Cortan cable telefónico a activista, una más en un historial de agresiones

Una denuncia que retrata la doble --o triple-- moral que impera en la Cuba de hoy.
Cortan cable telefónico a activista
 

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Nos mudamos, al bloque #2 en el reparto socialista Nguyen-Van-Troi, en 1997. La “bienvenida” nos la dio la primera dama, Martha Francisca Acevedo Morales (esposa del entonces Presidente y Jefe Vigilancia de un CDR que ya no festeja los 28 de septiembre ni se reúne nunca: Lorenzo Jesús Silva Páez), con una estruendosa carcajada al desplomarse la vitrina del comedor encima del camión con la mudanza: 

“¡Miren pa’eso —gritó desde el balcón del 1er piso— lo único que servía acaba de hacerse mierda!”

Mi hermana salió "a comérsela", pero ya se había escondido cobardemente en aquel apartamento encima del nuestro.

Noches después escuchamos uno de los muchos escándalos que aquella parentela dirimiría a puertas abiertas: Rosa Acevedo, hermana de la victimaria y enfermera que convivía dentro del patrimonio familiar, era expulsada con un lactante en brazos y bajo un copioso aguacero. Lo más bonito que se gritaron por haberse casado cada una con “un chivato” fue “puta”.

Después supimos que “esa casa la dejó [el padre] para las 3, pero ella logró quedársela haciendo trampa”. Este octubre, en otra discusión, el hijo mayor le recordó que “ni tienes familia ya, nadie viene aquí por culpa tuya”. La reyerta fue escuchada por quienes no queremos enterarnos de miserias nuevas.

En el instante de nuestra llegada a aquel antro de oportunistas, adivinamos la pésima sombra que se cerniría sobre la tranquilidad futura. Pero seguimos estoicamente anclados a la planta baja, dada la invalidez progresiva de mis padres.

Se entretuvieron arrojándonos basuras al barrer, orina y heces de perros al jardín, salivazos en el umbral, brujerías ridículas y cabos de cigarros encendidos que quemaron pertenencias, el resto podrá conjeturarse.

En 22 años de resistencia, jamás hemos perjudicado a vecino alguno tirándole un confeti. Pero eso no basta cuando de gentuza se trata.

Por elemental ley gravitacional, no pudimos —ni quisimos— reciprocar aquellos lanzamientos que solo perseguían un objetivo: obligarnos a permutar, o a enloquecer, porque no reciprocamos tales provocaciones y eso hincha ronchas.

Recuerdo que antes del reacomodo gubernamental ordenado en 2005 y tras la brecha venezolana que desembocó en la “revolución energética”, cuando las finanzas escaseaban en aquel lar, la señora mandaba a casa —con la leche de la bodega para vendérsela a mi madre— a su hija menor, despojada del desayuno para saciar a la fumadora empedernida, porque “a la pobre, ni le gusta”.

Progenitora tan virtuosa, sin vínculo laboral ni mínima educación, convenció “con sus encantos” a los de Gaviota S.A. para que la emplearan como mucama en los hoteles del cayerío, donde alcanzó la cota de “gobernanta” cuando apenas turismo queda, y las filas de competidoras flaquean.

A finales del Período Especial, el entonces “colaborador Lorenzo”, soldador que en 1998 fabricó la reja de nuestro balcón con materiales del taller de refrigeración donde laboraba, y mecánico que remendaba los vehículos del MININT —asegurándose inmunidad—, sufrió un súbito trastorno de salud que lo mantuvo hospitalizado algún tiempo y lo obligó a dejar el empleo estatal y convertirse en botero clandestino de autos de alquiler, fundamentalmente trasportando “gusanos” al aeropuerto. 

Regenta hoy el Moskvich de un tal “Pancho” (anuncio trasero) con chapa P-051-350, cometiendo perjurio al declararse “trabajador” sin ser cuentapropista. Por ende, evade impuestos.

Un detalle: pidieron a mi madre —sin que me enterara— la bolsa eléctrica que le traje del extranjero para aliviar sus dolores ósteomusculares, para usarla el convaleciente. Cuando pregunté por ella, ya era un guiñapo. Hubo que exigirla, pues voluntariamente nunca la devolvieron. 

