Para celebrar victorias y derrotas, e incluso para pensar y decidir si se pueden celebrar o no, lo mejor es una pipa de cerveza.
Cuando un cubano ve una pipa de cerveza acercarse, olvida la oscuridad, se borran o se postergan los derrumbes, le dan lo mismo las largas horas en la cola del pollo, se hace la luz y es como si Fidel Castro, rodeado de sus apóstoles barbudos, entrara nuevamente en sus vidas sobre un tanque. O sobre una pipa de cerveza.
Para el cubano de hoy, obstinado por el calor, los mosquitos, los apagones y las consignas del gobierno, una pipa de laguer es el mejor estímulo. Aunque sea momentáneo, aunque no dure mucho, aunque se le caliente el líquido espumoso.
Tal vez por eso el enemigo refuerza el bloqueo y el gobierno muchas veces no puede llenar la pipa de la refrescante bebida y se ve obligado a sustituirla por ron. Por un ron peleón, que lleva en su alma la ferocidad de los cimarrones y la valentía entusiasta de los mambises. Ponga una pipa y ya verá la masividad y el apoyo que tiene la revolución cubana.
No hay como un receptáculo del dorado líquido para que al pueblo le importe un rábano qué número de congreso del Partido se celebra, quiénes asisten, cuáles son los candidatos, para qué se reúnen, por qué transmiten esa mierda por televisión o si para ascender en el seno del Partido hay que estar gordo. Total, todo es igual año tras año y congreso tras congreso. La novedad es el sabor del lagarto, si viene fría o ya está tibia, y si la han “bautizado” con mucha agua o sabe a pipí de niño. Vengan congresos y asambleas, grita el humilde cubano. El resto es selva. O, mejor dicho, el resto es cerva.
Cerveza, laguer, cervilia, cerbatana, lagarto o lagardere, parecen ser los mejores amigos del pueblo cubano y resultan un medidor eficaz de la calidad de las cosas. Y un efectivo condimento para aceptar o engrasar la ideología que, a la manera de un supositorio, le quieren meter los que mandan y deciden. Si el gobierno saca cerveza por la libre y está fría, muchos piensan que ya se construyó el socialismo o que todo está mejorando aceleradamente.
El origen de este vínculo mental de la cerveza con el bienestar pudiera tener su origen en aquel 26 de julio de 1953 cuando el futuro Comediante en Jefe le desgració los carnavales a los santiagueros. Ni siquiera los mambises se habían atrevido a tanto. Ningún jefe del Ejército Libertador osó echar a perder una parranda o la más aburrida de las romerías, a menos que hubiera más de un gallego insolente golpeando a algún nativo. Y en esos avatares, como se dice en la jerga del poder, hay que discernir bien quiénes son los encartados para que lleven carta. Pero una fiesta popular ni se suspende ni se interrumpe. Un festejo pasmado groseramente por las autoridades es peor que un coitus interruptus, y eso duele.
Los cubanos saben bien que en la isla no se puede ser ni comemierda ni pesao, pero el resentido de Hipólito Castro era las dos cosas y le importaba un bledo. Él era el laguer y los demás que se jeringaran. Siempre se creyó refrescante y espumoso.
Por eso ahora, y no por complejo de culpa, el poder acerca el lúpulo y la cebada al pueblo, aunque ese pueblo no sea tan trabajador. Ya lo dijeron en Roma: “Pan y circo”. Ponga usted una pipa de cerveza, que alimenta y sustituye al pan, y ya verá el circo que se arma. Si aquel 26 de julio a algún combatiente lúcido y respetuoso con la gozadera de sus semejantes se le hubiera ocurrido ubicar un par de pipas de cerveza dentro del cuartel Moncada, los santiagueros lo habrían tomado sin disparar un tiro. Porque para tomar un tiro de laguer no hace falta disparar.
En los actos patrióticos era costumbre que desfilaran por la plaza todos los armatostes del ejército, más para asustarnos a nosotros mismos que para que temblara el enemigo. Lo que más temblaba entonces, año tras año, eran los cimientos de aquellos edificios que fueron cayéndose porque nadie los reparaba mientras se hacían viejos. Igual pasaba con aquellos pertrechos soviéticos.
Pero a ninguno se le ha encendido la chispa de que al pueblo se le somete con otro tipo de armamento. Un arma que doblega alegrando el espíritu. Una combinación folclórica y divertida: cerveza y música.
Ya veo el día en que en alguna fecha patria –si quedaran patrias y fechas–, sea 26 de Julio o Primero de Enero, desfilen por la plaza de la revolución, relucientes, titilando bajo los reflejos del astro rey, repletas de banderas, numerosas pipas de cerveza conteniendo en sus entrañas la alegría del pueblo que gritará consignas revolucionarias mientras arma un ordenado y respetuoso molote sin llegar al despelote.
Imagino a algún primer dirigente cubano que decida, por fin, acabar con la crisis. Primero, largos y encendidos discursos anunciando que el pueblo borrará la crisis para siempre. Luego, el acto público: 100 mil diccionarios de la lengua española en manos de la multitud enardecida y de militares que esgrimen tijeras de manera alegre y amenazante. Y después, a la voz de mando de “acabar” o “proceder”, todos cortarán las páginas que mencionan la temida palabra. Rota la crisis. Pallá pa´llá. Muerto el perro, se acabó la rabia. Tasajeada la palabra, ya no habrá crisis. Y para hacer las conclusiones, cien pipas de cerveza esperan al heroico y sediento pueblo.
Cierro los ojos y mi imaginación corre veloz como si hubieran ubicado una pipa de cerveza en la esquina. Veo los anuncios en la prensa, con el mismo lenguaje enardecido y enardeciente, trillado por el trillo que dejará la gente al correr con sus cubos, jarros y vasos pergas para llenarlos antes de que se acabe el lagarto (en Cuba se acaba todo menos la estupidez y la represión) y en letras espumosas sobre los reflejos de ese sol tan diferente que reseca los sesos en la isla, esta frase alentadora: “las autoridades del Partido Comunista (PCC) y el Gobierno en la capital desarrollarán un plan de atención diferenciado hacia las comunidades afectadas”. Una pipa de cerveza cada día para paliar los problemas, derrotar el bloqueo imperialista y lograr “la mayor parte del fondo habitacional en la capital cubana”.
Y así en cada pueblo, en cada cuadra, en cada barrio. Porque si uno se bebe una pipa de cerveza no le importa tanto el fondo habitacional. Es más, no le importa casi nada.
Usted coloca una pipa en cada calle del país y si se tira la 82 División Aerotransportada, los Marines morderán el polvo de la derrota. Y ningún cubano le brindará un buchito de laguer. Porque lo tuvo que luchar muy duramente.
Ilustración de portada: Armando Tejuca/ ADN Cuba