China convierte en prioridad nacional la obtención de una vacuna contra el nuevo coronavirus y presiona, en consecuencia, a sus laboratorios para ganar la carrera mundial que se despliega hace meses. Con tal fin el régimen chino ha otorgado recursos a las compañías farmacéuticas y ha disminuido las trabas burocráticas propias de este proceso.
La necesidad de una vacuna que neutralice a la COVID-19 y evite la pérdida de más vidas y la recesión económica es el propósito de varios países como Estados Unidos y Gran Bretaña, pero China no quiere quedarse atrás. Hasta la fecha son cuatro las compañías chinas que comenzaron a experimentar con sus vacunas en humanos. Un alto funcionario chino, dijo que una vacuna de emergencia podría estar lista en septiembre, lo cual se considera una fecha record.
Sin embargo, la premura del régimen asiático oculta algo más que buenas intenciones. Conseguir una vacuna significaría para ese país un cambio de imagen global, puesto que se le acusa de haber ocultado el brote y de no evitar su propagación fuera de sus fronteras. Además, encontrar una cura pudiera elevar a China como una potencia científica y médica, lo cual restablecería la confianza que hoy han perdido.
Beijing está ejerciendo toda su fuerza sobre la industria para alcanzar sus propósitos. China ya posee una larga data sobre violaciones a las medidas básicas de seguridad que precisa la producción de una vacuna. Tal industria se ha visto mezclada en escándalos en los últimos tiempos. Hace solo dos años hubo una oleada de inconformidades por parte de algunos padres al descubrir que las vacunas administradas a sus bebes eran ineficaces contra la difteria, el tétanos, la tos ferina y otras afecciones.
El mayor implicado en este caso fue el Instituto de Producto Biológicos Wuhan, que figura como candidato para las pruebas de Fase 2 de una vacuna. En el pasado, también ha sido demandado dos veces por individuos que aseguraban reacciones extrañas luego de la vacunación. Tales sucesos hacen dudar a la población china sobre una vacuna de fabricación nacional, muchos tal vez prefieran algún fármaco inmunizador proveniente del extranjero.
Ray Yip, ex jefe de la Fundación Gates en China afirmó que “los chinos ahora no tienen confianza en las vacunas producidas en China. “Probablemente sea el mayor dolor de cabeza. Si no tuvieran todos esos incidentes, las personas probablemente se pondrán en kilométricas filas para obtenerla”.
El historial de encubrimiento por mala praxis de las compañías de vacunas chinas es harto conocido. Quienes las gestionan parecen estar adaptados a que el sistema político los proteja incluso de competidores foráneos. De ahí que las inversiones en investigación y desarrollo sean exiguas para dar primicia a la venta y la distribución. Todo un engranaje que deja caminos abiertos a la corrupción, puesto que cerca del 40 por ciento de estas empresas son estatales y obran con total impunidad sin el temor al cierre de sus instalaciones.
La obtención de una vacuna efectiva es todo un reto para la comunidad científica internacional puesto que es un proyecto a largo plazo. El mundo cuantifica hasta la fecha más de 247.000 muertes a escala global, aunque el conteo real pudiera ser mayor y la necesidad de una cura es hoy una prioridad. Hace apenas dos semanas investigadores de la Universidad de Oxford comenzaron a realizar pruebas en humanos, según anunciara Mat Hancock, el ministro de Sanidad británico. Reino Unido dispuso 20 millones de libras (22,60 millones de euros) a disposición del equipo de Oxford y otros 22 millones de libras (24,90 millones de euros) para otro proyecto de vacuna desarrollado en el Imperial College London.
Por su parte, el Instituto de Investigación Permanente Kaiser en Seatle (Estados Unidos) inició, a mediados de abril, las pruebas de la primera vacuna estadounidense contra el Coronavirus. La misma podría estará disponible dentro de 12 o 18 meses según informó la doctora Lisa Jackson.