Yuleivy Matos es una de tantas cubanas que llegó a Uruguay como migrante y ha tenido que abrirse camino en un país desconocido únicamente con la ayuda de su esposo, le declaró este 28 de marzo a El País.
Matos es informática de profesión. Hasta 2010 trabajó como técnica media en informática para el Estado cubano, y su sueldo era de 22 dólares por mes. Un día dejó su trabajo y se fue a una empresa venezolana que operaba en Cuba.
Fue allí que, gracias a sus compañeros, pudo hacerse de una computadora y de un disco duro. Entonces decidió emprender: bajaba películas de Internet, las grababa en un DVD y las alquilaba. Después instaló un negocio de impresiones de documentos y más adelante, con su esposo, un taller donde arreglaban televisores y computadoras.
“Pero [en Cuba] incluso emprendiendo y teniendo tu propio negocio, llega un momento en el que no puedes crecer. Por ejemplo, era muy complicado conseguir tinta para las impresiones, o después, comprar las piezas de repuestos para los televisores era carísimo, porque solo se conseguían importadas”, narró Matos.
Lo que terminó por empujarla fuera de Cuba, sin embargo, fue otra cosa: a su esposo le había salido un bulto en la zona del cuello que no dejaba de crecer. Gracias a un amigo, consiguió que un médico lo atendiera. Le hicieron una punción, pero el bulto volvió a crecer, y esa vez no hubo respuesta. Les dijeron que no podían hacer nada, porque estaban atendiendo solamente a pacientes graves.
Yuleivy salió de Cuba sola; llevaba una mochila con ropa y otra con sus equipos de fotografía. Tenía un pasaje hasta Guyana, de donde debía viajar hasta Brasil, y de allí hasta Rivera para solicitar refugio en Uruguay. Tenía un contacto que la ayudaría a hacer la travesía, por lo cual le cobró 1100 dólares. Su esposo saldría poco después.
Llegó a Rivera el 3 de febrero de 2020, y de allí viajó a Montevideo, donde la recibió una amiga, la única persona que conocía en Uruguay. Después de muchas peripecias, y seis meses más tarde, tuvo su primer trabajo recogiendo cítricos en una quinta en San José.
De allí, pasó a un residencial como cuidadora, y más adelante aprendió a hacer tortas fritas para venderlas en un carrito. Hasta que un día se postuló para trabajar en una empresa como delivery y consiguió el puesto. Su esposo, que pudo viajar a Uruguay el 15 de enero de 2022, vendió la moto que tenían en Cuba para poder comprar una en su nuevo país. Desde entonces, trabaja todos los días.
Pero no se quejan. Saben que hay cosas que en Uruguay no son tan sencillas, 'pero igual se quedan allí. Porque hay otras cosas que lo cambian todo: hace unos días supo que un grupo de personas iría a manifestarse ante la embajada de Rusia. Ella fue y dejó una flor allí para apoyar a Ucrania. De eso, afirma Yuleivy, se trata la libertad.