Los doce años de matrimonio entre Dayana y su cónyuge no han sido felices para ella. Si se mira desde afuera, la violencia no parece ser lo que rige la relación conyugal de esta mujer cercana a los cuarenta años de edad y madre de dos niñas. Sin embargo, sufre desde hace más de cinco años reiteradas agresiones sexuales por parte de su esposo.
“Nunca creí que una mujer pudiese ser violada sexualmente por su propio esposo”, confiesa Dayana, quien gracias a una amiga radicada en Estados Unidos logró enterarse, comprender, que la violación dentro del matrimonio es un delito tipificado en la mayoría de los países occidentales.
“Pero en Cuba no. La mujer cubana está totalmente desprotegida dentro de su propio matrimonio, donde el sexo continúa siendo una obligación casi contractual, donde ʻel noʼ nunca es considerado como un derecho o elección. He sido violada por mi esposo en repetidas ocasiones durante los últimos siete años y frente a ese hecho nada puedo hacer. El divorcio es mi única opción posible, sin que esto signifique que pueda ser resarcida de ningún modo por los daños ocasionados”; relata Dayana que trabaja como especialista en contabilidad de una entidad del Estado.
Por diferentes razones Dayana teme divorciarse, único recurso que tiene una mujer cubana en situación similar. Sobre ella pesan la dependencia económica; las represalias de su esposo y el rechazo familiar y social en caso de revelarse la causa de la ruptura matrimonial.
La violación conyugal, en su interpretación básica, consiste en la relación sexual sin el consentimiento de un cónyuge. La falta de consentimiento es el elemento esencial y no necesita involucrar violencia. La violación conyugal se considera una forma de violencia doméstica y abuso sexual. Aunque históricamente las relaciones sexuales dentro del matrimonio se han considerado un derecho de los cónyuges, participar en el acto sin el consentimiento de una de las partes es reconocido como algo incorrecto, incluso un delito, por la ley y la sociedad de muchos países, a la vez que es repudiado por convenciones internacionales.
Con más de quince años ejerciendo la psicología, la doctora Pilar –sobre quien omitimos mayores señas: teme represalias por dialogar con la prensa independiente– comenta su experiencia como directiva de las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia (COMF), entidades subordinadas al Ministerio de Salud Pública en las que radican equipos multidisciplinarios integrados por especialistas en psicología, psiquiatría, pedagogía y trabajadoras sociales con el supuesto objetivo de brindar ayuda a las personas que necesitan saber cómo llevar la vida en familia.
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“En mis años de labor he podido constatar que el 85% por ciento de las mujeres cubanas han sufrido la violación dentro del matrimonio, y esta es una cifra conservadora”, señala.
Pilar ofrece su criterio sobre cuáles razones podrían implicar la negativa del régimen cubano a tipificar la violencia de género en el código penal en la isla: “Criminalizar la violencia de género obligaría al Estado cubano a reconfigurar además el Código de la Familia [prácticamente inamovible desde febrero de 1975], y por consiguiente a considerar la violación dentro del matrimonio como acto criminal, lo cual representaría una reforma a nivel estructural con su consecuente ʻtrauma socialʼ”.
“Aunque el asunto en torno a la violencia sexual y doméstica dentro del matrimonio y la unidad familiar, y más específicamente la cuestión de la violencia contra la mujer, recibieron una creciente atención internacional desde la segunda mitad del siglo XX, en muchos países la violación conyugal permanece fuera de la ley penal como es el caso de Cuba. Es inédita la aplicación de las leyes en este sentido, debido a matices que van desde la reticencia de las autoridades a perseguir el delito hasta la falta de conocimiento público de que las relaciones sexuales en un matrimonio sin consentimiento son ilegales”.
La historia de Keila, madre de dos adolescentes y licenciada en Ciencias Pedagógicas, ha sido “un verdadero calvario” durante los últimos años de su matrimonio. Decir “no”, ante los requerimientos sexuales de su cónyuge, solo resulta en que aumenta la violencia con la cual es forzada sexualmente en su matrimonio.