Cierta vez el hijo mayor a quien de niño yo pelara, me confesó que “cuando sea grande voy a estudiar para militante del partido”. Y arribado a edad militar el progenitor se las ingenió —deudas pendientes por cobrar— para que lo dejaran dentro de las oficinas de la contrainteligencia, como “especialista en telecomunicaciones”, para que el Servicio Militar General le fuera leve y así consolidar alianzas.

El joven, habilidoso, consiguió que la institución le asignara “para localización inmediata”, un teléfono fijo (42351585). Fue consiguiendo —sin salir del país— los componentes para armarse red de juegos y chateo conocida como Caib-Net, popular entre chicos del barrio, pero cuando fue expulsado del ministerio, corrió a convertirse en maletero de los hoteles del mismo monopolio empleador, en pos del dinero necesario para comprarse la motocicleta que de “soldado” difícilmente conseguiría.

Revendedor del paquete semanal, las ambiciones se le desbordaron cuando apareció la WI-FI, replicando señal al vecindario (por 5 pesos) a través de un artefacto Nano de ignota procedencia instalado en la azotea, expoliándoles el saldo al conectarse él gratuitamente.

Un registro ordenado por ETECSA con auxilio de la policía, alertados ante el robo de equipos tecnológicos en el hotel donde el muchacho fungía, terminó por decomisarle el andamiaje conectivo, prohibiéndole operar y volver al cayerío. 

La madre resultó ser experta “demoledora de tubos” cuando no le llegaba —causa extraña— agua a las casas en donde antes moró. En el Bloque #1 de este mismo reparto, fue noticia por subirse a la azotea y romper con un martillo las conductoras. Al final, tuvieron que mudarse por el asedio del Consejo de Vecinos.

En 2014, en vísperas del 1ro de mayo, echaron ácido sulfúrico a nuestra puerta, balcón y piso. Inutilizaron el llavín y quemaron todas las plantas del jardincito de mi madre. 

Entregada esa misma semana nota donde explicaba mi negativa a continuar pagando cuota al disfuncional sindicato de la cultura, e ignorar el destino del Día de Haber para las extintas MTT, estafas más que demostradas, se me castigó al quitarme las dos horas de internet que en 2005 me fueron otorgadas como escritor. Y presuntamente, el acto de repudio.

El “compañero que me atendía” por la Seguridad en el municipio, el “abogado” Yandrys Riverón González, montado en su Suzuki, se convirtió en asiduo visitante de los vecinos, con la excusa de visitar a su madre alquilada en la escalera contigua y comprometida con un exiliado. 

A veces acudieron otros ex oficiales a alertar a excombatientes acerca de mi “peligrosidad política”; el defenestrado Juan Luis Delgado (El Tabo) y Leonel Gutiérrez.

El 31 de diciembre pasado, tras modificaciones hechas en aquel apartamento que “se puso como de shopping con tanto brillo” y que incluyeron nuevos ventanales, divisiones improvisadas y enchapes de cerámica que acarrearon trasiegos de escasos materiales constructivos, los ahora ricos “revolucionarios”, ahítos de celebración, rellenaron con estopa y voladores un muñecón para la medianoche, mostrando un pene erecto cuyo glande enviaba reto claro al antiséptico decreto 349: “Pinga pa to’el mundo”. 

Los paseantes, estupefactos, y los adolescentes del barrio, fueron a tirarse fotos como constancia.

Esa misma tarde, con cajas de cerveza enfriándose en el estrenado lavadero, comenzó a caer sobre nuestro patio una cascada de agua que no se detuvo hasta 3 meses después, ante los funcionarios judiciales. 

Hasta el Jefe del Sector, Leonel Mesa, vino en enero a apreciar el desastre y les dejó advertencia sobre debida subordinación que ignoraron.

Pues al abordar al susodicho en la escalera e invitarle a que “viera lo que nos sucedía dentro”, la respuesta mezcló con carcajada: “Si tienes algún problema en tu casa, arréglalo, porque yo no tengo ninguno en la mía”. 

