Esta es la tercera de cuatro columnas dedicadas a un verdadero proceso de transición para Cuba. En las dos anteriores abordamos los procesos de Verdad-Memoria Histórica, y de Justicia Transicional. Hoy trataremos sobre el valor y la virtud de la magnanimidad, tanto en el plano personal como social, para enfrentar el terrible peligro del odio acumulado, de la venganza como respuesta a las injusticias, de la violencia como respuesta a la violencia. El reto es cómo realizar una transición a la democracia sin sucumbir a la tentación del odio y de la revancha y sin dejar de hacer justicia en la verdad. Aprender a no olvidar, pero sin odiar. Aprender a ser fuertes, pero no crueles.
¿Qué es la magnanimidad?
Lo primero sería saber qué es la magnanimidad para no confundirla con complicidad, ni con debilidad, ni con ocultar la verdad, ni con faltar a la justicia.
Aristóteles describe “la magnanimidad, (la magna anima) o grandeza de alma, como su nombre lo indica, sólo se aplica a las grandes cosas…El magnánimo está en un extremo con relación a su grandeza misma; pero ocupa el justo medio, porque es como debe de ser; se estima en su justo valor, mientras que los demás, por lo contrario, pecan por exceso o por defecto…La pequeñez de alma peca por defecto, y deja al que la experimenta por debajo de sí mismo y por debajo de ese noble sentimiento que sostiene al magnánimo. En cuanto al hombre vanidoso, peca por exceso a causa de la opinión exagerada que tiene de su propio mérito; en lo cual nunca supera al magnánimo…Y así la magnanimidad debe mirarse como el ornamento de todas las demás virtudes. Ella las acrecienta y no puede existir sin ellas; y la dificultad que ofrece el ser magnánimo con toda verdad consiste en que no es posible serlo sin una virtud completa.” (Ética a Nicómaco, (siglo IV a.C.) libro cuarto, capítulo III)
Por su parte, Santo Tomás de Aquino relaciona la magnanimidad con la virtud de la fortaleza cuando dice: “En la preparación del ánimo… se pone en juego una virtud, parte integral de la fortaleza, que se llama magnanimidad, la cual anima a aspirar a lo más alto. La magnanimidad se puede desvirtuar por defecto, dando origen a la pusilanimidad, por la que el hombre, viciosamente, se siente incapaz de realizar lo que está a su alcance y lo rechaza, aunque sea proporcionado a sus posibilidades (Suma Teológica, (siglo XIII d.C.) II-II, q.133, a.1, c.). se encuentra el desequilibrio del ánimo por exceso, que se aprecia cuando se pretende alcanzar más de lo objetivamente posible por la propia capacidad. Esto es la presunción (Ibid. II-II, q.130) También se puede desear conseguir más honor del necesario, en lo que consiste la ambición (Ibid. II-II, q.131). “La magnanimidad implica una tendencia del ánimo hacia cosas grandes” (Ibid. II-II, q.129, a.1, c.)
En resumen, “el magnánimo es ese hombre justo y capaz de establecer las metas más altas que le permiten perfeccionarse a sí mismo como persona. Él es una persona justa que actúa de acuerdo a la virtud".
Relación entre justicia y magnanimidad
En la misma definición de Aristóteles se aclara que el magnánimo es una persona justa, por ello ser magnánimo no debe confundirse con obviar o desvirtuar la aplicación de la justicia. Al contrario, es precisamente la combinación humanista de conjugar justicia y virtud. En efecto, si revisamos la historia universal, y nuestra propia historia, podremos encontrar casos en que la justicia se vuelve inhumana, se desvirtúa por exceso, se convierte en instrumento de odio y venganza. Se usa la justicia para dar escarmientos sociales, sin importar la persona ni la injusticia que sufre el castigado. Incluso, se manipulan las leyes y las instituciones judiciales para convertirlos en el brazo ejecutor del odio acumulado, convirtiéndolos en instrumentos de la violencia institucionalizada y falsamente legitimada por un tribunal revanchista. En Cuba debemos evitar a toda costa que vuelvan los juicios de odio. Hay que abolir para siempre y para todos los casos la pena de muerte, porque la vida humana es un valor supremo y sagrado que debe ser inviolable desde el momento de su concepción hasta su final natural.
La formación de las personas que van a dedicar su vida a la vocación de impartir justicia debe incluir el valor y la virtud de la magnanimidad. Debemos aprender todos que no existe contradicción alguna entre la recta aplicación de la justicia y la magnanimidad que hace más grandemente humano al que imparte justicia, al mismo tiempo que no olvida jamás que,por muy graves que sean los crímenes cometidos, el criminal debe ser tratado siempre como el ser humano que es. El trato digno del victimario no solo garantiza su integridad, sino que honra sobremanera a quien se ocupa de impartir justicia o de aplicar la pena con magnanimidad.
