Reina María Rodríguez es una reconocida poeta cubana, nacida en La Habana el 4 de julio de 1952. En 2013 finalmente se alzó con el Premio Nacional de Literatura y el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda lo obtuvo en 2014.
Actualmente está nominada a los prestigiosos premios de la organización estadounidense Pen América en la categoría de poesía en traducción por su libro "La foto del invernadero". El volumen, que compite con otras nueve obras, fue traducido por Nancy Gates y Kristin Dykstra, quien ha llevado al inglés con anterioridad otras obras de la poeta cubana, así como diferentes volúmenes de escritores de la isla como Ángel Escobar y Juan Carlos Flores.
Cuando Reina María ganó en 2013 el Premio Nacional, Leonardo Padura, presidente del jurado dijo que su obra "ha llenado un espacio imprescindible en el panorama de la poesía cubana contemporánea, con alta calidad estética, ética y conceptual".
Rodríguez es también autora de títulos como Para un cordero blanco, poemario que fue Premio Casa de las Américas en 1984; En la arena de Padua (Premio de la revista Plural, México, 1991 y Premio Nacional de la Critica, 1992).
A continuación, parte de su poesía:
A veces
a veces él y ella jugaban al escondite en torno
los parvos de heno y los setos de ciruela podados
porque él entendía mucho de caballos y simientes
y olía a fruta desde el belfo a los cascos,
cuando sentado frente a ella con su abundante pelo amarillo
que estaba siempre tan revuelto como la melaza
y el agua de canela del tronco de aquel árbol de sus ojos
-de la supervivencia- eran los ojos que invadía la muerte
la sazón de la muerte con su espuma rojiza
(no hay palabra alguna para sacrificar la muerte
la muerte nunca está del lado de quien muere,
no señala su secreto en el acto de matar).
y ella entonces aportaba sus ojos que invadían la muerte
por encima de la sombra que entraba en el cieno.
yo tenía dieciséis años y lo veía venir
-lo abracé, como pude.
(debes olvidar toda argumentación, toda filosofía del desamparo)
me doblaba y mordía la punta de los dedos
tiznada de sagradas cenizas
bajo el calor de un sol meridiano
mi letra, su sílaba, simboliza el silencio después de la obsesión
-ella piensa en la divinidad.
no hacemos trampas.
el tiempo asesino le arrebata mi cuerpo y también
la abundancia del campo de la imaginación
donde todo fue amenazado
mientras la cosecha terminó de grabarse sobre el fango.
Anochese
anochece sobre las tejas de Madrid
pero en las manos traigo la humedad
de las aguas del Báltico.
todavía húmedas,
frías,
me han quemado con esos verdes que no maduran.
es la travesía desde los ojos de los cisnes
tras una fruta opaca. anochece
y estoy tan cerca de tu cuerpo en una casa extraña
contra los pies que en la madera quieren frotar
una textura adormecida sobre un paisaje irreal
(me han devuelto a la conciencia las palabras
que no están donde sueño o donde miro
busco un sueño donde están las sensaciones
porque ya no hay nada que mirar)
y busco algo que querer antes que la noche
irrite mis párpados que sobre las aguas del Báltico
han bebido toda su humedad. porque también anochece
sin prisa sobre las tejas de Madrid y yo miro
por la abertura oblicua de mi piel
la tuya.
Edgar, las muchachas y la lluvia
ha vuelto a ser noviembre
y alrededor del ojo profunda otra rayita.
empieza ya el invierno y a veces
no sé dónde guardarme.
tu madre ha sido loca
y de remate amante de cosas imposibles.
no aprendió a cocinar las hormigas
les roban los objetos del cuarto
aún le teme a las tataguas
y al amor.
faltan 20 años o 20 segundos
para que termine el siglo mientras
hacemos amuletos con formas de palomas
que cuelgo en las ventanas contra los bombardeos
20 años o 20 segundos
para que termine este siglo y
sólo te deseo que puedas siempre
admirar las estrellas porque a veces
temo que no podamos contemplar más las estrellas.
tú vivirás en el 2000
y verás árboles cosmódromos mariposas
esa fauna y flora diferente que estamos creando
y vivirás como todos los niños
dentro de un hombre.
pero acuéstate siempre como ahora
entre destornilladores y latas vacías
aunque te asalten las muchachas
y la lluvia.
