Hoy, 14 de febrero, en buena parte del mundo se celebra el Día del amor y la amistad. Independientemente de cómo lo celebren unos y otros, o de que la actual situación de Cuba no permita material, ni anímicamente celebrarlo, es propicia la ocasión para reflexionar sobre la virtud del amor. No se trata de una columna romántica, ni de un discurso suave. El amor es lo más grave, profundo y trascendental de la vida humana. Es algo muy serio y comprometido.
El amor en las raíces de Cuba
Comencemos recordando que el amor está como la piedra fundacional de nuestra nación. La cultura cubana tiene como uno de los valores fundacionales el amor. El Padre Félix Varela nos recuerda que la tercera de las tres virtudes teologales, es decir, pertenecientes a Dios, es el Amor. “Dios es amor” como podemos leer en la Primera Carta de Juan 4, versículo 8. Por tanto, todo lo que se opone al amor se opone a Dios mismo, igual que todo el que saca a Dios de su conciencia y de la sociedad contribuye a construir una sociedad sobre la indiferencia o el odio.
Más tarde, José Martí expresa: “Por el amor se ve, con el amor se ve. Es el amor quien ve. Espíritu sin amor no puede ver”. El apóstol de la independencia de Cuba también aseveró: “La única verdad de esta vida, y la única fuerza, es el amor. El patriotismo no es más que amor. La amistad no es más que amor.”
Si queremos ser fieles herederos de ese valor fundamental que es el amor, se ha de desterrar como amenaza al alma de la República y como contrario al verdadero patriotismo, todo lo que niegue al amor o cultive sentimientos que destierren el amor. En este sentido, la lucha de clases, uno de los fundamentos de la filosofía que inspira al actual sistema político reinante en Cuba, es contraria al amor, a la convivencia, a la amistad cívica. Enfrentar a unos cubanos contra otros por pensar diferente, por hablar la verdad, por manifestarse pacíficamente, es un verdadero atentado a los valores fundacionales de la nación cubana.
En efecto, no se trata en esta reflexión solamente de una opción política, o de estar a favor o en contra de una ideología, ni siquiera se trata de una discrepancia filosófica. Se trata de herir, dañar, matar el valor principal y fundacional de la nación. Se trata de desconocer el alma cubana, el sello de nuestra identidad nacional.
“La fórmula del amor triunfante” que Martí propuso inscribir alrededor de la estrella solitaria de la bandera cubana, y que se desglosa en estos dos términos o factores complementarios y multiplicadores: “Con todos y para el bien de todos”, es decir: con total inclusión y para la búsqueda del bien común, es el cimiento de la República de Cuba. Todo lo que cultive el odio, lo que fomente la lucha de clases, lo que enfrente a unos cubanos contra otros, los que realizan actos de repudio, los que golpean, reprimen, condenan, y fomentan la violencia, no están defendiendo una ideología o un sistema político que sea compatible con el proyecto de nación de Varela y de Martí.
Estamos viviendo en la peor crisis de la historia de Cuba. Estamos en un grave peligro de desintegración nacional. No solo porque sea el final de una etapa histórica, ni siquiera porque sea el fenecer de un tipo de sistema político, ni la decadencia de una ideología. Pero miremos en profundidad. Todo esto concurre, pero la esencia del mal que estamos viviendo en Cuba va más allá, es más profunda y abarcadora: se trata de que está en peligro de degeneración radical el alma, la identidad y la esencia de la cultura cubana.
Propuestas
Ante este peligro sin precedente ningún cubano de convicción debería quedarse inmóvil. No se confunda diversidad de opciones políticas o diferencias ideológicas, o elección de un sistema económico o social, con la lesión contra la naturaleza humana y aún más contra la esencia ética de la nación cubana.
No nos paralicemos en la queja inútil, es hora de propuestas que rescaten el espíritu de la República. Es hora de viajar nuevamente a las raíces y beber de su savia redentora y vivificadora:
- Rechacemos todo aquello que vaya contra el valor supremo del amor: el odio entre cubanos, el cultivo de la violencia, los actos de repudio, la represión por pensar diferente, la mentira como modo de vida, el fusilamiento mediático y la invasión en la vida privada, la desintegración infligida desde la ley a la viuda de la familia, los códigos penales que castigan los derechos y libertades fundamentales de la persona humana. Denunciar el odio es salvar a la nación.
- Propongamos que el amor, la virtud, la amistad cívica y la convivencia fraterna sean los cuatro pilares de la nación cubana como la pensaron y construyeron nuestros padres fundadores.
- Enarbolemos el amor frente al odio, la reconciliación frente a la lucha de clases, la tolerancia frente al fanatismo, y la verdad frente a la mentira institucionalizada.
- Que nuestro sistema de educación tenga como médula lo que deseó Martí: “El amor es el lazo de los hombres, el modo de enseñar y el centro del mundo”.
- Que el racero y el criterio para juzgar una ley, un código, una campana, la justicia de un proceso o la orden de una autoridad sea si está a favor del amor o a favor del odio, recordando siempre esa sentencia de Martí: “La única ley de la autoridad es el amor.”
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia.