Una de las virtudes más hermosas del ser humano es la ingenuidad. Lo hace tierno, puro, inocente como un niño. A menos que la ingenuidad lo lleve a preguntar cosas tan elementales y simples que le haga parecer casi imbécil, diciendo, por ejemplo, que ve mejor de día que de noche, que el agua fría refresca más que la caliente, o que el pueblo cubano está de acuerdo y feliz por el racionamiento.
El presidente en disfunciones de Cuba, el designado a dedo Miguel Díaz-Canel, no salía de su asombro al ver que la gente humilde del ultramarino pueblo de Regla comenzó a abuchearlo con actitud agresiva cuando fue a visitarlos, después de que un tornado hubiera acabado con sus casas de siempre, miserables y precarias, pero suyas, malos techos que cubrían a duras penas su penas y su tristezas.
Díaz-Canel y su comitiva tuvieron que huir a la desbandada, y todavía no entiende, en su cuadrado cerebrito de cuadro, ¿por qué esa falta de cariño de ese pueblo asustado, hambriento, miserable y sin esperanzas? No se explica el rechazo y la desconfianza de esos seres que son como él, sin entender que esas personas no se ven como él, ni como ninguno de los que son como él, y que dudan que el mismo gobierno que los ha hundido en la desilusión más profunda de sus vidas les vaya a resolver algo a esta altura del partido.
Ahora parece haberle tocado el turno de la ingenuidad al vicepresidente. Parece ser de la misma escuela, o desayuna lo mismo.
La noticia dice que “durante su visita al Hospital Provincial Docente Clínico Quirúrgico Arnaldo Milián Castro, en Santa Clara, el vicepresidente cubano Dr. Roberto Morales Ojeda dijo a la directiva del centro que hay que buscar las causas reales del problema del éxodo de médicos y enfermeras”.
Conmovedor ¿verdad? Es como el marido que llega sorpresivamente a su casa y al encontrar a su esposa retozando en la cama con otro hombre pregunte: “¿María, por qué me estás haciendo esto a mí?”, sin darse cuenta que María no le está haciendo nada a él, sino al otro tripulante del colchón.
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Pero el compañero Morales Ojeda no se anda con chiquitas, y para que no haya ninguna duda de lo sincera, seria, profunda y real que es su preocupación (que es la misma preocupación del resto de esos dirigentes que parecen habitar en un limbo) quiso ser reincidente como ingenuo, y en ese momento, del exoesqueleto, se le salió el cuadro que todo cuadro lleva adentro y dijo: “Eso lleva un análisis en profundidad que involucre a todos los factores, desde el Ministerio hasta la estructura interna”.
Palabras como “análisis” (en este caso “lleva un análisis”), “profundidad”, “involucre” y “todos los factores” eran, hace ya muchísimo tiempo, ejemplo de un candor y una ingenuidad sanas y cristalinas. En el momento actual es casi una hijeputada con alevosía.
¿Por qué se va tu médico tan lejos? ¿Por qué no quiere volver cuando se va? Bueno, lo de no volver es porque el gobierno se lo impide, porque lo castiga y lo ha etiquetado como un traidor que no quiso seguir pasando trabajo, viendo a sus hijos carecer de cosas elementales, trabajando sin casi recursos, en locales antihigiénicos que se deterioran a ojos vista y con un salario risible.
Es la respuesta de ese gobierno ingenuo cuando un profesional de la salud, al que envían a lo que ingenuamente llaman “misión internacionalista”, durante varios años, a otro país del tercer mundo, sin su familia y sin poder valorar personalmente el contrato, sabiendo que el empleador, que es el estado cubano, le roba de un tajazo el 75 % del salario convenido con los mandatarios del sitio donde estará pasando las de Caín todo ese tiempo, vigilado, trabajando como una bestia, y cuidando que esa boca suya no diga nada que lo señale para siempre delante de sus dueños esclavistas.
Le propongo al doctor Morales Ojeda que sea un poco más moral y que ojede mejor la realidad del país. Que un día sea contratado durante dos años para fungir (¿fingir?) como vicepresidente en otra nación, sin hijos ni mujer, cobrando el 25 % de lo que acordaron pagar por él, alentado solamente por la ilusión de la “pacotilla” que llevará a su regreso.
Entonces comprenda que nadie quiere regresar a un lugar donde la vida no es vida, y que era, a pesar de su título o gracias a él, una moneda de cambio en las inescrupulosas manos de un gobierno al que le importan un bledo sus aspiraciones y sus sueños, porque son sueños prohibidos que sembró en tu cerebro el enemigo. Y que ser médico en Cuba, aunque le duela a Hipócrates, es una hermosa profesión que ha usado ese mismo gobierno como propaganda para limpiar su imagen ante el mundo.
Ese día también dejará de preguntarse si somos felices aquí. Y entenderá que la ingenuidad queda mejor en los niños.