La escritora cubana Verónica Vega afirma que el barrio habanero Alamar, donde convivieron soviéticos, chilenos y cubanos, es "un símbolo exacto de la Revolución" que le ha servido para su novela "El arte de respirar", a la vez inspirada en una obra de la autora británica Virginia Woolf.
"El arte de respirar", que Vega presentará el próximo sábado, gira en torno a seis personajes diferentes que van narrando sus días a través de su "corriente de pensamiento", el monólogo interior de cada uno.
Vega (La Habana, 1965), una autodidacta que además de escribir dibuja y pinta, ya presentó otra novela en Miami (EE.UU.) en mayo pasado, "Aquí lo que hay es que irse" (Neo Club Ediciones), también ambientada en el mismo barrio.
Alamar, donde actualmente viven más de 90.000 personas, es un conjunto de edificios construidos por y para los obreros en primera línea de mar, al este de la capital cubana.
A la inauguración de este barrio de estilo soviético, que tuvo lugar a principios de la década de los años 70, asistieron Fidel Castro y el entonces presidente chileno, Salvador Allende.
Allí conviven los seis personajes de "El arte de respirar" (Hypermedia), Ángel, Claudia, Caridad, María, Elisa y Vincent, que Vega ubica en situaciones tan aparentemente "normales" como una sala de espera de un médico de familia.
Sobre este barrio "plagado" de edificios de cuatro o cinco plantas que finaliza con una zona conocida como "la Siberia", en alusión a la apartada región rusa, Vega tiene sentimientos encontrados.
"Es el espacio en el que he vivido por décadas, viendo y padeciendo su decadencia. Es un lugar que se aviene muy bien con la atmósfera de la novela: edificios corroídos por el tiempo, la desidia humana, la inoperancia política", afirma.
"Alamar es un símbolo exacto de la Revolución cubana, un proyecto arquitectónico precario emprendido con gran entusiasmo que fue abortado, abandonado y olvidado, aunque al mismo tiempo hay en Alamar una asombrosa resistencia a ese proceso de descomposición", puntualiza.
Vega concibió los personajes "caminando por sus calles rotas, aspirando las miasmas de basureros desparramados".
"Ubiqué incluso las viviendas de cada uno, de manera que a veces paso frente a un edificio y digo: 'Ahí vive Caridad, por esta calle bajó con Ángel hacia la costa'".
Su novela, inédita hasta ahora, guarda relación con "Las olas" (1931), de Virginia Woolf.
"Cuando leí 'Las olas' me impresionó mucho porque me hizo ser consciente de algo que yo había estado usando espontáneamente al escribir y sin siquiera considerarlo una técnica narrativa: el monólogo interior o, como también se le llama, corriente de pensamiento", explica.
"Es esa expresión natural de la vida, porque todo el tiempo, mientras nos movemos y actuamos, incluso mientras somos arrasados por los acontecimientos, estamos pensando sin cesar. En 'Las olas' hay seis personajes principales y en la mía también, pero los míos son cubanos pobres", detalla.
Vega, que dejó de ver a su padre a los tres años porque él, que también es pintor, se marchó de Cuba en los primeros años de la Revolución, confiesa que "venir a Miami ha sido muy fuerte".
"Él es pintor y los pintores siempre tienen la cabeza en las nubes, pero al mismo tiempo él pensaba que nosotros íbamos a llegar. Fue como una espera mutua que al final no fructificó, de ahí que una parte de mí se fue en esa época y siempre viví pensando que había otra yo aquí en Miami que vino en los 80", rememora.
Durante varios años, Vega formó parte del grupo independiente Omni Zona Franca, de Alamar, que organizaba el festival Poesía sin fin, pero este movimiento cultural, dice, "fue cayendo en un letargo" después de una intervención policial.
Sobre el apocalíptico título de su novela anterior, "Aquí lo que hay es que irse", Vega confiesa que se trata de algo que vivió desde niña.
"No es tan simple. Hay tanto dolor, tantas historias tristes... Quería demostrar todo lo que se deja atrás y al mismo tiempo decir que no solamente hay que irse, que se puede fundar algo en Cuba", afirma.
"Yo pertenezco a Cuba y tengo cosas por hacer allá. Existe una demagogia que nos impusieron, un estado de confusión, de revolucionarios y contrarrevolucionarios; nos ha tomado décadas darnos cuenta de que no somos ni lo uno ni lo otro, sino seres humanos con el derecho a tener un sentido de pertenencia que nos han arrebatado", esgrimió la escritora.