Ella volvía
ella volvía de su estéril landa,
bajaba las piedras antes de que aquella intensidad
se convirtiera en sangre;
y todo aquel amor se convertía en sangre
bajaba por sus muslos (el camino que lleva al centro
es un camino difícil) es el reto del paso
de lo profundo a lo sagrado
de lo efímero a lo eterno,
porque esa intensidad se convertía en sangre
por su necesidad de ser libada en febrero
justo antes de la primavera
-de color apergaminado también sus muslos,
lo que llamaba a olvidar cualquier cosa
para ser un cuerpo también, un camino.
que uno atraviesa con las flores del vestido
convertidas en piedras
porque nada puede durar -ella lo sabía-
si no está dotado por un sacrificio.
la tierra está recientemente sembrada
(era la tierra de sus ancestros)
es el rito que se ejecuta cuando se construye un día
el deseo primordial de representarlo,
como si ese fuego y esas piedras
repitieran ademanes antiguos
y ella pagara con su flujo sobre la tierra estéril
para ser fecundada.
He venido
he venido a la Plaza de España sólo para ver
a la anciana de negro que se agacha
junto a la fuente
y acurrucando su cuerpo
contra el viento de abril en un gesto de actor que reduce
toda la compasión en su rigidez.
doblando
levemente las rodillas antes de actuar
antes de caer
ha traído ese alpiste blanco de los pájaros
que vuelven sucios
morbosamente a mí. he venido a la
Plaza de España sólo para recoger
lo que sobra de un gesto.
La foto del invernadero
fue la que siempre quisimos y faltó.
el invernadero estaba junto al parque
con sus cristales húmedos bajo el sol que entraba
en la tarde, o en la mañana, a colorear sus plantas.
yo me paseaba contigo de la mano -eras
de estatura un poco más bajo que yo-
y así alcanzaba a ver, desde esa altura,
los tallos quebrados por mi madre
que componía y podaba las macetas de bunganvillas.
nunca entramos, éramos demasiado pequeños
para invadir la zona de confianza de esos seres extraños
que permanecían dentro. estábamos afuera.
saltando con nuestra energía sin razón
excluidos de la paciencia de las manos de mi madre
pero es allí donde quisiera vivir...
en el lugar inexacto de una foto que falta
para que no imites otra vez, o intente imitar el ser que soy.
el paisaje prohibido donde pondríamos el amor
con exclusividad.
el paisaje del deseo, que no se suponía o se reproducía a cada instante
y que permaneció oculto para nosotros
-la algarabía de ser niños no nos dejaba ver
"todos andábamos a la caza de una flora insectívora".
éramos suspicaces. ahora, acomodo en mi mente
la mente del invernadero. su llama tibia
en el centro de las imágenes haciéndonos creer que algo temblaba
o que podría no ser alcanzable.
esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera
y la realidad se distorsiona y parte en dos lenguajes.
fue la que siempre quisimos y faltó.
Qué confusión
qué confusión me invade cuando despierto
y sé que estas cerca
qué confusión me invade cuando despierto
y no te puedo abrazar
hasta fundirme sudorosa al caos de las cosas.
el sonido de mi corazón (como patas de caballo)
golpea mi sangre acelerada por el vino.
qué confusión me invade
y no te puedo abrazar
-animal magnífico que inventé contra mi soledad
y que desprecio por ser tan vulnerable-.
reseca está la arena donde ni un escombro
ha quedado,
sólo patas de caballo que levantan su dolor
con esfuerzo.