El cine del realizador Yimit Ramírez es un cine apocalíptico, postmoderno. El arte postmoderno es irrealista, hasta su realismo mágico se disuelve en estados etéreos. En ausencia de un principio cardinal o paradigma nos volvemos hacia el juego, la alegoría, la autorreflexión, en resumen, hacia la ironía. Esta ironía supone la indeterminación, la desmitificación.
El cine de Yimit Ramírez no deja indiferente al espectador. Podrás comprender la historia o no, pero lo que sí no podremos, espectadores o críticos es sentirnos apáticos ante un discurso que apela constantemente a códigos como la parodia, la ironía, la cita, el homenaje, la catarsis, lo lúdico, en fin, una serie de elementos como un coctel donde todo es posible, incluso lo imposible, lo inaudito. Yimit es autor de obras premiadas en pasadas ediciones de la Muestra Joven ICAIC como lo son Koala, premio de la Asociación de la Prensa Cinematográfica y Gloria Eterna, premio en el apartado de ficción de la 17 edición de la cita de los jóvenes realizadores.
Fin es el título de su último corto de ficción premiado en la 18 Muestra Joven ICAIC. A manera de sinopsis el corto narra la historia de Juan, quien está muerto y sorpresivamente le regalan una oportunidad: revivir un momento de su vida pasada, pero no será uno cualquiera.
Fin apela a un discurso fragmentado, cíclico en su estructura, desde el mismo comienzo asistimos a un supuesto lugar fuera del tiempo y espacio terrenal: ¿el infierno? Un ser andrógino salido del mismísimo más allá rodeado de pequeñas cajas numeradas busca la que contiene los restos de alguien que no sabemos a ciencia cierta quien es. Este es un comienzo para desconcertar al espectador más avezado, sólo que Yimit Ramírez juega constantemente con nosotros, pero a su vez nos pone a reflexionar sobre lo terrible que sería para un ser humano revivir una y otra vez el mismo instante, la misma situación, y en el caso de la historia no es una situación cualquiera: Juan está condenado a revivir el velorio de su madre una y otra vez, y a su vez a poder predecir, como una maldición de la que no podrá escapar, el futuro de los que lo rodean, vidas signadas por la mentira, la doble moral, la traición, personajes símbolos de una realidad disfuncional y caótica que se nos insinúa en todo momento.
Todo es apocalíptico en Fin. Es aquí donde la historia se nos revela como un rompecabezas que juega con el tempo del relato y el tiempo físico que le ha sido otorgado a Juan desde un supuesto más allá, donde unas voces (que aparecen aquí como esqueletos de animales) todo lo saben todo lo controlan, pura distopía, y le recuerdan la vida que malgastó, tres minutos es lo que le han concedido para realizar un último deseo, sólo que ese instante se convierte en una pesadilla interminable de la que intentará escapar en una épica carrera hacia cualquier lugar. La épica escapada del personaje, que al final logra huir del supuesto velorio de su madre, una mujer que yace en un ataúd con el rostro golpeado, nos pone a pensar constantemente en el pasado del personaje, en su familia, en la vida que se nos insinúa como disfuncional y violenta.
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Todo es catártico y terrible en Fin, donde la libertad también se nos insinúa como una quimera, incluso en el mismísimo más allá donde tampoco Juan tendrá la posibilidad de redimirse, y peor aún, de poder decidir qué hacer con sus últimos tres minutos, ya que hasta en este supuesto infierno todo está controlado y el hombre debe pagar por sus faltas infinitamente, como Sísifo cargando su piedra para siempre.
Fin es la metáfora de un final sin final, paradoja que nos remite a un eterno retorno nitzscheano donde nuestras vidas pudieran reducirse a un montón de cajas numeradas esperando ser revividas para hacernos partícipes de un horror sin precedentes, estamos condenados sin salida, pareciera decirnos el realizador, solo que hacia el final del metraje Juan en esa escapada por las calles de un pueblo en ruinas (todo es feo en Fin) se desnuda y en un último frenesí o en un último instante de libertad se lanza al mar, y en la profundidad lo vemos bailar un reguetón que dice a manera de burla en una de sus letras: miénteme que me gusta.
El elemento lúdico y paródico es el signo que recorre la trama de Fin. Nos reímos, pero es una risa con sabor amargo, porque lo que pudiera parecer una broma fílmica, que también pudiera serlo, es una reflexión sobre un mundo carente de individualidad, de color, todo es gris en Fin, la ropa de los personajes, los lugares, las calles destruidas llenas de basura, sin calor humano, un mundo donde la violencia y la supuesta falta de libertad es el leitmotiv de vidas condenadas, incluso en un supuesto más allá. La banda sonora funciona en el corto como un personaje más, escuchamos desde la música operística, específicamente Rinaldo, hasta la música del reguetonero Kamel, en un contrapunteo donde la tragedia y el choteo se complementan para conformar una sólida obra de ficción a la que valdría incluso preguntarle: ¿Cuál es la realidad, cuál la ficción?
Cine de tesis, de hondura conceptual, que también tuvo en el reparto actoral uno de los ingredientes que aportaron de manera contundente a que la historia fuera increscendo y los personajes con sus breves apariciones nos dieran la complejidad sicológica para interiorizar sus grises y caóticas vidas.
Fin desconcierta, divierte, nos hace pensar, para al final quedarnos cada uno de nosotros, espectadores y críticos con una obra compleja, que pide a gritos a un espectador participante, porque eso sí, nadie quedará indiferente después de haberlo visto, sobre todo porque Fin propone más interrogantes que respuestas, múltiples lecturas, válidas todas, porque esta propuesta a manera de carnavalización, como dijera el teórico Mijail Bajtín, abarca desordenadamente la indeterminación, la fragmentación, la descanonización, la ironía, la hibridación, la polifonía, la alegre relatividad de las cosas, la participación en el salvaje desorden de la vida.