Hay un antiguo refrán que dice que “el fin no justifica los medios”. Cierto, pero además podemos decir que “los métodos hablan de los principios”. En ambos casos se trata de los medios y métodos utilizados para alcanzar un objetivo o para defender unos principios. Tengo la percepción de que en Cuba se han olvidado estos proverbios emanados de la sabiduría milenaria y de la larga experiencia humana. Todos, sin excepción, deberíamos reflexionar y cambiar. Ceder a la tentación de devolver métodos violentos con métodos violentos, es la mayor desgracia que se infligiría a Cuba, ya demasiado sufrida.
Siempre, pero sobre todo últimamente, pareciera que los altos principios y los nobles fines del discurso y la utopía van por un lado y en una dirección, mientras que, al mismo tiempo, los medios y métodos, usados supuestamente para alcanzarlos, fueran por otro lado y en dirección contraria. Es por ello que mucha gente en Cuba, cada vez más, expresa esta dicotomía exclamando: “Esto es una locura”, “Es el reino del absurdo”, “Aquí no cuadra la caja con el billete”, “Pareciera que esta persona, estos medios de comunicación, esta organización u organismo, trabajara en contra de los principios que defienden y de los fines que desean alcanzar”.
En efecto, cada vez nos asombran y duelen más ciertos métodos y medios que pertenecen a otras culturas, a otros niveles de degradación humana, incoherentes con los altos ideales que se dicen profesar y defender. El abismo entre discurso y acciones, la incoherencia entre principios y métodos es el camino más rápido y convincente para que los seres humanos nos defraudemos tanto del discurso como de los principios. Todos sabemos que cuando esto ocurre comienza la decepción, crece el desencanto, se cultiva la desconfianza y cunden la mentira y las máscaras políticas.
Pongamos solo algunos ejemplos, aunque sabemos que la realidad supera con creces estas menciones, todos podemos comprobarlo día a día:
¿Cómo se puede defender la fraternidad entre cubanos cuando se ataca, descalifica y acusa públicamente a una parte de la nación en la que todos deberíamos ser hermanos?
¿Cómo se puede defender la verdad si cotidianamente se está mintiendo y difamando, sin derecho a réplica o defensa, de los que sufren la mentira y la difamación?
¿Cómo se puede proponer en foros internacionales que se actúe “dejando las ideologías aparte” para cooperar en una región como Iberoamérica, mientras en el país que defiende ese principio se obliga a aceptar en el artículo 4 de la Constitución, una sola ideología “irrevocable”, se califica a la Patria de todos como “socialista” y se considera una traición a la Patria y un mercenarismo pensar diferente, profesar y defender pacíficamente otras ideologías?
¿Cómo se puede defender el principio de unidad en la diversidad entre naciones con sistemas diferentes y en Cuba se persiga, hostigue y reprima la diversidad política entre cubanos?
¿Cómo se puede defender a América Latina “como zona de paz” mientras dentro de Cuba no se puede vivir en paz, no solo por los agobios de la supervivencia, sino por las continuas amenazas en los programas de televisión y la incitación al fratricidio de una guerra civil tal como cuando se enarbola el injusto precepto 4 de la Constitución?
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Allí se expresa: “El sistema socialista que refrenda esta Constitución, es irrevocable”, y también que “los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución”.
No es coherente legalizar “todos los medios” cuando se defienden principios. No se puede legalizar la lucha armada “contra cualquiera” que “intente” cambiar el orden político, social y económico que establece la Constitución.
Las leyes y las Constituciones son pactos sociales incluyentes, no discriminatorios, justos y equitativos, que deben garantizar y defender los derechos y deberes de todos, incluso de las minorías, como son tanto el Partido Comunista, como los grupos de la sociedad civil. Por tanto, no es congruente que se obligue a todo un pueblo a tener la misma y única ideología y mucho menos legalizar todos los medios contra cualquiera. No dice contra el invasor. Dice contra cualquiera. No existe país en el mundo en el que todos sus ciudadanos piensen igual y profesen una misma ideología.
Ya se está invocando con mucha frecuencia, y por los medios de comunicación, la posibilidad de poner en práctica estos métodos violentos extremos. Las amenazas contra una parte de nuestro propio pueblo pululan en la televisión y la prensa escrita. Pero también entre cubanos, directamente, se amenaza con la cárcel, los golpes, las puñaladas y otras formas de violencia entre compatriotas. Estos medios deben ser atajados ya. La violencia engendra violencia. Todos estos métodos son pésimos ejemplos de confrontación vulgar y peligrosa, tremendamente peligrosa, porque puede volverse contra los que usan esos métodos que son inciviles y denigrantes, vengan de quienes vengan y cualquiera que sea el que los reciba. Todo tipo de lenguaje y métodos violentos debe cesar. Las autoridades tienen el deber sagrado de “cuidar” a la ciudadanía y atajar eso actos violentos.
Cuando la amenaza, la represión, los golpes y la incitación a la violencia, se consagran como métodos normales es porque la persuasión, el trabajo educativo, el debate de ideas, las convicciones altruistas, la razón, aún más, es cuando la verdad y la justicia han sido dejadas a un lado o perdieron su fuerza pacífica y convincente. Cuba no merece esta decadencia fratricida.
Nadie nos creerá afuera lo que no seamos capaces de demostrar dentro, entre cubanos. La mayor fuerza moral en la defensa de los principios e ideales ante la comunidad internacional es ser capaces de demostrarle al mundo que en Cuba esos altos fines se van construyendo con medios libres, pacíficos, plurales, incluyentes y democráticos. De lo contrario, seremos, como dice otro viejo refrán: “luz de la calle y oscuridad en la casa”.
La incoherencia entre fines y medios es la causa del mayor número de fracasos en la historia de la humanidad. La mayoría de los imperios, antiguos y modernos, han caído por su propia corrupción, por sus propias decadencias, por sus flagrantes incoherencias entre fines y métodos. Han durado hasta el día en que el resto de la humanidad y sus propios ciudadanos comprendieron que no había tal incongruencia, sino que los verdaderos fines y principios permanecían ocultos y eran perfectamente coherentes con los métodos con que eran defendidos.
Nada denigra o enaltecen más los principios como los métodos con los que se defienden. Estamos a tiempo de parar esta espiral de violencia entre cubanos, antes de que, Dios no lo permita, sea demasiado tarde.
Tomado del Centro de Estudios Convivencia