La magnanimidad se relaciona directamente con la alta talla de la virtud ejercida con honor y no puede separarse de la fortaleza. Ser virtuoso es ser fuerte, no sicario. Ser magnánimo es ser fuerte no blando ni pusilánime. La magnanimidad es la forma más grande y humana de la fortaleza. Para mantener el alma grande es necesario ser más fuerte que para ser miserable de espíritu. El odio es propio de las almas míseras. La magnanimidad se expresa también en el perdón. El perdón es propio de las almas grandes. Y el perdón jamás niega la justicia ni la verdad. Se coloca por encima de ellas, las humaniza, las engrandece, las pone a nivel de Dios que es verdadero, justo, magnánimo y misericordioso, sin contradicciones. Los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza de ese Dios, por lo que no vale justificar el odio, la venganza y la violencia con el falso argumento de que somos hombres no dioses. Paradigmas de seres humanos veraces, justos, magnánimos y reconciliadores, sin sesgo de contradicción, abundan en la historia humana y en Cuba.
Magnanimidad personal, institucional y social
La magnanimidad no se reduce a una virtud personal, es también una virtud cívica. Ninguna virtud puede ser cultivada, ni vivida, sin una dimensión institucional y social. Sobre todo, por dos razones y formas de promoverlas:
1. Las instituciones y el ambiente social están organizados por seres humanos que le imprimen carácter y talante. Es decir, las instituciones pueden ser estructuradas para el odio y la violencia o pueden ser concebidas para evitar y castigar todo discurso y acción de odio, violencia y venganza. Por ello, es indispensable incluir, como un hito importantísimo del proceso de transición pacífica a la democracia el Cuba, el valor y la virtud de la magnanimidad y el perdón. Al concebir y aplicar las leyes, al mismo tiempo de cuidar el funcionamiento de las instituciones, deben incluirse, no solo el espíritu de la magnanimidad que es subjetivo y puede ser o no asumido por los ciudadanos, sino que es responsabilidad grave incluir las leyes, los mecanismos, los derechos, las libertades y las estructuras organizativas que garanticen el pleno ejercicio de la virtud de la magnanimidad y del perdón, por ejemplo: los derechos del penado, las condiciones humanizadas de los penales, el trato justo y respetuoso; el respeto al debido proceso, el derecho de legítima defensa a todos los niveles y desde el principio, los mecanismos de apelación y revisión de los procesos; la inclusión de mecanismos de indulgencia, sobreseimiento, amnistía, indulto, conmutación, perdón, según sea el caso y su gravedad y según sea el proceso de rehabilitación y reincorporación del penado. En fin, las instituciones, las leyes y sus reglamentos de aplicación deben contener, explícitamente, los mecanismos de magnanimidad y perdón que viabilicen y complementen estructuralmente estas virtudes que también se deben educar y cultivar en los que administran la justicia.
2. La segunda forma de promover la magnanimidad en el ámbito social, más allá de la educación personal, es el cultivo de este valor y el ejercicio de esta virtud en la familia, la escuela, las iglesias, los medios de comunicación, las demás organizaciones de la sociedad civil, las redes sociales, entre otros instrumentos educativos y de creación de opinión pública. En efecto, se debe institucionalizar un clima de magnanimidad, de revalorización del perdón como virtud cívica de los fuertes, de una atmósfera de convivencia, de respeto a la diversidad y a la discrepancia, un ambiente de amistad cívica. Por la historia sabemos los excesos y crímenes que se pueden cometer cuando las personas, las instituciones, especialmente las de justicia, y toda la sociedad, se encuentran sumergidas en un clima de odio, de venganza, de violencia, que hacen irrespirable la vida, la amistad social, el ejercicio sereno y humano de la justicia.
Todos sabemos, por lamentable experiencia, que la violencia engendra violencia, que una justicia sin magnanimidad se convierte en suprema injusticia llena de revancha y crispación. Venga sobre Cuba una nueva época cordial, en que la única forma de vencer sea la que consagró San Pablo en el Nuevo Testamento: “Vence el mal a fuerza de bien” (Romanos 12,21)
El futuro democrático, pacífico y próspero de Cuba depende, en gran medida, de la magnanimidad de sus hijos. La integración y complementación de los procesos de Verdad-Memoria, Justicia Transicional y Magnanimidad son el camino más seguro y humano para avanzar en una transición pacífica hacia la democracia y hacia la reconciliación nacional. No nos saltemos ningún paso. El próximo lunes concluiremos estas cuatro columnas seriadas tratando de discernir, entre todos, qué es y qué no es un verdadero proceso de reconciliación nacional.
Hasta el lunes, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia.