Amor en tiempos de ETECSA

A Lucía nadie le recarga el teléfono y tiene que agregar a sus gastos un presupuesto que supera sus posibilidades para mantenerse comunicada con sus hijos. Pero si a Lucía alguien, por error, le recargara, lo recibiría con más alegría que si le hubiesen dicho “te amo”.
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LA HABANA - A Lucía nadie le recarga el teléfono y tiene que agregar a sus gastos un presupuesto que supera sus posibilidades para mantenerse comunicada con sus hijos. Pero si a Lucía alguien, por error, le recargara, lo recibiría con más alegría que si le hubiesen dicho “te amo”.

Y no es que este personaje ficticio, que pudiera llamarse Lola, Lucrecia, Fernanda, Amanda, Yusleydis, Micaela, Maritza u Odalys, no tenga sentimientos, es que mantenerse comunicada también puede ser una necesidad de primer orden.

Hablar de amor en los tiempos de Etecsa es complejo.

Es más fácil sentarse a mirar, y de paso disfrutar, cómo algunos piden mientras otros deciden si ayudan o no; o juzgar cuál fue la decisión de las últimas elecciones que no derrocaron un régimen sin analizar que por muy alto que se dijera No, el fraude y el totalitarismo, existen; o no preguntarse ¿Por qué Etecsa promueve sus ingresos desde afuera para que gasten los de adentro?

Nadie tiene la obligación de ayudar, pero tampoco el derecho de juzgar.

De los que juzgan, ¿cuántos se han preguntado cuál es el número de personas que se gestionan su propio saldo a través de los talleres de celulares que recogen números para recargar desde cuentas del exterior que no se sabe a quiénes pertenecen?

Y Etecsa ahí, mirando. Etecsa, la única porque no tiene competencia. Etecsa, la omnipotente porque lo mismo gestiona la telefonía móvil que el acceso a Internet. Etecsa, la garrotera que, si no estás ingresando saldo constantemente, en un año te bloquea la línea y que, además, está convencida, que aunque le pagues, te está haciendo un favor. Etecsa, el mayoral de los 5 millones de usuarios a los que castiga si la utilizan para hacer campañas en contra de su dueña, la Revolución.

Cada una de estas mujeres imaginadas tienen más de un motivo para recibir la recarga con entusiasmo.

Lola, por ejemplo, la necesita para buscarse un novio; Lucrecia cambiar el saldo principal por dinero y sobrevivir; Fernanda, siempre termina sin saldo porque se lo va pasando a otros de su familia que no reciben nada; Amanda y Yusleydis, les sirve para trabajar: la primera vende ropa y sus clientas la llaman; la segunda, cuida niños y no tiene teléfono fijo; y el resto, puede que simplemente para decir que tienen dinero, para perder el tiempo, sentirse seguras, para casos de emergencia, para llamar a una amiga, apostar en la bolita y nada de eso significa que sean vagas o que no se lo merezcan.

¿Quién se pregunta cuánto tiene que caminar Amanda para vender una muda de ropa? ¿y cuánto gana en cada pieza? ¿cómo Yusleydis mantiene la casa limpia y en condiciones para que ningún inspector le cierre el negocio? ¿quién calcula el desespero de Lucía cuando no tiene saldo y no ha podido localizar a su hijo adolescente?

No hay método para medir el miedo o el esfuerzo ajeno, pero sí podemos medir cuántas condicionantes le ponemos a la ayuda que brindamos o cuántas horas del día nos pasamos juzgando a los demás. Y mientras, quien dice Etecsa, dice el gobierno, los funcionarios, el fraude y la nueva Constitución, alimentándose del desespero de unos y de la desunión de todos.

Entonces, si decide recargar, lo mismo a Lucrecia que a Odalys, Vicente o a Adrian, desee que, al menos reciban el saldo con una sonrisa, con amor, y quizás esas mismas personas un día la llamen y le digan que se cansaron de aguantar, que se les acabó el miedo, y que van a hacer algo para que Cuba cambie pronto.

Recargar celular en Cuba, ETECSA
Ilustración: Rolo Valdes - "Una recarga vale más que un te amo"

 

Escrito por María Matienzo Puerto

 

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