Conocí a Jorge Enrique Rodríguez Camejo en un hotel de Puerto España, en 2016. Nos tocó por una semana compartir la habitación en un curso de periodismo y desde el primer momento iniciamos una amistad que perdura hasta hoy.
Nos unieron, además de la lucha prodemocrática, la poesía y el periodismo literario. En el curso debíamos realizar por parejas un trabajo investigativo y nos correspondió hacerlo juntos. El tema: la violencia en Trinidad y Tobago, país caribeño asolado por las pandillas y la corrupción del gobierno.
Con Jorgito tenía muchas cosas en común: la mordacidad para modelar el contexto, la imparcialidad en la redacción del tema y el grupo de rap Los aldeanos.
Escogimos para nuestro trabajo al barrio más peligroso de Puerto España: Belmont, donde las pandillas poseían el control total del barrio y mantenían un antagonismo con las fuerzas políticas del gobierno, que hacía incursiones violentas con el ejército.
Entramos Jorgito y yo en las entrañas de Belmont aquella mañana, como si anduviéramos por Los Sitios o Cayo Hueso, y dijimos bingo al socializar en una esquina con el hermano de un dealer, amante de los cigarros cubanos. Jorgito le regaló una caja.
Lea también
Dijo que los periodistas eran bien recibidos en Belmont, porque los habían ayudado muchas veces en la difusión de la violencia que ejercía el gobierno contra ellos. Nos sumergió en las entrañas del barrio. Saludamos a hombres armados que no parecían tan malos y mujeres que se asomaban furtivamente en las ventanas para vernos pasar. Fuimos a dar a la mismísima vivienda del jefe de la pandilla más grande de Belmont, llamado El Boss, que se tomó una foto con los periodistas cubanos.
El resultado de nuestro trabajo, un análisis a fondo sobre la raíz de la violencia en Puerto España, fue la nota más alta de la clase, pero más que eso fue la amistad que surgió con este amigo, periodista, poeta, ñáñigo y hermano, hoy preso y pendiente de juicio por ejercer el oficio de informar.
Luego coincidimos en Madrid, en dos eventos. Andar por Hortaleza con Jorgito hasta Lavapiés y conversar sobre la necesidad de la honradez en los hombres, la seriedad del trabajo objetivo y los conceptos sociales que debíamos recuperar, te daba la estatura de Jorgito, el periodista que hoy está tras las rejas.
Sus constantes denuncias sobre los atropellos de las autoridades al ciudadano y el análisis cardinal sobre la inmadurez del gobierno fueron una piedra dura en el zapato oficial, agudizada en los últimos días por el asesinato de un joven de raza negra a manos de un policía, donde Jorgito destelló en sus ideas sobre la negritud y el racismo en Cuba. Ese fue tal vez el detonante para que el gobierno decidiera quitarle la libertad.
Un nuevo golpe a la libertad de expresión, que se suma al caso de Roberto de Jesús Quiñones Haces, quien lleva casi un año sufriendo esa misma ignominia en Guantánamo. Un periodista más preso por la red de la censura, esa pandilla que me recuerda tanto a Belmont y el control absoluto del Boss sobre todas las cosas.