Como si nuestro techo no fuera su piso, que juntos se desplomarían. 

Mi padre, que fue antes de agrónomo tintorero, senil hoy y con varios cánceres de piel, insiste tercamente en mojarse cada día de este mundo para lavarle la ropa a mi madre, igual de senil y diabética encamada. La cascada alcanzó ya al fogón en la cocina.

Así se entiende "la integridad moral" del demandado no por mí, sino por mis padres, quienes son en definitiva los propietarios en activo.

Un dictamen conjunto de arquitectos e ingenieros civiles del instituto de planificación física y la vivienda, indican del peligro ante la inminencia de un derrumbe, así como del daño extra infringido a las paredes de carga del inmueble, que se están filtrando al suelo

Ante la tibieza de Aylet Santana, inspectora de la Dirección de Viviendas, comenzamos a buscar cuentapropistas que valoraran la reparación. 

Mientras, los de arriba presentaban testigos falsarios, incluso parientes y el propio albañil que desestimó el tribunal, para engatusar conque “nada se había construido en 5 años” que es el período establecido para invalidar reclamos.

Una ventana de 11 persianas, otra de 5, totalmente podridas por aguas negras, un travesaño de hormigón reventado, roturas en drenajes, paredes desconchadas, filtraciones apestosas sobre la bañera, el fregadero y el lavadero. 

No se ha vuelto a utilizar esa parte de la vivienda casi un año. Renuncié a mi patente de peluquero el 10 de mayo, porque no podía lavar cabezas. Todo (contando lo dejado de percibir por inactividad) valorado a precios actuales, asciende a más de 28 mil pesos, pero la ley cubana no permite demandas que superen los 10 mil.

Pues bien, la jueza redujo la indemnización a menos de mil quinientos. Y como —zorrunamente— se había “resuelto la filtración” durante las pesquisas para impresionar a jurados, se eximió a los acusados de impermeabilizar. No estuvieron de acuerdo siquiera en pagar suma tan ridícula, y reclamaron al Tribunal Provincial.

Pero el camarada, ciego de ira cual perdedor porfiado, volvió a romper lo reparado por aquel incompetente que “le hizo la chapucería”, y la emprendió con los tubos hidráulicos en vez de los sanitarios.

Este 20 de setiembre se pronunciaron los de provincia, condenándoles a arreglar el piso, y descontar de la indemnización los costes, reduciéndoles el pago apenas 991 pesos. Como para cagarse de risa en un país donde el cemento anda por los 400. Pero bueno, no se podía esperar otra cosa de idiotas compatriotas.

Como demoran ex profeso en asumir la ejecutoria de la sentencia dictada, andan diciendo que no van acatarla. El mismo calesero que se desboca cuando viaja con cubanoamericanos del régimen al que antes auxilió, ahora se granjea simpatías de “apátridas” en pos de propinas.

Y me cataloga de contrarrevolucionario, porque no contribuí con organización política ni agredí persona, animal o planta en 60 años de coexistir rodeado de castristas odios, prohijados por la envidia.

Él, que ha arrojado todo contra nuestro hogar, incluida su reputación “de combatiente” (en lugar de admitirse “luchador”), no encuentra otro asidero para defenderse que urdir mentiras y seguir viviendo en la doble —o triple— moral que asola al país.

Esta semana, este actor mediocre —que expele guapería verbal con muertos (de vergüenza) a su haber— amenazó con “machetear al hijeputa” de abajo, “el que le quita el agua” abriendo llaves y grifos.

Tal vez cree que pueda amedrentarme, pero yerra. Su actitud da, más que asco visceral, pena.

Cada vez que hay suministro nos bañamos, pero en mierda. El cloro empleado para no morir nos está destrozando los pulmones y lo que queda en casa. Mis padres no duermen. Vivimos con el sobresalto de qué va a pasar después. Qué otra maniobra tendrán preparada estos jenízaros para intentar destruirnos personalmente, y de paso, desbaratar la propiedad colectiva.

 

Caibarién, noviembre del 2019

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