En 1998, cuando el Papa Juan Pablo II visitó Cuba, el régimen quiso que oficiara una misa en la Plaza “Che Guevara” de Villa Clara, dedicada al ferviente comunista y anti-católico que le da nombre.
Así lo recordó el laico Orlando Márquez, director de la revista católica Palabra Nueva, en un texto dedicado a Fernando Prego Casal (1971-1999), quien fuera obispo de la diócesis de Santa Clara y quien puso cara de pocos amigos cuando el gobierno cubano le sugirió el lugar de la misa.
Por suerte, Wojtyla, el pontífice polaco, famoso por su odio al comunismo, ofició la eucaristía en la Loma del Capiro, en los terrenos del Instituto Superior de deportes.
“Como responsable de la oficina de prensa de la Iglesia, yo era parte de la Comisión preparatoria conjunta del Gobierno y de la Iglesia —asegura Márquez. Al llegar a Santa Clara, en el mismo aeropuerto, nuestro grupo fue recibido por Miguel Díaz-Canel, entonces primer secretario del Partido Comunista en la provincia, y otros funcionarios locales”.
En una reunión posterior con la comitiva católica, “monseñor Prego nos dijo que las autoridades provinciales le habían propuesto recientemente, con insistencia y de un modo que no dudaba quería ser conclusivo, que la misa tuviera lugar en la Plaza Che Guevara y no en la Loma del Capiro, como ya se había discutido inicialmente”.
“Le inquietaba, y con razón, las interpretaciones o consecuencias de una misa papal en aquel lugar con una significación ideológica propia tan fuerte y alejada del mensaje cristiano, lo cual podría alterar todo el sentido religioso de la celebración”, aseguró.
Para las nuevas generaciones de cubanos, también para muchos en el mundo, la figura del Che Guevara es presentada, y asumida, como la de un santo y mártir por la causa de la justicia, un ideal de ser humano. Pero no pocos en Cuba vivieron experiencias distintas con el guerrillero argentino, y para ellos ha sido más bien una pesadilla inhumana.
A juicio de Márquez, la rara unión de un papa anti-comunista en las cercanías del memorial que guarda los restos del famoso guerrillero, fue un intento por “resucitar la memoria del Che Guevara” a través del Papa, “quien podría bien celebrar una misa en aquel otro templo, el de la Revolución, en el altar del guerrillero”.
La mediación del sacerdote jesuita Roberto Tucci, jefe de viajes del Vaticano, salvó al pontífice de aquel trance; dice Márquez que “las autoridades del gobierno aceptaron serenas las palabras del padre Tucci”.