Yo sé que esto va a ser la bomba, pero… ¡no me importa! Voy a hacer pública una verdad como un templo. Mis amigos opositores querrán tirarme a los cocodrilos, los artistas independientes (amigos también) gritarán: ¡Shame on you! ¡Shame on you! Pero… ¡Lo siento!
No hay nada más “glorioso” que pertenecer al cuerpo militar de la República de Cuba y a la Policía Nacional Revolucionaria. Ahí está. ¡Se tenía que decir y se dijo! Ahora pueden enviarme a la Interpol, a los Caminantes Blancos o a un Mark Chapman para que me atraviese los espejuelos (que no uso) de un balazo.
Solo espero que antes de urdir planes “tarantinescos” contra mi persona, le bajen dos rayitas a su ira y lean mi análisis. Cuando digo “no hay nada más ‘glorioso’ que pertenecer al cuerpo militar de la República de Cuba y a la Policía Nacional Revolucionaria” no me refiero a aquellos despreciables que golpean a los disidentes por manifestarse de manera pacífica, ni a los que abusan con la población, armados de palos y perros, ni a las ciberclarias a sueldo en oscuros laboratorios, ni a los que se ensañan con las mujeres activistas porque frente a sus ovarios, sus testículos son de juguete.
Tampoco estoy pensando en los que han torturado inocentes, de manera física o psicológica, ni en los que le fabrican delitos falsos a seres humanos dignos solo por disentir, ni en los que ponen en estado de shock a nuestras familias o los que no tienen el valor de matar a pleno sol como los “dictadores machos”, pero planifican accidentes de tránsito y otras puterías de maleantes sietemesinos…
A todos ellos les espera el banquillo de los acusados. La justicia saldrá en su captura, con su balanza y su espada, pero sin la venda en el rostro, para poder mirarles a los ojos, condenarlos y llamarlos por su nombre: criminales.
Mi mensaje se centra en los otros. Los que prestan servicio por pura vocación, o porque la vida los enredó en dichas instituciones, y tratan de hacer su trabajo del modo más decente posible, sin caer en la bajeza de los abusadores. Ténganse en cuenta que en un país militarizado como el nuestro, casi todas las familias tienen un policía, un militar o varios. Muchos se preguntarán ¿Ok, pero qué hay de glorioso en eso? En realidad, nada. Hoy, ellos también son víctimas. Se debaten entre el miedo y el adoctrinamiento. Sin embargo, el día de mañana, les daremos la oportunidad de convertirse en héroes.
Los cubanos, dentro y fuera de la isla, tenemos la autoestima baja. Somos incapaces de aceptarlo, pero es cierto. Cada vez se vuelve más común decir: “este es un pueblo de carneros”, “la estirpe de los Maceo se acabó”, “si Martí resucita se muere de un infarto”.
Intentamos escondernos detrás de: “aquello no lo tumba nadie”, “a esa gente hay que sacarla a punta de pistola”. Nos percibimos como ciudadanos de quinta categoría, pisoteados por unos viejos repugnantes y olvidados por el resto del planeta. No hace falta acudir a ningún manual de psicología, ni pasar un postgrado en Freud. La verdad es simple: estamos jodidos, muy jodidos.
La única forma de quitarnos ese muerto oscuro es lanzándonos a las calles. No uno, ni dos, sino el pueblo entero, acompañado por los que vivimos fuera. Ese día va a llegar más pronto de lo que muchos se imaginan. Todavía no es una certeza nacional, pero sí una sospecha, un deseo pasajero que se está convirtiendo en anhelo.
Ya en el tornado de Regla, abucheamos a Díaz-Canel; se hizo una marcha contra el maltrato animal, otra por el orgullo gay, un intento con SNET; explotamos en Cuatro Caminos. De que viene, viene. Es una deuda que tenemos con nosotros mismos. Es eso, o nos resignamos a mirarnos con lástima por cobardes. Por esta razón, cuando ocurra será una fiesta. La oportunidad que tendremos todos los cubanos de recuperar la vergüenza.
En este momento es donde los militares y la policía pueden marcar la diferencia. Aquí les vamos a dar el chance de convertirse en héroes o en sabandijas. Por eso lo de “glorioso”, pero depende del lugar donde se coloquen. Y no lo digo por una baba patriótica, ni por la libertad, el sacrificio u otro argumento politiquero. Lo digo por una cuestión de humanidad y de principios. ¿Qué van a hacer cuando nos lancemos todos a las calles?
¿Van a ponerse del lado de unos corruptos, o de sus abuelos que tienen una jubilación miserable; del lado de los que destruyeron la economía del país, o de sus padres que han tenido que criarlos con mil inventos, a riesgo de acabar en la cárcel; del lado de los que poseen bares de lujo, yates y vacaciones en Europa, o de la hermana que tiene un chiringuito de panes con croqueta y padece la extorción de los inspectores; del lado de quienes alimentan a los niños en las escuelas con comida de calabozo, o del lado de tus hijos que tienen la vida por delante?
Repito, no es baba patriótica, ni politiquería. ¿Quieren para sus hijos la vida que tuvieron sus abuelos, sus padres y la que ellos están teniendo ahora? ¿De qué lado van a estar? ¿Serán héroes o sabandijas? Les dejo esta decisión para un futuro próximo.