Cuba, donde “el alcohol no se va a acabar nunca”

La fórmula es terrible: desesperanza y alcohol. Cuando se juntan la falta de horizontes y el alcohol, se cae en una trampa que viaja aceleradamente hacia la muerte.
Cuba, donde “el alcohol no se va a acabar nunca”
 

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En una esquina, en un parque o delante de una deteriorada vivienda, se pueden ver cubanos sentados en torno a una botella que pasa de mano en mano, dando lugar al único viaje para el que no necesitan permisos o pasaportes; un viaje al planeta remoto que los acoge y les salva de la realidad de un país que se cae en pedazos sobre sus cabezas.

La fórmula es terrible: desesperanza y alcohol. Cuando se juntan la falta de horizontes, la desidia, las aspiraciones truncas, una realidad que viene en cuenta gotas y el alcohol, se cae en una trampa que viaja aceleradamente hacia la muerte.

Es un suicidio consciente o inconsciente, una mutilación que justifica otras mutilaciones. Y surgen lemas que pudieran darnos risa, si en el fondo no cargaran situaciones humanas terribles, como ese que parodia una frase de José Martí: “Ser curda es el único modo de ser libre”.

En la década del sesenta el gran músico Felipe Dulzaides acuñó una frase que luego los “curdas” de la isla suscribieron y mantuvieron viva: “Los únicos modos de pasar el socialismo o los ciclones son borracho o durmiendo”. No se alejaba mucho de la verdad. El socialismo cubano, o como se llame esa manera de emparejar la pobreza y mantener un control férreo sobre la boca y el cerebro de sus habitantes, terminó siendo un callejón sin salida para la inmensa mayoría, un vivir al día, sin que el mañana importe mucho porque, en un porciento bastante alto, el mañana traerá lo mismo que el hoy.

Quizá el futuro jamás tocó a la puerta. O pasó veloz, de noche, en silencio, y solamente dejó odios del pasado que se instaló en el presente. Y ante cada fracaso económico, el gobierno cubano, que hizo su carrera de lapa recostado a subvenciones y falsos cariños, prometió más y más, hasta que las promesas fueron palabras huecas, necias, en las que ya nadie creía. Y entre el no hacer nada hoy, y el no espero nada mañana, se instaló en la isla una botella de alcohol, o varias, cada día, casi como la única manera de sentirse acompañados en la desesperanza.

 

Yo también estuve en esa tierra quemada, en esa trampa de la que pocos salen. Y me toca también por el lado familiar, y sé que no hay placer en ello, sino un modo de que venga pronto la oscuridad interior, porque no hay luz afuera, y la que hay no la quieres porque te la imponen.

Encuentro ahora estos datos preocupantes: “El alcoholismo se encuentra entre las diez primeras causas de muerte en Cuba. Los especialistas reconocen que en los últimos 20 años el consumo de bebidas alcohólicas ha aumentado considerablemente. Obtener estadísticas fiables es difícil. Un estudio efectuado por un equipo multidisciplinario del hospital Carlos J. Finlay, asegura que nueve de cada 10 suicidas son alcohólicos”.

Y mientras el triunfalismo es la misma carta marcada a la que siguen jugando los gobernantes, esos inútiles entre los que también existen alcohólicos tristes, por vergüenza (si es que hay), por miedo o porque se desprecian también ellos mismos, la sociedad se disfraza de pueblo alegre, feliz o despreocupado, y el país llega a desolaciones inauditas: “En febrero de 2017, Cuba ocupaba el lugar número 15 entre los países con mayor consumo de alcohol en América Latina y el Caribe, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS)”.

Hoy, que me decido a opinar sobre este flagelo, leo que hace unos pocos días “Cuatro jóvenes cubanos perdieron la vida en Camagüey arrastrados por un río crecido en el poblado de Lugareño, cuando regresaban en estado de embriaguez de los carnavales locales”.

Y veo otro doloroso documento: un joven periodista, que se hace llamar “Paparazzi”, grabó a algunos cubanos de un barrio pobre. Uno de ellos, joven en el que ya la adicción se nota a simple vista, apologiza, como jugando, el alcoholismo. Dice que: “El alcohol no se va a acabar nunca”, y que “hay que hacerle un monumento, sin ese nos estresamos y nos matamos entre nosotros mismos aquí”.

Pero el alcoholismo no es una broma. Es un azote. Una enfermedad de la que no siempre se tiene conciencia, sobre todo porque ni los gobiernos ni la sociedad alertan sobre ello. Es una adicción “permisible”, que roba vidas, destroza familias y marca la infancia de muchos inocentes.

Como el desaliento. Como el no saber quién serás o qué hacer. Como la pobreza impuesta, esa vergüenza. Como la falta de esperanzas que ha traído un sistema que prometía el cielo, pero que cava, cada día, una tumba más honda para los cubanos.

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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