Hay un viejo refrán que nunca falla: Dime con quién andas y te diré quién eres. Bajo ese prisma habría que valorar y juzgar qué es en realidad el gobierno cubano. Un gobierno que compra o negocia el apoyo de la peor ralea del mundo es, por ende, también malo. Un país que sobrevive en la arena internacional buscando la complicidad o el concubinato de otras dictaduras, es, sin ir más lejos, total y tajantemente, una dictadura.
Pues ya dicho lo de saber quién eres, conociendo con quién andas, y rematando con otro refrán que anuncia que te cobijará buena sombra si a buen árbol te arrimas, no queda más que recordar, dolorosamente, coléricamente, cómo Cuba saboteó, con la alianza y contubernio de otros países, la brevísima comparecencia de Ariel Ruiz Urquiola durante el 44º período ordinario de sesiones del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Y aquí no viene un refrán, sino una cita bíblica de Mateo, que dice en su capítulo 7, versículo 15:
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. Y luego, algo que les viene como anillo al dedo al representante de la dictadura cubana y a sus compinches, representantes ellos mismos de otros gobiernos fecales o dictaduras: “Por sus frutos los conoceréis”.
Una muestra de esos frutos vio el mundo hoy. Sentí vergüenza, como han de haber sentido otros hombres de bien en este mundo tan lleno de idiotas autorizados, como Jairo Rodríguez Hernández, trajeado representante de Cuba y mascachapas de turno, con la apariencia de un sobreviviente de la economía fallida de la isla, que ni siquiera sabe ponerse bien la mascarilla, interrumpía al dignísimo Ruiz Urquiola en su turno al habla.
Daba grima y mucha cólera ver al encorbatado esbirro cubano citar el artículo 113 del reglamento de la entidad para, primero, descalificarlo, y luego amenazar, como un mafioso de quinta, a la mismísima presidencia del Consejo, diciendo al principio: “No podemos permitir”, para cerrar, subiendo el tono hasta sonar como una amenaza: “No vamos a permitir”.
Y entre las insolencias del cubano oficialista, la interrupción (escrita) del obeso representante de Venezuela, en una intervención absurda, evidentemente planeada con Cuba, y que mareó a la audiencia con un lenguaje florido que estaba entre Éufrates del Valle y Cantinflas. Y a continuación, el de China, país al que deberían haber excluido de ese organismo internacional hasta que su gobierno no pida perdón al mundo por haber ocultado todo lo relacionado con la actual pandemia.
Y en el sainete, el esperado coreano del norte y dos apariciones de un inesperado extra: el de Eritrea, esa Eritrea, cuyo nombre suena a enfermedad, conocida como la Corea del Norte de África, y a la que, según una amiga, Cuba haya prometido posiblemente una brigadita de médicos. Es más que curioso que todos los que sabotearon la comparecencia de Ariel Ruiz Urquiola representen países de los que huyen despavoridas las personas.
La dictadura cubana muestra cada día más el nivel educacional de la isla, el desparpajo combatiente y la ignorancia de las normas de urbanismo. Sus representantes en el exterior son iguales de educados que la policía del interior, explícitos e insolentes, y no resisten que les contradigan en lo más mínimo. Si no pueden reprimir, caen en la vulgaridad, y acallan cualquier voz disonante. No soportan la oposición. No saben hablar civilizadamente y escuchar lo que tenga que decir el semejante. No han aprendido a rebatir decentemente, con razones, señalamientos o acusaciones. Son hijos innegables de Fidel Castro, soberbios y déspotas.
Pero el mundo escuchó, adentro, a pesar de haber sido saboteado, y afuera, como hombre libre, las acusaciones de Ariel Ruiz Urquiola. Que sirvan o no, que se condene a Cuba o no, ya es lo de menos. El férreo control que tiene la dictadura sobre lo que pasa en el país, se ha roto, y no lo pueden impedir ni por la fuerza ni con griterías de locas histéricas.
Han tenido 61 años para hacer un país en el que se pueda vivir y prosperar, y han fracasado. Han hecho cada día todo lo contrario a ayudar a florecer la economía y la libertad. Lo han hundido, lo han estropeado, lo han cercenado, lo han pisoteado como han pisoteado a sus gentes. Es hora de que, en nombre de esa honestidad de la que siempre alardean, reconozcan que no pueden, que han fracasado.
La actuación de Cuba y sus amigotes en Ginebra, el jueves 3 de julio es, para que el pueblo entienda, una raya más para el tigre.
Es hora de que todos los cubanos, de adentro y de afuera, y el mundo con ellos, digan, serena y firmemente a los representantes de esa dictadura obsoleta: ¡Váyanse ya!
Porque se acerca el día que el tigre no aguante ni una raya más.