Para Liuba Cisneros Carvajal y Leonel Pérez Ferrel, dos cubanos residentes en Songo la Maya, Santiago de Cuba, cumplir sus sueños en Cuba es una odisea cuyo final feliz ninguno de los dos puede vislumbrar.
No es porque aspiren a mucho en la vida, entendiendo esto como acumulación de riqueza, fama y bienes materiales. Ambos tuvieron una infancia difícil y, por distintos motivos, lo que anhelan es una reinserción social plena, en un entorno que les permita vivir dignamente y obtener lo esencial para una vida llevadera.
Pero sus voluntades han chocado de plano con una realidad en la que, lamentablemente, renunciar a los sueños es el único camino a seguir por muchos, obligando incluso en algunos casos a tomar decisiones con implicaciones contrarias a lo deseado. Más aún en el caso de ellos, demostrativo de cómo la dictadura y sus instituciones fallan a menudo en la reeducación de menores con problemas de conducta o en la prevención de fenómenos como el acoso escolar, para el cual no cuentan con protocolos claros y eficaces.
Una reinserción difícil
Liuba tuvo serios problemas de conducta en su infancia, lo que le llevó a estar internado desde 1989 a 1991 en el entonces Centro de Reeducación de Menores del Ministerio del Interior (Minint) en la provincia.
Dicho centro, al igual que sus homólogos en el resto de los territorios de la isla, forma parte del sistema de atención del régimen a los menores de 16 años con problemas y trastornos de conducta, y a aquellos que cometen actos que la ley tipifica como delito.
En dependencia de la gravedad de los actos del menor, éste puede ser canalizado por entidades y escuelas del sistema atendidas por el Ministerio de Educación (Mined) o por las del Minint. Las Escuelas de Formación Integral (EFI), antes centros de reeducación, son el último escalón del sistema, destinado al tratamiento de aquellos menores con problemas de conducta más serios, mismos que les han llevado a incurrir en actos con implicaciones penales.
En Cuba los menores de 16 años, con independencia del ilícito del que se trate, no tienen responsabilidad penal. Mediante dicho sistema de atención, regido inicialmente por el decreto ley 64 de 1982, se les provee un seguimiento integral para lograr su reinserción social plena y prevenir que en el futuro reincidan en acciones que eventualmente les lleven a prisión.
Que Liuba haya estado en el centro de reeducación del Minint por dos o más años supone que tuvo serios problemas conductuales o cometió uno o varios ilícitos, mismos que no pudieron prevenirse en las entidades del Mined o por los distintos factores de la comunidad conformantes del sistema, como los trabajadores sociales y funcionarios de otras entidades del régimen supuestamente dedicadas en parte a trabajar con las familias disfuncionales y grupos sociales en situación de vulnerabilidad.
Según comenta a ADN Cuba el hoy músico aficionado e instrumentista de la Banda de Conciertos de su localidad, en aquel momento los reeducadores “te entraban por el carril”, pero no conversando, sino con “bofetadas, piñazos, etc.”
“¿Tú sabes cómo yo cogí golpes?”, recuerda con angustia Liuba, arrepentido, según dice, de lo que hizo y le llevó al centro de reeducación, y de ahí a prisión.
Prácticas como las por él denunciadas eran frecuentes en dichos centros de reeducación, según la vox populi, y motivaron su reconversión en EFI, donde se supone que la educación a los menores no incurre en castigos físicos o abusos contra los menores.
Liuba salió del centro con 16 años y la determinación de buscar un trabajo, pero, explica, por su historial de “mal muchacho” nadie lo ayudó a conseguirlo.
“De los 90 en adelante el trato fue más fuerte. Llegué a la prisión de Boniato en 1992 y fue difícil. No reúno condiciones para fajarme con nadie y tuve que aguantar muchos malos tratos”, rememora. Su caso es claro ejemplo de cómo suele fallar el sistema del régimen para atender a los menores con problemas de conducta o que cometen delitos.
A base de maltratos, el centro de reeducación preparó más bien a Liuba para un futuro sin valores y en un entorno delictivo, donde era rechazado por la sociedad en la que se supone se reinsertase.
Sin embargo, como sucede con muchas personas que han estado privadas de su libertad, Liuba encontró la motivación de su vida en prisión. Según dice, en su caso es la música.
