Cada vez entiendo menos las repentinas y, por suerte, efímeras oleadas de censores espontáneos que aparecen cotidianamente en las redes sociales y los medios de comunicación, donde cualquier producto que, por azar de las circunstancias, no cumpla con ciertas expectativas y lugares comunes que agrade a grupos específicos de espectadores o público, inmediatamente se arma el tribunal inquisitorial para dictaminar su condena y pedido de excomunión.
Uno de los últimos y mas sonados casos ha sido Mignonnes (también traducida como Cuties en inglés o Guapis en España), el primer filme de la joven realizadora franco-senegalesa Maïmouna Doucouré, que desde una perspectiva evidentemente autorreferencial, se acerca al universo de una niña de 11 años en el contexto de una familia negra musulmana en la Francia actual, en un barrio pobre donde convive con niños y adolescentes de distintas nacionalidades.
Con su opera prima, Maïmouna Doucouré se une a múltiples cineastas de origen africano o medio oriental que teniendo sus raíces familiares y culturales en esas regiones geográficas, han nacido o desarrollado sus vivencias y sus trabajos audiovisuales en Europa o los EE.UU: desde Marjane Satrapi y Abdellatif Kechiche hasta Ladj Ly o Ali Abbasi, por mencionar solo algunos ejemplos significativos recientes. Lo que resulta llamativo de Cuties es que su estreno se produjo en Francia y el Festival de Sundance a inicios de este nefasto año 2020, en medio de la crisis de la pandemia, sin que causara ningún tipo de reacción negativa por sus imágenes o contenidos; pero bastó que la plataforma Netflix la adoptara, y sobre todo que sacara un poster y trailer pasaditos de tono, con un objetivo evidente de posicionamiento comercial, para que aquellos que vieron las breves imágenes estallaran en cólera, aun sin ver el filme en la mayoría de los casos, como ellos mismos reconocen, por su supuesta manipulación “pornográfica” y “pedófila”.
Reconozco que vi el filme hace muy muy poco, a propósito de esta alharaca mediática, lo cual agradezco, porque me evidencia lo ignorante -y sobre todo estúpido- de emitir criterios exaltados y pedidos de censura sobre algo que ni siquiera se ha visto. Esto resulta al menos preocupante para la libertad de expresión que defendemos en las democracias occidentales, cuando se pretende no solo censurar sino incluso criminalizar judicialmente una película de la que ni siquiera se han visto sus imágenes ni analizado sus contenidos más allá del cartel y la promoción que le hizo inicialmente Netflix, y que luego cambió disculpándose por considerarlas “inapropiadas”.
"Decidí hacer esta película y hacer sonar la alarma", dijo el lunes Maïmouna Doucouré en un panel del Cine Internacional de Toronto.
Cuties no pasa de ser un filme más de los muchos que se han acercado a ese complejo universo de cambios entre la niñez y la adolescencia (a esa tradición pertenecen en Francia desde un Francois Truffaut y Eric Rohmer hasta Agnes Varda o Chantal Akerman, o en Latinoamérica realizadoras más recientes como Lucrecia Martel o Lucia Puenzo), en el que todos hemos transitado por una convulsa etapa de transformaciones que nos lleva a enfrentarnos con nuestros entornos familiares y sociales, pero también con nuestros cuerpos, deseos y subjetividad.
Si a esto se une un lugar donde se están enfrentando modos de vida más abiertos como los occidentales, en contraste a otros más tradicionales y cerrados como el musulman, los cambios pueden resultar aún más difíciles y traumáticos. Esto es lo que evidencia el filme de Maïmouna Doucouré, que contrapone las vivencias de estas chicas de 11-12 años a sus culturas y familias de origen, con los condicionamientos permanentes de la internet y las redes sociales, junto las presiones sociales y corporales sobre la vestimenta, la música y sus comportamientos públicos. Considerar que esto es pornografía y motivo de censura, y hasta la posibilidad de una demanda judicial, es tan hipócrita y mojigato como peligroso y contraproducente. Amy y sus amigas de Cuties no son más que -apenas- un tímido reflejo de lo que hoy resultan nuestros cotidianos entornos sociales, tan virtuales como reales, para unas niñas que transitan hacia su adolescencia con todas las contradicciones que eso conlleva, para ellas mismas y para los otros.
Precisamente, su protagonista lo que intenta es una liberación de las ataduras y los condicionamientos que se ejercen sobre sus cuerpos, sobre sus deseos y decisiones, donde pareciera más importante asistir con un traje tradicional a la boda del padre que la abandonó, que vestirse de “puta” para acompañar a sus amigas en un concurso de baile. Culparlas por lo que sienten y desean esas niñas adolescentes, no es más que intentar censurar una realidad tan habitual como inevitable, lo cual es no solo hipócrita, sino además nocivo.
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La “hipersexualización” de la niñez y la adolescencia no es responsabilidad de la realizadora de este filme, sino una dinámica de socialización estética, corporal y simbólica que han impuesto la internet y las redes virtuales, estimuladas por los medios televisivos y la industria de la moda. Intentar la censura de eso que tenemos constantemente ante nuestros ojos, porque un filme las pone en escena y las hace evidentes, no es más que una identificación paradójica con esas visiones censoras y represoras -similares a las musulmanas o al estilo ruso putiniano- que supuestamente se critican, y además muy a tono con las correcciones que demanda el neofundamentalismo actual, que para colmo muchas veces se disfraza de “progre” o “libertario”, de acuerdo al signo ideológico al que se afilie en cada disputa mediática.
A propósito de esto, en Cuties tuve un deja vú con la reciente polémica que se desató a partir del estreno de The Wasp Network (La red avispa), esa peliculita de Olivier Assayas, que si produjo y apadrinó Netflix desde su nacimiento, donde se hacen pasar por “hechos
reales” las distorsiones más vulgares y maniqueas sobre el exilio cubano y los espías que propiciaron el derribo en aguas internacionales de las avionetas Hermanos al Rescate por parte de la dictadura cubana.
Si, como pidieron Néstor Díaz de Villegas y Orlando Luis Pardo Lazo en sus comentarios sobre este filme infame, es mejor que no lo censuren para que podamos evidenciar el desparpajo y la vulgaridad de la patraña, no jodan con este inocente filme. La recomendación entonces: vean Mignonnes (o Cuties o Guapis, como quieran llamarle), que de censuras estoy ya hasta los huevos de gallo decrépito.