El régimen cubano organizó un encuentro de “desmochadores de palma” en la provincia de Camagüey, nadie sabe a ciencia cierta por qué, pero al parecer resultó muy llamativo para la televisión oficialista, que le dedicó un breve reportaje.
En una cooperativa, ubicada en cierto municipio de esa provincia oriental —no importan los nombres, ya que no dirían nada—, un grupo de estos “trabajadores por cuenta propia” demostraron su destreza en el arte noble y sutil de cosechar palmiche a machetazos frente a una comitiva de jefes provinciales.
Imposible negar la destreza de esos hombres: hay que verlos encaramarse como felinos hasta la altura donde reposa el palmiche, dar tajos certeros, y luego bajar agarrados de una cuerda, como si se tratara de tomar café o brincar un charco de agua.
La alimentación de los cerdos está garantizada: dijo el periodista que en Camagüey hay medio millón de palmas, por lo que vendría bien convocar a más desmochadores para hacerle un corte a todas y con esto dar alimento a los animales.
El negocio sería cosa de muy buen ver, porque en Cuba no hay pienso para los animales, como no hay comida suficiente para hombres y mujeres. El presidente del Consejo de Defensa Provincial, Ariel Santana, hizo un llamado a fortalecer el movimiento de desmochadores y reconoció a los allí presentes como sabe hacerlo el régimen: con diplomas.
Es bueno recordar que el oficio de desmochador, practicado por los campesinos desde tiempos remotos, fue incluido por los burócratas castristas en su lista de actividades que un cubano podía practicar sin merecer cárcel o multa, cuando el régimen se decidió a ser más tolerante con la iniciativa privada.
Esa lista desapareció recientemente, pero mientras estuvo vigente —unos diez años— la gente se preguntaba por qué ocupaciones tan triviales como recolectar palmiche necesitaban tanta fanfarria legal. Después de una década, por fin alguien “allá arriba” se dio cuenta de que, con ley o sin ella, los desmochadores de palmas seguirían practicando su oficio centenario.