El lunes 14 de diciembre, en la ciudad de Cárdenas, un esbirro de la policía política castrista tocó a la puerta de los Álvarez Rodríguez.
El doctor Álvarez, un médico de mediana estatura y barba canosa, es el padre del poeta de 31 años metido en problemas políticos. La madre, Mirta Rodríguez, es una obstetra muy respetada por su comunidad que, según el joven escritor, "ha traído al mundo a toda una generación de reparteros".
La familia Álvarez Rodríguez acudió al aldabonazo y se encontró a un jenízaro inclasificable, de piel fusca, barriga fofa y cabezón cubierto con un gorro de esquiar que llevaba en la frente el logo de Levi's.
El poeta, los doctores y el esbirro formaban un retablo viviente. Un moderno icono cubano.
Podría decirse que la ciudad de Cárdenas es un scripted space, un espacio de la imaginación patriótica y mediática, escenario del fabuloso escape de Narciso López en el corcel Mazepa de mi tatarabuelo, Francisco Díaz de Villegas, en 1848. La tarde de su arribo a Cárdenas, después de una cabalgata olímpica desde la Mina de la Rosa Cubana, en Mainicaragua, el Padre de la Patria almorzó amigablemente con el teniente gobernador de la ciudad, Francisco Quintayros, que no sospechaba los planes de fuga del coronel renegado.
A la mañana siguiente, Narciso López viajó de incógnito desde el puerto de Cárdenas hacia Nueva Orleans, y de allí a Nueva York, donde Miguel y Emilia Teurbe Tolón, José María Sánchez Iznaga y Cirilo Villaverde, le ayudaron a diseñar la bandera cubana, la misma enseña anexionista que hoy cubre los hombros del cimarrón Luis Manuel Otero Alcántara.
Tal es el trasfondo simbólico del arresto de Carlos Manuel Álvarez, sucintamente explicado para nuestros amigos del hemisferio sur. Mientras la historia latinoamericana se escribía en las favelas de La Habana, los sudacas lloraban la muerte del gaucho insufrible Diego Armando Maradona.
Carlos Manuel y los muchachos del Movimiento San Isidro buscan, entre otras cosas, revertir los polos de la hegemonía mediática y hacer que el flujo informático comience a correr desde el mar Caribe hacia Mar del Plata, y desde la prisión de Valle Grande hacia el Valle de Ñancahuazú. Después de todo, nuestros enemigos y detractores no se encuentran al norte, sino al sur más retrógrado del continente. Sus nombres son Lula, Dilma, Bachelet, Cortázar, Niemeyer, Frei Betto, Bonafini, Kirchner, Guayasamín…
Debido al desfase bipolar, un escritor cubano puede ser lanzado a una camioneta en el medio de la noche o del día sin que ningún sudamericano pierda el sueño. Pasarán semanas sin habeas corpus y meses sin conocer su paradero, y ningún periódico uruguayo se dignará a declararlo "desaparecido". Nuestras desapariciones son una política de Estado dejada al capricho de la naturaleza, y suceden a pleno sol, en el Tapón de Darién o en el Estrecho de la Florida.
Una van de modelo anticuado, tipo Daihatsu del 83, favorita de los violadores y asesinos en serie, aguardaba, con el motor en baja, al final de la cuadra, mientras la familia Álvarez Rodríguez hacía ingentes esfuerzos por convencer al jenízaro de que en el resto del mundo existe algo llamado "derechos humanos", entre los que figura caminar por las calles.
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Los ecos del atropello llegaron, por fin, a Buenos Aires. Acostumbradas a los aeropuertos funcionales, las manifestaciones autorizadas y la prensa libre de su Dictadura, las abuelitas de la Plaza de Mayo se desentendieron de los cubanos y regresaron a sus bombillas de mate bajo el retrato del Che.
Y si los compañeros de los países hermanos no comprenden lo que está pasando a un joven poeta empujado hacia el interior de una van con paradero desconocido, cómo rayos van a entender las razones por las que el esbirro insistía en devolverlo al redil de la Uneac. Sí, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Cómo podrían entender la chilena Camila Vallejo o la cachaca Piedad Córdoba, que nuestra Uneac es ahora la UMAP, una unidad militar para la ayuda a la producción, donde dramaturgos gays, poetas lesbianas, novelistas de melena cana y cantautores depravados encontraron asilo y rehabilitación. Los antiguos perseguidos son ahora perseguidores y ayudantes felices entregados a la manufactura de propaganda oficialista.
Los barracones de antaño son las casas particulares y cada hogar de patriota una granja de castigo. Bajo la jurisdicción de los gorilas caen unidades militares del tamaño de ciudades y provincias. La reeducación es llevada de puerta en puerta por boinas negras que operan como una secta de vendedores de aspiradoras.
La Revolución es la aspiradora enloquecida que mete en el mismo saco al chivato y al novelista, al jenízaro y al ecologista, al repudiante y al ciudadano. Una aspiradora que barre a su paso con la más legítima de las aspiraciones: que el castrismo termine, como las dictaduras sudacas, en el basurero de la historia.