Después de haberlo pensado y repensado, y con la boca abierta, que es como mejor razonamos, me he decidido a escribir esta carta con el objetivo de despertar la solidaridad de personas o asociaciones que pudieran ayudarme a superar este momento grave de mi vida.
Me presento: soy Alberto, un cocodrilo cubano; mi nombre científico es Crocodylus rhombifer, y dicen los que saben que soy una especie de saurópsido o reptil, crocodilio de la familia Crocodylidae. Esto de crocodilio o Crocodylae solamente lo puede decir una persona sobria,…ya después del segundo trago es imposible.
He pasado años, siglos, sin molestar a nadie, integrado al paisaje cubano, mostrando mi alegría incluso en tiempos difíciles, como cuando aquel loco de la barba tuvo la descocada idea de desecar la Ciénaga de Zapata. De allí tuvimos que escapar mi familia y yo, mangle a mangle, hasta llegar a otro pantano.
Luego, cuando fue necesario, junto a otros di el paso al frente y fui a dar con mi cuerpo centenario al Zoológico de La Habana. Y digo eso del paso al frente porque en muchos idiotas funciona, en realidad preferí ser capturado a terminar aplastado por el Ejército Juvenil del Trabajo, que no dejó árbol ni mata en pie, y acabó con la poca fauna que quedaba. Gracias a ellos en largo tiempo en Cuba no se podrá fabricar un escaparate de caoba ni una mesa de cedro.
Aquí, en el Zoológico, a pesar de que era difícil, aguanté como un perro, es decir, como un cocodrilo. Hasta cuando en aquel Periodo Especial nos alimentaron a base de gatos, y no todos los días. Entonces proliferaron los ratones, que tampoco tenían dónde meterse porque ya no se fabricaban escaparates de caoba.
Y aguanté como un macho, con la boca abierta, viendo a aquellos apetitosos niños cubanos acercarse a la baranda. Se me acabaron las lágrimas y la saliva de aguantarme las ganas de masticar. Un primo mío hasta perdió los dientes del tiempo que pasó sin masticar. Y un cocodrilo sin dientes no es nada en esta vida… Ahora lo usan en Villa Marista para asustar a los disidentes cuando los interrogan.
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Luego llegó la moringa. Intentaron alimentarnos con eso porque el de la barba, ya hecho un viejo, más loco aún, decía a toda hora que aquello era mejor que la carne de res. Mira que decir que una hierba tiene propiedades alimenticias más altas que la carne.
Ahora volvemos a estar en peligro. Yo estaba tranquilo porque nos habían puesto el cartelito de que nos estábamos extinguiendo. Hasta dormía a pierna suelta porque en Cuba desapareció la talabartería y a nadie se le ocurría quitarnos el pellejo para hacer zapatos o carteras. Pero ahora, muerto el viejo loco, apareció otro, no tan desquiciado, pero con mirada más idiota, a decir que el hambre en el país se puede combatir cultivando avestruces, comiendo jutías y cocodrilos.
Cuando habló de mi especie se me aflojó la quijada de abajo que me la han tenido que pegar con garrapata, esa goma apestosa. ¿Comernos a nosotros? Mi padre vio cómo quemaban al indio Hatuey y dice que todavía tiene el olor metido en las fosas nasales. Yo no quiero terminar hecho a la brasa, ni en una caldosa de cualquier CDR.
He contribuido, he puesto mi granito de arena para que este país no se hundiera, a pesar de que a nuestra especie le convendría, porque en ese chapoleteo se abrirían nuevas posibilidades para subsistir, pero en el fondo soy un romántico. Ya sé que la idea de un cocodrilo romántico parece un disparate, pero no. Yo me sumé al paisaje y ayudé con mi presencia para que los turistas pensaran que esta era una isla bonita y decente, pero si nos van a meter el diente, se acabó. Me voy aunque sea para Groenlandia. Es mejor un cocodrilo congelado, que uno salcochado.
Si alguien me pudiera reclamar, o darme una botella hasta los Everglades, se lo agradecería eternamente. Pero antes tengo que hacer algo muy importante: comerme al viejo ese, Guillermo García, aunque sea lo último que haga en la vida y me colapse el estómago.
Esperando solidaridad animal, vegetal o humana, queda de ustedes, Alberto, el cocodrilo que no quiere ser merienda de nadie.