Esperas el taxi desde hace 30 minutos, sabes que en Cienfuegos un taxi nunca llegará en 15 minutos a pesar de las promesas del dueño de la agencia, ese que no pierde oportunidad para comentar tus estados de Whatsapp.
Estás parada en la entrada de un café y la punta de tu bota derecha traza la impaciencia en esas losas antiguas y descoloridas. Vas a llegar tarde y desconoces la dirección exacta del estudio de tu nuevo tatuador. Pensará que eres la más impuntual de los clientes y quizás adelante otro turno por tu tardanza. Apuestas a que eso no sucederá porque hoy caminas optimista. Al fin el diseño colorido que te trae loca desde hace un mes estará en tu brazo.
Un almedrón dorado se detiene. Miras al conductor con el rostro del cliente insatisfecho o de quien no cogió lo que le tocaba en la noche. Por el camino te pregunta por qué vas a un sitio un tanto alejado. Le respondes que a hacerte un tattoo, suena más lindo así todo anglosajón.
El taxista te mira de arriba abajo, aunque sabes que lo hace desde que te recogió. Detiene sus ojos en las piernas cruzadas, en el vestido de rayas que te marca todo el cuerpo, en los rizos alborotados que te cubren los hombros y dice: “Si yo fuera tú novio no te harías ningún tatuaje, porque una muchacha tan linda no debería tatuarse”.
Tu respuesta: por eso no eres mi novio y nunca lo serías.
Y aunque me apasione narrar en segunda persona, la muchacha de la historia soy yo y eso me pasó de camino a mi tercer tatuaje.
Quizás para alguien que vive en Estados Unidos, Islandia, Alemania o cualquier otro sitio un tatuaje no define la opinión que otros tienen sobre ti; en Cuba un tatuaje puede dejarte sin un puesto de trabajo, convertirte en el freake del barrio o simplemente en la “no opción” hasta para una futura pareja; pero como le dije a un amigo: si no quiere una novia con tatuajes, no te preocupes que ni siquiera me va a mirar…y si es así pues mejor, ya todos sabemos lo que hay detrás de los extremismos.
Quienes se tatúan en este país, que cada día somos más, tenemos claro que las mentalidades estrechas existen y que aquí erigieron la capital de la intolerancia.Yo empecé tarde, son casi 28 años y solo tres tatuajes que han nacido en plena cuarentena y cuyos estilos difieren en extremo, como si no tuviesen nada que ver solo la piel que habitan.
Los motivos que impulsan a alguien a tatuarse son diversos, los míos surgieron hace mucho, aunque nunca encontraba valor y no me veía decidiendo algo así de irreversible, para siempre. Sin embargo, la tendencia a tatuarse es cada vez más prematura, la adolescencia es ahora también la etapa donde varios deciden iniciarse en el masoquismo de la aguja, como yo le llamo.
Un estudio de la Universidad de Santo Tomás en Colombia advierte que “El body art es descrito como una práctica en cuyo inicio, aunque puede haber elementos de orden estético, prima la influencia de amigos durante la adolescencia o juventud temprana, pese a la oposición familiar o justamente en virtud de ella”.
Visto así, el grupo social que integramos influye decisivamente en cómo apreciamos y percibimos el tatuaje en sí. Tal vez por ello, decidirse hoy por tatuarse es más sencillo cuando el entorno te apoya. Aunque, como refería antes, en Cuba las normas sociales son extremadamente rígidas y el moralismo asquea, tengamos en cuenta que el “socialismo” es mojigato y cualquier demostración de rebeldía, un tatuaje también lo es, es censurable para las mentes estrechas.
El primer choque con criterios ofensivos fue en el círculo de amistades de mi ex. Luego de los saludos iniciales alguien dijo: Y llegó la presidiaria, ¿cuántos tatuajes te faltan? El mensaje de desaprobación lejos de ser chistoso como intentaba quien lo dijo, me reafirmó que en ese grupo nunca hubiese tenido espacio con un tatuaje, hubiese sido descartada y respiré por no pertenecer ya a esa meca moralista.
No pueden faltar esos que te preguntan todo el tiempo por el significado de tus tatuajes. Para mí no tienen que significar nada, están en mi cuerpo porque me gustaron, porque los elegí como he elegido a mis parejas y amigos, porque quise.
El tatuaje es una dimensión de tu universo individual, al menos en mi caso: me lleno de flores y libros porque ambas cosas me gustan y de cierta manera hablan de mi sensibilidad ante el mundo. Los pocos que tengo hablan de mí y exteriorizan una parte de lo que soy, de lo que me diferencia, de lo que me hace única en medio de esta madeja que llamamos vida. Y ninguna opinión adversa va a cambiar eso.