“No solamente sufro más cuando digo ʻnoʼ, también cuando mi marido cree que no asumo posturas o movimientos complacientes; cuando no desempeño el fetiche sexual que se ha inventado. Al principio temía comentar mi calvario ante mis amigas, pero cuando decidí abrirme resultó que todas, en modos o frecuencias distintas, somos violadas por nuestras parejas”; afirma Keila, quien además cuestiona que, en Cuba, tampoco existe una literatura sobre el tema.
Unos 3 mil millones de mujeres y niñas viven en países donde la violación dentro del matrimonio no se penaliza explícitamente, según Noticias ONU.
Al menos tres tipos de violación conyugal son clasificadas por diversas organizaciones que se dedican al estudio del fenómeno: la violación con el uso de fuerza solamente; la violación con golpes físicos, y la violación obsesiva. Esta última descrita como aquella en la que alguien usa tortura o comete actos sexuales perversos contra su pareja íntima, están dispuestos a hacer uso de fuerza para llevar a cabo estas actividades.
“De cualquier manera, qué sentido tiene que las mujeres investiguemos sobre la violación dentro del matrimonio cuando ninguna ley en Cuba contempla este hecho, lo que significa que estamos en franca indefensión. Solo me queda como consuelo alertar a mi hija, para que al menos no tenga que sufrir lo mismo, que tenga mejor conocimiento y atajar el problema”; lamenta Keila.
Un sondeo preliminar de ADN Cuba encontró que la casi totalidad de las mujeres preguntadas desconocen cualquiera de los aspectos y matices relacionados con la violación conyugal, que suele ser más ampliamente experimentada por las féminas, aunque no exclusivamente. La violación conyugal es, a menudo, una forma crónica de violencia contra la víctima que tiene lugar dentro de relaciones abusivas.
Especialistas coinciden en que la renuencia a criminalizar y enjuiciar la violación conyugal se atribuye a los puntos de vista tradicionales sobre el matrimonio, interpretaciones de doctrinas religiosas, ideas sobre la sexualidad masculina y femenina, y las expectativas culturales.
Estos puntos de vista sobre el matrimonio y la sexualidad, que comenzaron a cuestionarse en la mayoría de los países occidentales desde las décadas de 1960 y 1970, esencialmente por el feminismo de la segunda ola, conllevó al reconocimiento del derecho de la mujer a la autodeterminación de todos los asuntos relacionados con su cuerpo.
Quizá, conocer varios de estos aspectos influyó en la decisión crucial de Idalmis, trabajadora del sector del Turismo, de divorciarse del padre de sus tres hijos y con ello terminar un historial de violaciones dentro de su matrimonio, que sufriera durante años. Sin embargo, las secuelas la marcaron para toda su vida.
Luego de cuatro años de estar divorciada, no ha podido convivir con ninguna otra pareja.
“No importa cuán agotada estuviera, o incluso si me aquejaba alguna dolencia, tenía que someterme. Tenía que asumir la ʻobligación matrimonialʼ, sacar deseos o ganas de donde no tuviera porque entonces la violencia empeoraba el drama. Es difícil de aceptar que una pueda ser violada por el hombre que eliges para compartir la vida… Estar en esa situación te deja una herida bien honda”; dice Idalmis.
Las mujeres que son violadas por alguien con quien comparten su vida, casa, e incluso tienen una familia, pueden experimentar profundas heridas psicológicas. No sólo son abusadas sexualmente: también su relación íntima es traicionada. Muchas víctimas de la violación en el matrimonio tienen que enfrentarse con la profundamente arraigada falta de confianza en su pareja, temor agudo, duda de sí mismas y la abrumadora realidad de que esta agresión sexual probablemente sucederá nuevamente.
“No puedo decir que soy una mujer nueva después de lograr reunir coraje y divorciarme. Soy una mujer rota, aunque ahora al menos decido con quién sostengo relaciones íntimas y bajo cuáles términos”, confiesa Idalmis.
“Si hace falta mi firma para que en este país se apruebe una Ley contra la Violencia de Género, estaré dispuesta porque creo, sin duda alguna, que sería un gran paso para que ninguna mujer sea violada sexualmente dentro de su matrimonio”, concluyó.