Los prohibidos: Selección de poemas de Belkis Cuza Malé

Cuza Malé fue detenida el 20 de marzo de 1971 a raíz del recital dado por Padilla en la Unión de Escritores, donde leyó Provocaciones
Belkis Cuza Male
 

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Belkis Cuza Malé (1942) es una escritora, periodista y pintora guantanamera, marcada también, como tantos otros por el fatídico Quinquenio Gris.

Fue en su primera alma máter, la Universidad de Oriente, que debutó como poeta, con el libro El viento en la pared, de 1962.

Ese mismo año concursó en el principal certamen de Cuba con Tiempos de sol, que logró una mención del Premio Casa de las Américas. Precisamente ahí fue donde conoció al que cinco años más tarde se convertiría en su pareja, el poeta Heberto Padilla, quien también obtuvo mención en ese concurso, con El justo tiempo humano. Al año siguiente repitió su éxito obteniendo otra mención de citado galardón con Cartas a Ana Frank.

Comenzó a trabajar como periodista en Hoy, en 1965, y después pasó al diario Granma, del que, según cuenta, fue despedida en 1967.

En 1966 volvió a ver a Padilla, cuando este regresó de Checoslovaquia, y a fines del año siguiente comenzaron a vivir juntos, aunque se casaron oficialmente más tarde, el 25 de enero de 1971.

Cuza Malé fue detenida el 20 de marzo de 1971 a raíz del recital dado por Padilla en la Unión de Escritores, donde leyó Provocaciones. Ambos fueron acusados de “actividades subversivas” contra el régimen, pero ella estuvo solo tres días incomunicada en los cuarteles de Villa Marista y participó en la famosa autocrítica celebrada en la UNEAC cuando liberaron a Padilla.

Su libro Juego de damas fue el tercero que obtuvo mención del Premio Casa de las Américas (en 1968), del que apareció una selección en la antología 8 poetas de Ediciones Casa. En 1971, ya publicado el poemario por las ediciones de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, fue destruido debido a su detención.

La poetisa logró salir hacia Estados Unidos en 1979 con su hijo Ernesto.​ Al año siguiente, gracias a la presión internacional y particularmente a las gestiones del senador Edward Kennedy, su esposo pudo seguirla.

"Ojalá que el exilio cubano encuentre pronto, como sociedad adjunta a este gran país, una forma de expresarse más a tono con la tierra que nos acogió, y que le permita prepararse para que en un futuro no muy lejano, los que lo deseen, puedan regresar a una Cuba libre, sin demonios", terminaba Belkis una entrevista con Cuba Encuentro en 2011.

Selección de poemas:

Niñez

Cuando fui una niña
salía a la calle
a soñar despierta,
jugaba a la rueda,
detestaba el parque,
me dormía sentada en la puerta.
Quería que el mundo
de verde, de tul,
de azul, de cerezas
tiñera, vistiera
su palidez muerta.
Me dolía que la gente
no quisiera
a los perros,
a los conejos,
a los gatos.
Los veía tiernos,
hambrientos,
juguetes humanos.
Y nadie quería
que los guardara en mi patio.
Ver lindas
alas de mariposas,
dejarlas volar,
dejarlas que jueguen
también con nosotras.
Coger florecillas
silvestres y raras.
¡Y pensar que ser niño
dura lo que una mañana!

 

Compro muebles viejos: sillas, camas, bastidores

Los compradores de muebles viejos
a menudo olvidan el amor,
sustraen una cama o una silla
aprovechando que sus dueños se han mudado
para siempre,
que embarcaron con la vejez y la tarde,
que no tuvieron tiempo de decidir la suerte
de los objetos
y a última hora hubo que deshabitar la casa,
abandonar la felicidad de antes
y partir sin despedirse de la cocinera.
Los compradores de muebles viejos
borran el polvo,
cualquier mancha de aceite sobre la superficie
y hasta inventan una historia feliz
para el nuevo dueño:
“Aquí se sentada el Rey Midas”.
“En esta cama nació María Antonieta”.
Pero las huellas del antiguo cuerpo
no desaparecen nunca,
ni la fatalidad, ni la soberbia
y el nuevo propietario comienza a pensar
que él es el otro,
que todo lo que toca se convierte en sal y agua,
que su mujer ha perdido la cabeza
y que ya no hay modo de no morir como los otros.

 

La Patria de mi madre

Mi madre decía siempre
que la patria era cualquier sitio,
preferiblemente el sitio de la muerte.
Por eso compró la tierra más árida
y el paisaje más triste
y la yerba más seca,
y junto al árbol infeliz
comenzó a levantar su patria.
La construía a pedazos
(un día una pared, otro día el techo,
y, a ratos, huecos para dejar colar el aire).
Mi casa es mi patria -decía-
y yo la veía cerrar los ojos
como una muchacha llena de ilusión
mientras escogía, de nuevo, a tientas,
el sitio de la muerte.

 

Asimilo

Asimilo
el verbo conjugado
sin ser dicho.
No hace falta
trasplantarnos las uñas
de las manos
a la tierra,
para saber
que el marco de la puerta
forma un ángulo;
que los pies descalzos
andan sueltos;
ni que hace tiempo
mi espíritu se ha muerto
robando
granos de azúcar
a las moscas,
y ventilando situaciones
de cuidado.

 

En el museo de la vida

¿Qué somos? ¿Dioses imperfectos
sometidos los unos a los otros? ¿Hombres ranas?
¿Muchedumbre? ¿Escoria?
¿Conquistadores gloriosos del presente?

Vivimos en el museo de la vida,
atravesamos salas y bastiones, mapas históricos
cagados por las auras. ¿Quién se atreve a minar
la tradición, viejo empeño de abuelas?

Pero yo no he vivido y esto huele a folklore.
Nada han visto mis ojos. Estas manos que acarician
los leones de piedra, rozan también la estatua de beduino
sin ser correspondidas.

¿No habrá sitio en el mundo
que no sea este viejo arsenal de chucherías,
este acabado caserón?

 

Las mujeres no mueren en las líneas de fuego

Las mujeres no mueren en las líneas de fuego,
no ruedan sus cabezas como pelotas de golf,
no duermen bajo un bosque de pólvora,
no hacen ruinas el cielo,
no hay nieve que enfríe sus corazones.
Las mujeres no mueren en las líneas de fuego,
no expulsan el diablo de Jerusalem,
no vuelan acueductos, ni vías férreas,
no dominan el arte de la guerra,
ni el arte de la paz.
No llegan a generales,
ni a soldados desconocidos de piedra
en el centro de una plaza mayor.
Las mujeres no mueren en las líneas de fuego.
Son estatuas de sal en el Museo del Louvre,
madres como Fedra,
amantes de Enrique VIII,
Mataharis,
Evas de Perón,
reinas asesoradas por un Primer Ministro,
niñeras, cocineras, lavanderas
o poetisas románticas.
Las mujeres no hacen la Historia,
pero a los nueve meses la expulsan de su vientre
y luego duermen veinticuatro horas
como el soldado que regresa del frente.

 

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