El amor del castrismo a los dólares

El embajador de Cuba en España, Gustavo Machín, ha develado la medida con que se mide la cubanía de los emigrados: “la premisa con los emigrados es que tienen que amar a Cuba”
El embajador Gustavo Machín
 

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Lo cantaba Nat King Cole, que “El amor es una cosa esplendorosa”, y es cierto. El que ama pierde los sentidos y los aumenta también, al menos en número. En vez de cinco, siete, aunque también sucede que de esos cinco, al menos uno o dos se ensanchan, se hinchan, se van inflamando poco a poco hasta que uno no siente nada o siente cosas distintas.

Con el amor a la patria sucede otro tanto. Una de las cosas más claras sobre el tema la escribió José Martí, nuestro Martí, cuando fustigó a quienes usan el nombre de la patria para elevarse, para ascender con sus intereses privados, su ego, su ansia de trascendencia: “La patria es ara, no pedestal”.

Pero en Cuba después de 1959, con todos los desastres que ha provocado el gobierno revolucionario, el amor a la patria, como el resto de los amores, ha sido normado, diseñado con instrucciones precisas, y quien se sale de ese guión, por apatía o exceso de amor o dudas, corre el peligro de caer en la categoría de traidor o de cubano mal nacido, según las últimas descripciones anatómicas hechas por los actuales dirigentes, a quienes se les puede llamar también “Jefes de la Cosa”. Una cosa que dejó de ser “nostra” cuando el comandante se apropió del país y del concepto de patria. Desde entonces la patria no era ni ara y mucho menos pedestal, sino que era él, siempre él.

Ahora el embajador de Cuba en España, el compañero Gustavo Machín, que canta menos que el gran Antonio Machín, aunque intenta sonar las maracas como el cantante, ha develado otro secreto a voces del gobierno cubano, la medida, el rasero con el que se mide la cubanidad o cubanía de los emigrados: “la premisa con los emigrados es que tienen que amar a Cuba”.

A otros glóbulos –por supuesto, rojos- del ADN cubano, como “la calle es de Fidel”, “la calle es para los revolucionarios”, se viene a agregar este: puedes estar lejos, pero tu amor a la patria debe entrar por el aro gubernamental aunque ya no grites (incluso en otros idiomas) “pa’ lo que sea, Fidel, pa’ lo que sea”.

Ellos, tan decentes que son con quienes abandonaron el barco de la revolución, intentan no mostrar su asco con los emigrados que antes fueron –fuimos- “la escoria” con trabalenguas de este tipo: “tenemos una política de tener amplias y fluidas relaciones con la comunidad cubana radicada en el exterior. No hay un divorcio, ni tiene que haberlo. Somos cubanos. La única premisa es que usted tiene que amar a ese país. Y yo pienso que esa es una premisa que no es muy difícil”.

Y como Machín no quiere tener un machín en su expediente amatorio, para demostrar que ama a su patria pero que también es seriecito cumpliendo con su trabajo, agrega: “nuestros consulados están abiertos a todos los cubanos, independientemente de sus ideas políticas, inclusive si aman o no aman a Cuba. Los consulados cubanos atienden a todos los cubanos por igual”.

Es decir, que en los consulados cubanos por el mundo son capaces de tumbarte los euros y los dólares de las renovaciones de pasaportes o cualquier otra gestión legal, sin exigirte que te cortes las venas allí mismo, y escribas con tu sangre “Fidel”, en las paredes del inmueble para demostrar tu amor patriótico. Ya contribuyendo con tu dinero a que sigan viviendo los manganzones del buró político, la asamblea nacional y el comité central, muestras cierto cariño por tu terruño.

El diplomático cubano, tan diplomático, declaró también al diario 20 minutos que: “Tú no amas a tu país cuando propones y apoyas políticas que afectan al pueblo de tu país. Me parece a mí. Y hay cubanos que lo hacen, hay cubanos en Estados Unidos que apoyan el bloqueo. Para mí no aman a su país, porque todos los aspectos de la vida diaria de un cubano son afectados por el bloqueo de los Estados Unidos”.

Y según Machín tampoco es muy amoroso, patriótico ni cubano, apoyar la opción de que Nicolás salga de Venezuela, por las buenas o por las malas. Parece que amar a Cuba, a Fidel, a Raúl y al espíritu santo, también incluye a Venezuela y a Maduro, por aquello de tener luz en la patria.

Ya lo dijo Nat King Cole: “El amor es una cosa esplendorosa”. Y extraña, digo yo, según quien ponga las reglas del juego.

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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