Desconocer la diversidad de pensamientos y la pluralidad de opciones políticas. Atrincherarse en una única verdad. Bloquear la iniciativa y el emprendedurismo privado. El agotamiento de un proyecto y la negación de que puedan existir otros. Incrementar cada vez más la represión. Perseverar en el error de cálculo de que lo que no ha sido nunca no podrá ser ahora. Y creer que la gente aguantará hasta el infinito. Son solo algunas de las causas que están conduciendo a Cuba hacia algo que la inmensa mayoría de nuestro pueblo parece no querer: caer por la imparable pendiente del caos, la violencia y la muerte.
El empecinamiento jamás ha dado buenos resultados. Los callejones sin salida solo incitan y provocan una mayor agresividad de todos. Bloquear durante décadas los proyectos y sueños de los cubanos provoca un grave daño antropológico, desespera y defrauda. Incita a la huida o a la violencia. Y, es decisivo, asumir que los discursos, las campañas, las exhortaciones alienantes a una esperanza sin cambios y las promesas no resuelven el agotamiento y la desesperación del pueblo.
Es muy imprudente y peligroso apostar a que el aguante de la gente es ilimitado. No se puede racionalmente exigir resistencia por más de medio siglo y empeorando por horas. No es legal, ni ético, ni conveniente, hablar como si nada, de conspiraciones, usar la palabra terrorismo, inventar vínculos con agencias de espionaje, acusar de mercenarismo, denigrar y difamar a mansalva, por los medios oficiales, a ciudadanos pacíficos e indefensos. No debemos acostumbrarnos a escuchar, o peor, a usar, estos epítetos insultantes, ni la burla, ni el cinismo, ni la mentira, para incitar a la violencia, crear teorías conspiratorias, y otros métodos ilegales. Lo que, en mi opinión, está poniendo en grave peligro la situación de nuestra Patria es seguir en esa pendiente imparable hacia la violencia, el caos y la muerte.
No podemos aceptar ni ver con normalidad, o con indiferencia, esas campañas que crispan, descalifican y llaman al enfrentamiento entre cubanos. La vida es una prioridad. La paz es una prioridad. El cambio es una prioridad. La Iglesia debe hacer un llamado urgente al cese de este camino sin regreso hacia la violencia y la muerte. Todas las instituciones del Estado que deben cuidar por el orden, la seguridad y la paz ciudadana, deben parar ya este círculo vicioso que en lugar de defender cualquier idea o proyecto político, lo que está provocando, a nivel nacional e internacional, es rechazo, desprestigio y, lo que es peor, sirviendo en bandeja de plata el pretexto o la reacción para radicalizar los métodos. Es con inteligencia y cambios con los que hay que resolver el caso de Cuba, no con más violencia y justificaciones. Esto debe parar y ser sustituido por un lenguaje respetuoso, unos métodos educativos y pacíficos, evitando la incitación y el uso de la violencia verbal, psicológica, física, mediática. Esto debe ser sustituido, sobre todo, con una apertura al cambio verdadero, estructural, de modelo y de métodos. Por el otro camino no se va a ningún lugar, o lo que es peor: crea las condiciones psicológicas, sociales y políticas, internas y externas, para la crispación y la radicalización de los fundamentalismos de todo color.
Cuba no merece seguir resbalándose por esa pendiente hacia el abismo de la violencia y el caos. Detener no detiene la conciencia ciudadana, la calienta. Encarcelar no arrebata la libertad de los cubanos, hace más transparente la naturaleza del proyecto que se intenta defender. Denigrar por los Medios no es el medio para defender ideales. Publicar el record policial de muchos, especialmente de gente joven, es una prueba del fracaso de la formación del “hombre nuevo”.
Encerrar en sus casas no evita que el mundo se convierta en hogar y que pueda comprobar que el país se convierte en una cárcel sin derechos ni movilidad. Golpear en las calles solo golpea al que apalea a los ciudadanos pacíficos. No nos damos cuenta de esto o estamos mirando para otro lado.
Hay que tomar nota de que los tiempos han cambiado. La mentalidad del mundo no es la del siglo pasado. El internet y las redes sociales han convertido a todos los que poseen un celular en reporteros ciudadanos. La sensibilidad planetaria acerca de la violencia, la muerte, la violación de los Derechos Humanos ha crecido a un punto tal, aunque falta mucho, que no se puede actuar sin un elevado costo de desprestigio y de repulsa internacional. Se ve muy claro, es patente y visible en las redes el carácter pacífico de los que se manifiestan. Pareciera, que no hay nadie que se dé cuenta y tome acción inmediata para detener esta espiral hacia la violencia institucional. Que todo esto ocurra, también injustamente, en otros muchos países no justifica, ni alivia, ni disimula, lo que ocurre en Cuba. Cada nación, cada estado y cada ciudadano, somos responsables de llamar la atención para que se tomen las medidas urgentes para evitar desastres mayores.
Estoy seguro que muchos cubanos, rechazan este incremento del discurso y los actos violentos, porque lo leo, lo escucho y se comparten cada vez más en las redes y medios de prensa, aquí y en el mundo. Este pueblo no es tonto, ni analfabeto, es muy visible la torpeza que supone que puede embaucar. Estoy seguro que, como ha ocurrido en transiciones en otros muchos países, desde España hasta Sudáfrica, países, el miedo a despeñarse en la violencia y la muerte; la generosidad para con la nación, el sentido común y la altura de ideales, ha promovido y evitado, cediendo todos, cediendo todos repito, que esos cambios auténticos ocurran, también en Cuba, con orden, diálogo, negociación y sobre todo con paz.
Es urgente. Hagámoslo antes de que sea demasiado tarde. Démosle una oportunidad a la libertad, a la paz, a la Patria y a la vida.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia.