Un viejo chiste del extinto campo socialista hablaba de un cartel que había aparecido en un sitio céntrico. No instigaba a rebelión alguna. No insultaba a dirigentes, ni gritaba “abajo fulano”. Pero su contenido preocupó más que ninguno. Era escueto y venenoso. Decía: “¿Habrá vida antes de la muerte”?
Pero ahora en Cuba, sobre todo en la capital, parece que tampoco hay vida después de la muerte, porque, como dice la nota informativa de un diario oficialista “las estructuras necrológicas en La Habana siguen padeciendo la falta de carros fúnebres, denuncias de pérdida de restos, jardineras y lápidas e incluso la profanación de tumbas, así como constantes quejas por los deficientes servicios de cremación en medio del aumento de las defunciones en la capital”.
La crisis ha provocado el titular “Solo 45 carros fúnebres trabajan en La Habana para atender hasta 100 defunciones diarias”, es decir, que después de morir hay que seguir esperando el transporte, aunque en ese aspecto ha habido una triste mejora: antes uno moría esperándolo.
Las autoridades, que no saben cómo resolver los asuntos de la vida, han de estar locas con el problema de la muerte. No saben si el Partido Comunista provincial suplicará a la población ser considerados y no morirse tanto, o si algún genio tendrá la ocurrencia de dar turnos para morirse.
Ellos, que lo quieren controlar todo, no pueden evitar que a algunos desconsiderados se les ocurra “cantar el manisero” cuando más problemas hay, creándoles un cuello de botella con los servicios.
Según la nota informativa, la crisis del transporte al “más allá”, que en realidad es al más acá, es producto de “que actualmente se necesitan en la capital 80 vehículos y la base de transporte de la entidad cuenta solo con 53, que además se encuentran altamente sobreexplotados”.
No sería extraño que, con esa chispa e inventiva cubana, a algún dirigente se le ocurra, aunque sea de manera temporal (en Cuba lo temporal se convierte en eterno), utilizar ómnibus para el transporte de fallecidos; o, para no escandalizar tanto, crear los carros fúnebres “ruteros”, que recogerán más de dos casos por viaje, con el consiguiente ahorro de tiempo y combustible.
Otro de los problemas graves que tiene el morirse actualmente en La Habana es la cremación. A pesar de que es vox pópuli que el cubano de hoy vive en candela, incinerar un cuerpo es casi como cruzar el Niágara en bicicleta. Lo dice también la nota informativa: “en La Habana solo existen dos inmuebles con cuatro incineradores que no pueden asumir más de 32 cremaciones por día, contra 40-45 solicitudes en ese tiempo”.
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Si se me montara ahora mismo el creativo espíritu de Gutiérrez Alea, Titón, director de La muerte de un burócrata, comenzaría a ofrecer sugerencias para resolver esos problemas. Imagino las orientaciones que bajarían desde arriba, emanadas de “las instancias correspondientes”:
1- La muerte es para revolucionarios. El estado cubano no garantiza servicios fúnebres a desafectos, disidentes, mercenarios y/o gusanos de toda índole.
2- Se pide a la población que se organice en el asunto de morirse, por municipios, poniendo una cuota diaria que garantizaría la efectividad de la cadena puerto –transporte -funeraria- cementerio.
3- Se solicita, asimismo, que la población aguante un poco más y prolongue, aunque sean por unas horas, las ganas de abandonar este mundo. En caso de máxima necesidad, los propios ciudadanos en vías de estirar la pata, podrían ir a dar su último aliento en el mismo cementerio, de ser posible, junto a la tumba o a poca distancia de ella.
4- Para aliviar los atrasos en el servicio de cremación, el partido provincial pide a la ciudadanía que colaboren incinerando a sus fallecidos o que estos (los fallecidos) se incineren ellos mismos. No está claro para el Partido cómo controlar las incineraciones colectivas, por CDR, un día al mes.
5- El gobierno regulará lo de morirse cuando el ciudadano quiera, y restringirá a un solo fallecimiento semestral por núcleo, intransferible e impostergable.
6- Solicitar ayuda a los cuentapropistas para el transporte (en vehículos de tracción animal) de muertos y la cremación (con carbón vegetal) de forma escalonada de la población. Esto será supervisado por la Policía Nacional Revolucionaria.
7- Se dispone que, en caso de servicio defectuoso, el cliente sólo contará con treinta días hábiles a partir del entierro o su cremación, para reclamar ante las entidades responsables. El cliente es, por supuesto, el muerto.
Pudiera seguir, pero mi cuota de humor negro se termina. No me cabe duda que algún disparate nacerá de los cerebros agobiados de la dirección del país. Habría que esperar lo peor: desde dar sepultura en los baches de la ciudad, en los túneles populares que fueron abiertos en su día, o tal vez, en una alusión simbólica a que Cuba es un barco que se hunde, lanzar los cadáveres por la borda.
Y con respecto a la incineración, me atrevo a citar al gran poeta Roque Dalton, que contradijo a Francisco de Quevedo con estos versos: “Polvo serán, mas ¿polvo enamorado?”