Cuba: el miedo acecha en la oscuridad

Con la llegada de la más reciente racha de apagones, muchos cubanos recordaron los “días negros” de los años noventa, (Periodo Especial), sobre todo la gente que la pasó peor.
Un apagón en La Habana, Cuba
 

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Con la llegada de una reciente racha de apagones, muchos cubanos recordaron los “días negros” de los años noventa, (Periodo Especial), sobre todo la gente que la pasó peor, como Betty y Samuel.

Por aquellos días vivíamos en un edificio de apartamentos de la Avenida 51, en Marianao, cuando de repente el mundo se nos vino encima”— recuerda Betty— “Era una crisis total, como nunca antes había visto. Para mi opinión, el momento cumbre del Periodo Especial fue esa tarde, cuando en la televisión Carlos Lage dijo que la economía cubana tocaba fondo y entonces por la noche quitaron la luz, no teníamos dinero ni nada que comer… no pude más… decidí rebelarme”.

Era normal que durante el apagón la policía situara un carro en la puerta del edificio. En el silencio y la oscuridad, la pareja sentía las voces y las risas de los policías, el sonido de sus armas y de sus botas.

Aquel fue el apagón más largo del mundo. El agua caliente que no quitaba la sed, al contrario, calcinaba nuestros estómagos vacíos. De verdad que no pude más… y reventé aquella noche”.

Betty cuenta que esa noche se llenó de un extraño misticismo, como si fuera otra persona quien la impulsaba.

Anduve a tientas por la habitación, buscando algo que tirarle a los policías que estaban apostados abajo, en la avenida. Quería algo estridente, que lo escucharan todos. Encontré un litro de cristal, de los utilizados en aquellos tiempos para la leche de los niños, me asomé a la ventana y calculé la posición y la altura, luego lo arrojé con fuerza sobre el vehículo”.

La explosión del cristal contra el techo del camión puso en alarma de combate a los policías, que se escondieron debajo del carro hasta que al poco rato se escucharon sus voces, y una que impartía órdenes con palabras obscenas: había que encontrar al atacante.

 

 

Entonces entraron al edificio y comenzaron a tocar en las puertas, apartamento por apartamento.

Betty sentía exaltación por la hazaña, pero estaba serena y feliz.

Fue como si me liberara del miedo, la ansiedad, la incertidumbre, la desprotección y muchos otros demonios por tanto tiempo dentro de mí comprimidos”— dice— “Pero, Samuel, (que era escritor disidente y marginado), no estaba de acuerdo conmigo. ‘Eso no resuelve nada… además, van a sospechar de mí…’, me decía”.

Eran veinte apartamentos. No pudieron deducir de dónde salió el proyectil, pero Samuel no dejaba de reprobarla, que “estaban perdidos”, que fue un error desafiarlos así porque si investigaban bien, en aquel edificio no vivía otro desafecto a la revolución que él, y “le irían arriba”.

La policía tocó varias veces nuestro apartamento. Nos apretujamos como pudimos dentro del cuarto de desahogo, en un silencio absoluto, y allí estuvimos hasta que los toques cesaron”.

Después amaneció, y en los días sucesivos nadie habló del asunto. Aquel hecho quedó sin resolver, seguramente anotado en un libro de incidencias en alguna estación como “Atentado durante un apagón contra un carro de policía”.

Ahora Betty vive en Miami y ya no se le va la luz. Pero Samuel continúa en el mismo apartamento de la Avenida 51. Esta noche, como en los noventa, han quitado la luz. Samuel tiene hambre, y el agua de tomar está caliente. Se asoma a la ventana y le parece ver abajo un camión de policías. Pero Betty no está para sacar fuera los demonios. Su viejo miedo es el mismo que el gran miedo que acecha a todo el edificio y lugares aledaños. Un gran miedo triste que va más allá de la oscuridad de La Habana y su gente infeliz.