Los niños de Jovellanos deben de estar muy confundidos con respecto al reino animal. Sobre todo los que han visitado el zoológico de la localidad con sus padres o maestros. Y han de visitarlo porque, según reportes de vecinos de la localidad, en Jovellanos no hay otra cosa que hacer, o que ver, como no sea mirar al cielo y soñar. O emborracharse, y por ahora los niños no tienen esa opción.
Pero ir al zoológico y ver a los leones, atracción que siempre ha despertado curiosidad en los niños y acelerado su pulso, en el zoológico de Jovellanos tiene un efecto contrario. No ven allí al orgulloso Rey de la selva, al depredador esbelto, hermoso, que causa respeto y muchas veces pavor, y cuyo rugido nocturno acelera la sangre de quienes lo escuchan a kilómetros de distancia. Los leones del zoológico de Jovellanos no dan miedo, provocan una lástima infinita.
Cuando vi las fotos impactantes pensé en Dachau, en Buchenwald o en Auschwitz, los campos de exterminio nazis. Y comenzó a sonar en mi cerebro la voz de Juan Carlos Baglietto y su estremecedor tema “Carta de un león a otro”.
Y el de Jovellanos no es una excepción. Según el reporte de Dalgis Arias, en la red social Facebook, donde hizo la denuncia gráfica: “El de Jovellanos es uno de los cuatro microzoológicos de la provincia, además de los de Cárdenas, Colón y Matanzas, todos en condiciones similares”.
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Posiblemente los niños de Jovellanos, y los de otros sitios del país, donde los únicos ejemplares de la fauna animal que puedan observar sean igual de famélicos y tristes que estos leones enjaulados, jamás comprenderán la profunda desolación de algunos versos del poema de José Martí “Los dos Príncipes”. No podrán nunca entender aquello de:
Los caballos llevan negro
el penacho y el arnés:
los caballos no han comido,
porque no quieren comer…
Si los caballos están tan macilentos como los felinos de Jovellanos y no han comido porque la pérdida del hijo del Rey ha enlutado hasta los estómagos, los leones deben llevar un luto muy grande en el corazón. Llorarán por un príncipe o por algún secretario municipal del Partido. Y algún muchacho que ya ande desarrollando su vocación de humorista pensará que era mejor que no enterraran al dirigente, sino que se lo hubieran dado a estos leones de merienda para evitar que tengan “el costillar de Rocinante”.
Se les armará un gran caos mental a esos muchachos de Jovellanos. Pensarán que todos los leones del mundo son así, en lugar de entender que no sólo los leones pasan a “fase sombría” en el socialismo, sino que en un sistema así, improductivo y dependiente, nadie engorda. Que un régimen como el cubano pone a todos a régimen, porque además de alimentar a la población como a gorriones, les conviene que no rujan. Porque un rugido estremece y avisa, y prefieren por ello un bostezo.
Les costará trabajo a esos niños imaginar la pradera africana. Entender la ley de la selva. Comprender el concepto de “la cadena alimenticia”, cuando ya ni siquiera funciona la otra, “la cadena puerto-transporte-economía interna”.
Dudo mucho que piensen que los leones son disidentes y han hecho una prolongada huelga de hambre. O que han decidido mantenerse en la línea, y que eviten la obesidad. Lo más probable es que sospechen que en Cuba maltratan por igual animales, calles, edificios y seres humanos, porque ya la isla toda es una selva, la jungla despiadada donde el rey ahora no es ese triste león a punto de desmayarse, sino el miedo, la incertidumbre, los militares, los represores y los policías.
Lo siento por esos padres y maestros, que tendrán que organizar, más temprano que tarde, una excursión a La Habana. Y no al zoológico de 26, que anda casi igual, sino al Paseo del Prado.
Allí podrán ver de cerca a los únicos leones que parecen realmente leones, y que conservan el empaque del Rey de la selva. Han durado tanto porque son de bronce.