“Ella” pide ocultar su nombre por temor a represalias de la empresa de gastronomía que dirige el establecimiento Rumba Palace que es su lugar de trabajo, cerrado desde hace tiempo. Un sitio que fue propiedad de su abuelo y la revolución le “intervino”.
Ella tiene tres hijos, que conocen la historia del Rumba Palace por boca de su madre y de su abuelo, y de los vecinos del barrio que cuentan que era el restaurante más flamante de toda Playa. Sus hijos son casi hombres y comparten con el abuelo la frustración de ver al Rumba Palace “como lo dejado esta gente”, porque “si fuera nuestro estuviera ready”, dice Alipio, su antiguo dueño, “y ustedes no estuvieran pasando estas penurias”.
Como otros sitios de esparcimiento de la capital, que datan de la época pre revolucionaria, el Rumba Palace sufre la indolencia del estado, acentuada con la crisis “coyuntural”, el bocadillo del día.
Los trabajadores del Rumba Palace están interruptos, al 60 % del salario, “que es poco— dice ella— porque ni sumando el retiro de mi padre, que fue el dueño de todo esto, más mi 60 % de salario, nos alcanza. Mis tres hijos estudian, para mí eso es lo principal. El más chiquito dice que va a vivir para que le indemnicen a su abuelo hasta el último centavo que le quitaron y que le devuelvan su Rumba Palace”.
Alipio se ríe. Ha sufrido tanto ver como desbarataron su “joya”, que un ramalazo más no le importa. El Rumba Palace tiene ubicación privilegiada en la 5ta Avenida, frente al antiguo Coney Island, cerca del paradero de Playa y del barrio Romerillo.
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Cuando lo intervinieron a principio de la Revolución estuvo cerrado un tiempo, declarado “antro”. Se utilizó después como almacén de propaganda comunista y luego de taquilla de policía. A finales de los setenta abrió, como lo que fue siempre, un restaurante-bar, administrado por el estado, con buena música y en ocasiones tocaban orquestas.
Tuvo una vida intensa en esos años, hasta que una noche de rumba mayor, Yúnior y Kakato se batieron a tiros en la 5ta avenida, en el momento en que pasaba la caravana del Comandante en Jefe, que ordenó cerrar el lugar y recoger todas las armas en diez kilómetros a la redonda.
El Ruma Palace reabrió años después, con comida criolla.
“Fue una burla—, dice Ella—porque cuando lo remodelaron vinieron a la casa a pedirle a mi papá que los asesorara para mantener su estilo original y mi papá se negó. Uno que se dijo artista mandó a colocar ese techo de guano arriba, que parece más un sombrero mal puesto”.
Le pregunto a Alipio su opinión sobre todo esto y dice que por dentro el Rumba mantiene el misterio que lo caracterizó. Además de su simetría, diseñada con toda intención para que resultara inalterable. La barra sigue intacta, y el horno, a pesar de los ataques, conserva su tiro en vertical.
“Tal vez el efluvio de las tantas ‘figuras’ que pasaron por allí, colaboran a conservar su mística. Me escapo de la casa por la noche a ver al ´Chori´, descargando. Rodeado de ‘figuras’. Desde la acera lo observo, bailo, lo saludo. Me guiña un ojo”.
Ella dice que su padre está loco. No tanto por la pérdida de su propiedad, como por verla destruida. “Mi hijo menor va a echar la batalla. Los papeles están ahí. Y aún quedan vivos muchos testigos que pueden declarar a nuestro favor”, aseguró.