¿Carne rusa o momia de Lenin?

Fernández Larrea cuenta las obsesiones de su amigo Korchaguin: la nostalgia del pasado soviético y, ahora, la momia de Lenin
La momia de Lenin
 

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Un amigo mío, que tiene una de las más impresionantes colecciones de productos soviéticos, quiere comprar la momia de Lenin.

Desde que se enteró que la oposición al régimen de Vladimir Putinel partido ultranacionalista LDPR, la tercera formación más importante del parlamento ruso, solicitó la venta de la momia de Lenin para sortear los gastos del coronavirus en ese país, mi amigo Pablito Korchaguin está como loco, solicitando créditos, reuniendo fondos, hablando con las inmobiliarias para negociar algunas de sus propiedades y hasta ha pensado en convocar un crowdfunding con el fin de tener el dinero necesario para hacerse con el cuerpo de Vladimir Ilich Ulianov, porque, como dice, “Lenin es de todos”.

Hasta está dispuesto a vender parte de su increíble colección de matrioshkas, algunas centenarias, para salirse con la suya. Lo único que lo detiene es que leyó los motivos que mueven a ciertos círculos rusos para organizar esa venta: “mantener a Lenin cuesta 173 mil euros al año”, casi lo mismo que cuando vivía, le digo yo, porque el líder ruso, al igual que el Delirante en jefe Fidel Castro que nos tocó, jamás dio “un palo al agua”, como solía decirle mi abuelo a los que no trabajaron jamás y vivieron arrimando el hombro y pegando la gorra.

Dice la nota que “luego de la caída de la Unión Soviética se ha reabierto varias veces el debate sobre qué hacer con su cuerpo. Pero desde la oposición rusa lo tienen muy claro, si no lo entierran, pues que lo vendan”. Qué maravilla que existan, a esta altura de la historia, personas con claridad mental, que quieran salir definitivamente de ese símbolo del proletariado mundial y de la mala suerte, que es el cuerpo de “el viejito que inventó el hambre”, como también solía decirle a Vladimir Ilich el padre de mi padre.

Si algo frena un poco a mi amigo Korchaguin en lo de entrar en negociaciones con los rusos para obtener la momia de Lenin, es que no tiene muy claro qué hacer después con el trofeo. Le digo que una opción sería quemarla, o cortarla en pedazos y venderlos como souvenirs o tal vez alquilarla para ciertos actos públicos. La noticia da otros datos, que dan luz sobre sus posibles utilidades: “Cada año, este partido solicita cerrar el mausoleo donde está la momia de Lenin, y a las que acuden unas 450 mil personas a ver el cuerpo del líder bolchevique”.

No quiero frustrar las ansias de coleccionista de mi amigo Pablito. Sé cómo funciona la mente de los que padecen de esa compulsión que disfrazan como hobby. Pero comprar los despojos mortuorios del líder de la revolución de octubre, “momificado hace sólo 96 años”, es señalarse mucho y ponerse en el candelero de manera innecesaria. Podría crear una fundación de “amigos de la momia” y emprender una larga gira internacional. Pero Lenin se la pasaría acostado, mirando el techo, como ha hecho desde que se echó a perder. No digo “pasó a mejor vida” porque no hay mucha diferencia entre lo que hace ahora y lo que hizo desde 1917 hasta su muerte.

Para intentar que Korchaguin entre en razón, le pongo un cálculo matemático muy fácil. Le hago pensar cuántas latas de carne rusa pudiera comprar con el dinero que gastaría adquiriendo la momia de Lenin. Se queda en silencio unos minutos, 47 para ser exactos, y al final le brillan los ojos, porque, al parecer, ha encontrado una solución que le satisface como coleccionista y como negociante. Me dice, con voz trémula, casi de comisario del Ejército Rojo, que pudiera convoyarlo todo, es decir, exhibir a Lenin y vender latas de carne rusa a cada visitante.

Cuando intento explicarle que esas son dos ideas contrarias, yuxtapuestas, que una anula a la otra, porque si Lenin siguiera vivo habría desaparecido la carne rusa, la polaca, la húngara y la cubana, desisto, porque veo que es inútil. Mi amigo está casi decidido a lanzar una oferta monetaria, y si redondea la plata, posiblemente se compre el mausoleo y parte de la plaza roja.

Le pregunto si no tiene miedo de traer a ese odiado muerto ilustre al sur de La Florida, a una ciudad como Miami, donde el nombre del comunista y su partido están ligados a tanto dolor, pero mi amigo me tranquiliza con un gesto. Lo tiene todo pensado. Alguna gente vendrá a comprar latas de carne rusa, pero mucha, muchísima gente acudirá a ver la momia para gritarle, insultarla y hacer catarsis.

Y la mezcla no es mala: catarsis con carne rusa. Negocio redondo.

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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