar cuáles eran las verdaderas intenciones de esta ley absurda –como todas las otras dictadas por un gobierno al que no le ha bastado dejar la tierra árida y desolada, y el mar vacío y maldito- cuando dicen que: “De acuerdo a las estimaciones gubernamentales en la Isla, se calcula que existen actualmente unos 1000 artefactos navales y más de 2500 personas que se dedican en la Isla a la pesca ilegal”.
De manera que todo, en el fondo, es el afán de control. No les basta con vigilar las palabras, las ideas, lo que se siembra o se cría, el sexo y la música. Ahora también crearán un ejército de holgazanes que llamarán “inspectores”, aunque intenten confundir con palabrería legal, como que “Los pescadores por cuenta propia serán recompensados por el Gobierno con seguridad social, y este ha sido uno de los temas en los que se han apoyado las autoridades para defender la ley”.
Una ley que legaliza la persecución y la vigilancia. Una ley que cierra más el círculo de quienes quieren crear riquezas o simplemente alimentar honradamente a su familia. No hay que leer mucho entre líneas para comprenderlo. Lo dicen con desparpajo e insolencia: “La Oficina Nacional de Inspección Estatal del Ministerio de la Industria Alimentaria, y a las Tropas Guardafronteras y otras dependencias del Ministerio del Interior, han quedado autorizadas además para llevar a cabo todas las acciones pertinentes para garantizar la prevención y el enfrentamiento a las ilegalidades”.
Los que aún confiaban en que el socialismo podía hacer milagros bíblicos, deben saber ahora que el único milagro que puede hacer un gobierno como el de Cuba con los panes y los peces es desaparecerlos. Y castigar a los que pretendan multiplicarlos.