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Uno, dos, tres, muchos Kanye

Kanye denunció la corrupción de Black Lives Matter, pero, ¿qué decir de los pueblos latinoamericanos que conocen la corrupción del cártel Moncada y llevan setenta años apañándola?

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Kanye West irrumpe en la Semana de la Moda en París, 2022
Women's Wear Daily | Kanye West irrumpe en la Semana de la Moda en París, 2022

Actualizado: Sun, 10/09/2022 - 16:23

“¿Quién de nosotros sería un librepensador si no existiera la Iglesia?”, se preguntaba Nietzsche a finales del XIX.  Casi siglo y medio más tarde, una nueva iglesia ha plantado sus claustros en las cuatro esquinas del mundo y otra vez los librepensadores debemos agradecerle nuestra complicada existencia.

El modus operandi de una nueva iglesia es idéntico al de la iglesia vieja: la obstinación en mantenerse joven por los siglos de los siglos. Ser encargada de bautizos y extremaunciones, casamientos, confesiones y castigos. Ser infalible. Poder mandarte a callar o quemarte en la plaza si la contradices.

Todo credo es absurdo y, sus ceremonias de reafirmación, agotadoras. Al cabo del tiempo, aparece un rapero afroamericano que dice “Las vidas blancas importan” y la Iglesia entra en crisis. ¡Con el trabajo que le había costado implantar sus lemas en las mentes del rebaño! Supongamos que el artista lleva la contraria solo por joder. Pronto entenderá que la iglesia es alérgica a las bromas.

¿Qué tal ese “Solo las vidas negras importan” que pretende adueñarse de la mitad del tablero y declarar ilegal la otra? Dadas las reglas absurdas de las iglesias, cualquier movida imprevista podría ser el jaque mate. La iglesia crea santuarios y espacios seguros, pero solo para los suyos. Es lo que quiso decir Heberto Padilla con “Fuera del juego”, y Fidel con “Dentro de la Revolución todo”.

Lo que Kanye West proclama, al hacerse acompañar en la Semana de la Moda en París de una de las mujeres más bellas, inteligentes y repudiadas de la actualidad, es: “Yo no soy una ficha negra del juego”. Las fichas negras no importan realmente, todavía no, como lo ha demostrado Kanye. Si importaran, una blanca sin importancia como Chelsea Clinton no tuviera un programa de televisión en Apple+, mientras que Candace Owen es relegada a los márgenes de la Sociedad del Espectáculo. Si las vidas afroamericanas fueran imprescindibles no tuviéramos a un Trevor Noah, importado de Sudáfrica, conduciendo un estratégico show de hora pico: la nueva animadora de The Daily Show debería ser Candace.

¿Qué distingue a una mulata californiana sin opiniones propias que entra por la puerta del fondo al castillo de los Windsor, de una auténtica librepensadora que arriesga el odio de los intransigentes y el asesinato de reputación? La respuesta es: el credo. El de Meghan Markle es el catequismo sancionado por el Partido; el de Owen, la convicción libertaria de los cimarrones. En ese sentido, todos hemos venido a ser fichas negras, y es por eso que hoy las vidas negras importan. He ahí la profundidad del pensamiento de Kanye, en contraste con la superficialidad de las lecturas partidistas del mismo lema.

A su manera, la imbecilidad es productiva, y la anemia intelectual de la Iglesia estimula el librepensamiento. Sin Iglesia, efectivamente, los librepensadores no existiríamos. Como pensador político, Kanye West ha sacado a relucir un asunto mucho más siniestro: no solo todos nos hemos vuelto negros, sino también cubanos. La ideología de la nueva Iglesia es el castrismo que no se atreve a decir su nombre. Lo cubano ha corrompido finalmente la libertad americana.

Las palabras de Kanye hace dos noches en el programa de Tucker Carlson, parecen salidas de la boca de Maykel Osorbo: “Cuando le decía a la gente que me gustaba Trump fui humillado por Hollywood. La gente me aconsejaba: ‘Piensa en tus hijos’, así que me tragaba la lengua. Hay tantos padres y madres que van a trabajar cada día mordiéndose la lengua porque creen que es lo mejor para sus hijos”. Palabras dichas en Beverly Hills, no en Santos Suárez.

El trumpismo de Osorbo también fue barrido debajo de la alfombra por sus mismos compañeros activistas. Si Kanye denunció la corrupción, tanto del movimiento Black Lives Matter como de los apaciguadores que creyeron haberle puesto un bozal de noventa millones de dólares al monstruo, ¿qué decir de los pueblos latinoamericanos que conocen la corrupción del cártel Moncada y llevan setenta años apañándola?

Kanye ha demostrado que cuando las consignas son puestas de cabeza, se revelan como duplicidades. Unos músicos cubanos, homólogos de Kanye, viraron al revés el lema central del castrismo y trocaron “Patria o Muerte” en “Patria y Vida”. El efecto liberador del rap operó el milagro en nuestra cultura: si la nueva iglesia es universal, las soluciones también deben serlo. Por lo que habrá que seguir contradiciendo, desacralizando y revirando para que le nazcan al mundo uno, dos, tres, muchos Kanyes.