Caminar por las calles de La Habana Vieja es volver al pasado. En cualquier esquina del Boulevard de Obispo los transeúntes pueden encontrarse con el Caballero de París, quien fuera el vagabundo más famoso de La Habana, y que hoy cobra vida a través de Andrés Pérez Viciedo.
Inmóvil pero en pose elegante está la estatua. Los que la ven por primera vez advierten algo raro, pero no saben qué. Muchos se acercan para hacerse una foto junto a la figura, y de repente se mueve. No es de bronce, sino de carne y hueso, un hombre que cada día viste las prendas harapientas y se maquilla para dar vida a José María López Lledín, el Caballero de París.
“Empezamos no instituidos, inadaptados”, dice Andrés, cómodamente sentado en un viejo mueble de lo que fue su camerino, una habitación poco bonita que la Oficina del Historiador de la Ciudad les facilitó para que se pudieran cambiar, él y otros figurantes que tienen permiso para trabajar como Estatuas.
“Algunos de nosotros nos formamos en el último proyecto de Vicente Revuelta (uno de los más importantes maestros de las tablas cubanas), donde ya nos estaba hablando de teatro callejero. Entonces empezamos a hacer cosas con él en la calle, eso fue por el 97. En esa misma época salen a la calle otros grupos como Olivia, con su proyecto de zancos tocando música, además el grupo Somos la Tierra, gente con ideas que deciden salir a lucharla, a presentarse en las calles”.
Andrés recuerda que en esa fecha, Eusebio Leal, el Historiador de La Habana, los ve y le gusta, o no se niega. “Como que lo permite”, aclara.
“Y después incluso nos permite que recojamos, que podamos aceptar el dinero que la gente nos da”.
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Al principio el Caballero de París estaba en las calles de forma ilegal, pero no duró mucho tiempo así. A propuesta de la Oficina del Historiador, solo siete de las personas que hacen lo que Andrés pasaron a tener un carnet que les permitía trabajar. Ese nuevo permiso los catalogaba como Figurantes. Sin embargo el nuevo nombre no fue del agrado de la mayoría, ellos eran actores, y como tal querían ser nombrados.
“Muchos de mis hermanos, de mis compañeros, no querían aceptar la nueva categoría que nos fue asignada porque era como degradarse, que como actor te dejaras marcar como un figurante. Entonces yo les decía que figurante es una palabra tan fuerte que entre los sinónimos que tiene en español aparece actor, y viceversa”.
Andrés fue práctico, antepuso los beneficios que podría significar tener un permiso para trabajar ante los prejuicios de ser llamado Figurante. Supo aprovechar la oportunidad de estar legal haciendo su trabajo, no como otros que realizan la misma actividad, pero de forma ilegal, y no se trata de que no les guste el nombrecito, sino que la Oficina del Historiador solo entregó siete permisos y una parte de ellos quedó fuera de la repartición.
Desde muy joven Andrés dejó la escuela, con solo 16 años ya trabajaba, se puso a hacer de todo para sobrevivir, pero cuando tenía más de 20 encontró el teatro como inspiración.
“En el año 2001 comencé con un personaje de un flautista que no tenía pies y salía de una maleta tocando el instrumento musical. Hace siete años que soy El Caballero de París. Siempre me pienso los personajes como performance, desde la actuación. Creo que una obra de teatro demanda mucho trabajo para montarla, y dura muy poco tiempo en escena, sin embargo a través de un performance puedes también contar una historia; y eso es lo que hago, transmitirle al público una historia del pasado”, comenta.
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Ser una estatua viviente es muy interesante. Mantenerte inmóvil mientras el mundo gira a tu alrededor da una posición privilegiada, te convierte en un observador crítico, que no se involucra pero lo ve todo. Y Andrés lo sabe.
“Lo más interesante que tienen las estatuas vivientes es que las persona están liberadas de una actitud ante uno. Cuando la persona se encuentra contigo viene siendo ella, él, vienen siendo libres. Eso es peligroso porque a veces la libertad se traduce a que te tiren un piñazo o a que te pongan una pizza caliente en la cara, a que te quiten el maquillaje, ¿entiendes? A que te quieran robar”. Y mientras dice estas palabras mueve la cabeza como buscando una complicidad, buscando que lo entiendan.
Extensas jornadas de trabajo caracterizan el día a día de ese hombre, sin embargo nunca ha presentado problemas de salud debido a las horas de pie o al maquillaje que usa. “No es tarea fácil permanecer tanto rato sin moverse, mirando un entorno tan agitado, pero me gusta. Cada día hago ejercicios de concentración, la respiración es muy importante. En cuanto al maquillaje, nunca he presentado una lesión en la piel; utilizo maquillaje profesional y el clásico corcho quemado que usaba el negrito del teatro bufo”.
Andrés se concentra mucho, pasa el tiempo y no se mueve, casi no se siente respirar, no cambia la mirada. Parece una estatua de verdad. Pero es un hombre, que a veces, vistiendo aun el traje de Caballero, tiene que actuar como mismo lo haría una persona normal.
“Quisiera que fuéramos más prósperos como país, que tuviéramos mejor economía. Yo creo que Cuba está como detenida. Lo tiene todo y no tiene nada. Como que está en un intermedio de ser y a la vez está dejando de ser algo”— reflexiona.