Cuando la ley se vuelve contra sí

Francisco Correa comparte las vivencias de un exrecluso que recuerda con especial lujo de detalles cómo pudo salvar la vida de un fiscal encarcelado
Cárcel en Cuba
 

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Conozco a un exrecluso que fue jefe del piso de mayores del combinado de Prisiones El palomo blanco, en Guantánamo, un cargo que, según dice, lo condujo de manera digna.

“De todas las historias que viví en el año que estuve recluido en el combinado, ninguna tuvo tanto arraigo en mí como la del fiscal de Baracoa, un individuo rechoncho, ñato, de manos sumamente cuidadas, que una tarde antes del recuento se agarró a las rejas de la puerta para no entrar al piso”.

“Le pregunté qué le pasaba. Dijo que se moría del miedo, porque esa noche lo iban a matar. Era fiscal y tenía mucha gente presa allí. Abrazado a los barrotes temblaba. Para un preso no existe recompensa mayor que tener recluido en el mismo piso a su fiscal. Estás en llamas, le dije. Pedí al llavero que lo metiera en mi cubículo porque de repente me dieron ganas de salvar una vida, mi trabajo como jefe del piso”.
 
El fiscal llegó a rastras a su litera y se desplomó. Los reclusos del cubículo me miraron. El ingreso al penal es el instante más delicado y la primera impresión marcará el derrotero de tu estancia allí. Eran cuatro: Obelli, que había sido policía y estaba preso por estafa; Neferin, un excura atrapado en las inmediaciones de la base naval queriendo llegar al otro lado; Luis, preso por desfalco en la empresa mayorista; y Caimanera, por asesinato múltiple, había despachado a dos para el más allá.

Comenzaron a hacer bromas con el fiscal, como: eres un proyecto de cadáver, o ¿qué te parece cómo se te viró tu gente y te mandó aquí, a que te acabaran?

El fiscal casi llorando dijo que tenía dos niñas pequeñas y una mujer bonita, que seguro perdería con el explote. Fue denunciado por una familia que quiso extorsionar y en el juicio le probaron que condenaba a gente inocente a cambio de dinero y vendía libertades a los delincuentes. Daba lástima enroscado sobre sí en la litera, llorando.

“Del cubículo 4 me llegó un mensaje a través del pasillero: No te metas, firma: caja de leche”.

“En la prisión el pasillero es un individuo de suma importancia. Mientras limpia funge de enlace entre los cubículos. No se detiene con recados, cigarros, pastillas, jabones, lo sabe todo. Llegó nuevamente a mi puerta: ¡Consejo, del cubículo 2, la flauta, no te metas...!”. 

El fiscal se estremeció al escuchar, la flauta, caja de leche… en el juicio los había exprimido con toda la fuerza de la ley, para que murieran en la prisión. Le ordenó al pasillero que le trajera la lista de todos los que tenían problemas con el fiscal. Al rato regresó. “Copia ahí: caja de leche, la flauta, carne rusa, mal aspecto, Juan nariz, el tinta, verruga y el pinto. Tremenda tribu. Lo van a asar en el desayuno”.

“La única idea que encontré para salvar a aquel hombre corrupto, que el sistema condenó por violar las leyes que ejercía, lanzado como cebo a la misma prisión donde estaban sus víctimas, y creía no debía morir, fue ir en contra de las leyes fundamentales del presidio: la homofobia. Pedí que sacaran de la patera a servir el desayuno a un homosexual al que apodaban Shakira, para provocar una rebelión en el piso”.

“En la prisión una regla inviolable es que nunca un homosexual puede ocuparse de repartir la comida y cuando tocaron la campana y abrieron los cubículos, los súper machos que iban a paso apresurado a coger la guachipupa vieron a Shakira y lo sacaron de cabeza por el boquete”.

“La algarabía que se armó fue grande, llegaron los guardias repartiendo palos y el plan de asesinar al fiscal, que estaba escondido en el baño, fracasó. Cuando el orden fue restablecido repartí el desayuno. Al otro día, ya los guardias estaban sobre aviso en el caso del fiscal y entonces los reclusos negociaron un pacto conmigo, por no matarlo”.

“Caja de leche pidió tirarle una lata de mierda en el desayuno, le dije que si la tiraba tenía que limpiarla. Carne rusa exigió cortarle la cara, le recordé que en el piso hacía cinco meses no existían hechos de sangre. Finalmente, y a cambio de visitas por estímulos, carne rusa le chocaría una vez a la semana la cara y el bemba se turnaría todos los meses para quitarle la jaba que desde Guantánamo le subiría mensualmente la familia”.

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