"Las piedras, los Perros, la Revolución", un documental de Carlos Y. Rodríguez

"Las piedras, los Perros, la Revolución", del realizador Carlos Y. Rodríguez, constituye un retrato descarnado de la mágica realidad de Luis Rojas Sosa, un campesino que vive en la comunidad de Los Perros, municipio Buey Arriba, Granma.
Filmación del documental "Las piedras, los Perros, la Revolución"
 

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Las piedras, los Perros, la Revolución, del realizador Carlos Y. Rodríguez, fue uno de los documentales que competió en la edición 15 del Festival Internacional de Gibara. Signado por la estética de la Televisión Serrana, el audiovisual constituye un retrato descarnado de la mágica realidad (pudiéramos decirlo así) de Luis Rojas Sosa, un campesino que vive en la comunidad de Los Perros en el municipio de Buey Arriba, Granma.

Luis construye desde hace muchos años un parque de piedras donde rinde homenaje a líderes de la revolución cubana y de otras partes del mundo.

El documental está estructurado con una fragmentación que le permite al realizador adentrarnos en los diferentes tópicos que aborda. Desde su mismo comienzo asistimos al día a día de este campesino de la Sierra Maestra que dedica todas sus fuerzas a la construcción de un lugar prácticamente de culto a sus ídolos revolucionarios. Luis recoge piedras cada día para su museo sin la ayuda de nadie y siente un inmenso orgullo por ello.

A manera de opening y con un lente que privilegia el primerísimo plano vemos las enormes piedras que carga Luis, como Sísifo cargando su castigo con orgullo. Asistimos entonces a este viaje por una comunidad que al decir de sus pobladores es una zona de silencio, tranquila pero con alto consumo de alcohol.

La comunidad de Los Perros es un lugar donde casi todos sus pobladores viven de la agricultura. El nombre de este lugar viene dado por una leyenda de antaño, así como la cantidad de perros que viven en el lugar, aunque muchos de sus moradores piensan que no debía llamarse así, porque allí viven personas sencillas y humildes, pero no son perros dice una de las entrevistadas, “somos personas de bien”.

El realizador combina el documental de observación con la entrevista para poner el dedo en la llaga en el universo mágico de su protagonista. Al decir de muchos Luis es un loco, para otros es un hombre esforzado en su sueño: construir y hacer cada día más grande su parque de piedras en la comunidad.

Para Luis su misión es clara, él debe seguir el legado de su padre que fue mensajero del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra. La fe de Luis y su orgullo por el lugar que ha construido y que construye en el presente se entremezclan en el documental con imágenes de su vida, de su hogar, un pequeño bohío de una pobreza extrema, rodeado de fotos de mártires, así como medallas de su pasado como boxeador y corredor de fondo: “yo fui un deportista que ganó medallas”— dice—, “pero mi madre no quería que fuera boxeador, por eso me dediqué al atletismo”.

Estas palabras se entremezclan con sentimientos de apego a la revolución cuando muestra a cámara su parque de piedras, y sobre todo el lugar que ha reservado para el concepto de Revolución que dijera Fidel Castro en un discurso el 1ro de mayo del año 2000. La cámara se convierte en los ojos del protagonista que lee detenidamente: Revolución es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiado (…) y dice con enérgica certeza que Fidel Castro está vivo en él.

 

 

Pero Luisito es un hombre muy pobre, de chequera (pensión) baja, dice uno de los entrevistados, todas sus energías las gasta en ese parque en vez de mejorar su propia casa.

La dicotomía que establece el documental entre el sueño de Luis de seguir construyendo su parque de piedras para homenajear a los líderes de muchas partes del mundo y la situación real del personaje nos convierte en sujetos participativos de una realidad otra. Luis vive un mundo de utopía que se refuerza con una certeza desconcertante por su marcada alienación y soledad. El lente del fotógrafo Carlos Rodríguez Fontela se convierte en un personaje más al develarnos sin tapujos la cruda existencia de este ser que vive en un mundo de imaginería que lo hace feliz en su pobreza y altruismo.

Las piedras, los Perros, la Revolución nos devela una realidad mágica, pero a su vez pone el dedo en la llaga en lo que no ha cambiado con el paso de los años, con lo que aún queda por superar en zonas prácticamente de silencio en la serranía. Es este documental una sutil denuncia y a la vez homenaje. Denuncia a la realidad insatisfactoria y enajenante de muchos pobladores que sienten el peso de una existencia dura, que muchos de ellos tratan de evadir con el consumo de alcohol, y homenaje a un hombre como Luis que defiende los preceptos de la Revolución cubana que en sus delirios o en su realidad muy propia sigue alentándolo a continuar creyendo en sus sueños y en su necesidad de continuar el legado que le encomendó su padre, legado que continuarán sus hijos, aunque a estos no los vemos nunca en pantalla.

También Las piedras, los Perros, la Revolución es una metáfora de una conquista que se ha ido desgastando con el paso de los años, pero que permanece en la figura de este insólito personaje que la construye y la revive en su parque de piedras. Los Perros, una sutil metáfora de la vida en un lugar inhóspito, donde de hecho abundan muchos perros callejeros que comparten sus vidas con la de los pobladores de dicha comunidad.

Un documental que entre sus muchos logros resalta la edición de Kenia Rodríguez Salazar, fluyen como las aguas de un río las imágenes del mismo, una edición que resalta por hacernos partícipes del propio drama interno de los pobladores de la comunidad de Los Perros, así como la fotografía, que funciona como un personaje más en el documental, recreándonos con las imágenes la vida de los pobladores del lugar y específicamente la de Luis Rojas Sosa, su titánica labor, su fe y su necesidad de seguir creyendo en una misión que como Sísifo cumplirá hasta el fin de sus días, cargando con orgullo sus piedras sin sentir que por ello su vida es un piedra pesada y un castigo.