“Me dediqué a aprender a tocar la guitarra… Tocaba canciones de Silvio y me ganaba la confianza de los oficiales y funcionarios de la prisión. Me empezaron a sacar para la calle a actividades y dije: este es mi camino, la música”.
Salió finalmente de la prisión en 2012 y se inscribió como contrabajista en un septeto, en Santiago. Tenía la fuerte determinación desde ese entonces de reinsertarse socialmente y llevar una vida digna y decente, apartado de la delincuencia y los malos comportamientos, pero la realidad le está jugando muy duro últimamente, tal y como le hizo al salir del centro de menores.
“Hay problemas serios, no hay instrumentos. Nos piden que los cuidemos y reparemos si se rompen, pero yo vivo en malas condiciones. ¿A qué me puedo dedicar si dejo la música? Tengo que volver a la delincuencia o inventar con lo que sea”, se lamenta de la situación que está atravesando.
“No quiero perder mi trabajo, pero sin instrumento no se puede. Si no tengo plata para comprar un bajo, ¿cómo lo voy a comprar? Yo no vivo de diplomas. Estas cosas afectan al músico como tal y es culpa del gobierno, que no emplea recursos en comprar instrumentos”, denuncia con evidente pesar por no poder seguir llevando la vida que desea luego de una infancia de maltratos. Quiere vivir honestamente, pero no puede.
Del bullying al escepticismo
Leonel Pérez Ferrel tuvo una infancia difícil también, pero sin pasar por el sistema de atención a menores con problemas de conducta. En su caso, las dificultades estuvieron dadas por el bullying o acoso escolar al que era sometido con frecuencia por su baja estatura, el cual le llevó a riñas y discusiones que motivaron continuos cambios de escuela, sin que nunca recibiera el acompañamiento necesario de profesionales e instituciones para lidiar con los efectos negativos de tales prácticas.
“Vivía con complejos y problemas en la primaria. Me decían Meñique, me daban golpes, me maltrataban. Me vi forzado a andar de escuela en escuela, debido a los problemas”, cuenta a ADN Cuba.
Tras esos pesares, hoy estudia para ser profesor de Historia y sueña con mantener a su familia con dignidad y ser una persona respetada por su conducta y sus conocimientos. Desafortunadamente, tal cual está siendo su vida hasta ahora y como percibe la realidad que le circunda, ello no pasará si el gobierno sigue negado a “abrir sus puertas” y queriendo vivir del pasado.
“Tiene que pensar cómo son las cosas que necesita el pueblo ahora. Cómo son las cosas que nunca se van a alcanzar si el gobierno las restringe”, reflexiona Leonel, que dice conocer personas que están en contra del gobierno.
Sobre esas personas, contrario a lo que han pretendido inculcarle durante sus años de escolaridad, más centrada en formar seres afines al régimen que personas con educación cívica y valores, piensa que “están a favor de una mejoría para sus familiares, sus más allegados y queridos”. “No veo nada malo en ello”, sentencia el joven, cuyos sueños y su concreción no deberían depender de si está o no con el régimen.
“Mis sueños como joven están aferrados a mi mejoría. Tener una casa, una familia con amor, ser una persona de bien en la sociedad. Ser un profesor respetado. La economía me impide la mitad de mis sueños. No me permite tener nada de lo que me gusta y quiero.
Estar vivo no es solamente respirar y ver cada mañana. Hay que tener un sentido, si no, andas sin rumbo y te da lo mismo ser importante para la sociedad o no. Se han perdido conceptos, valores”, lamenta.
Como muestra de sus ansias de superar las dificultades de su infancia y cumplir sus sueños, formando parte activa y digna de la sociedad, Leonel manifiesta que después de graduarse quiere emprender.
“Quisiera dejar la falda de mi mamá, dejar de ser un niño, apoyar mejor a mi familia, crear la mía”. No obstante, al igual que en el caso de Liuba, sus condiciones en particular y Cuba toda, en general, parecen atentar contra el logro de sus propósitos, para el cual no ha recibido el apoyo que su caso necesita. No se rinden, pero el panorama es poco halagüeño y desnuda las profundas incoherencias que existen entre lo que el régimen presume de su pretendido sistema humanista y la triste realidad.