Ricos y pobres en el "Edén" comunista

Al centro comercial Flores lo abastecieron con productos en falta y mucha gente acudió a comprar, pero algunos 50 veces más que otros
Ricos y pobres en el "Edén" comunista
 

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Al centro comercial Flores lo abastecieron con productos en falta y mucha gente acudió a comprar, pero algunos 50 veces más que otros. Mayda, madre soltera de dos niñas en edad escolar, supo que habían sacado “perritos” y fue de las primeras en la cola.

“Con los perritos resuelvo la proteína del almuerzo en la escuela para la semana. Compré dos paquetes porque el dinero no me alcanza para más. También compré una colcha de trapear, detergente y puré de tomate, la última caja, porque un hombre llegó con un carro antes de mí y arrasó el estante. En esas boberías se fue casi todo el salario”.

Esterbina, oficinista en la empresa Aguas de La Habana, también se quedó con los bolsillos medio vacíos. Su abuela está en silla de ruedas y ella le regala maltas cada semana.

“Es uno de los pocos alimentos que tolera y un gusto que quiero darle. Cada malta cuesta 60 centavos aquí en la tienda; en las cafeterías particulares las venden a un CUC, por eso vengo hasta aquí, a pesar de la cola. No puedo excederme en los gastos. Sacaron paquetes de pollos, a siete CUC, pero ahí no llego. En las maltas gasté gran parte de lo que gané esta semana”.

Después de Palco, el mercado de Flores es el más grande de esta zona del oeste de La Habana. La noticia del abastecimiento atrajo a los cuentapropistas, que detuvieron la cola durante horas porque compraban por cantidad. La cajera tenía que contar uno a uno cada producto y luego el dinero, que era por mazos.

 

Dos señoras de mediana edad que parecían hermanas, acompañadas de un hombre que las ayudaba con la carga, detuvieron 45 minutos la cola con sus  carritos llenos. La cajera enumeró 80 paquetes de perritos, 20 cajas de maltas, 30 paquetes de pollo, 12 cajas de cerveza… y otros muchos productos con su respectivo conteo del dinero, que era en CUP y hacía más dilatada la espera.

Una de las hermanas sacaba fajos de billetes de un bolso y se los daba a la cajera. Con una calculadora hacía la conversión de CUC en CUP y contaba los billetes, todos de 50 y de 100.

Cada vez que la cajera decía la cifra de la conversión, “1700, 2000, 2900 pesos”, en la cola gente como Wilson, que venía por un paquete de pollo y un puré de tomate, se estremecían. También con la propina que dejaron las hermanas en la caja: un billete de 10 CUC.

“Fue una vergüenza cuando llegué a la caja y  pasaron mis siete maltas”. “No demoré un minuto, después de esperar una hora por aquellas hermanas”, declaró Esterbina con rostro contrariado de camino a casa.

Al salir, la cola se detuvo nuevamente media hora, por dos extranjeros que hacían la compra del mes: una hilera de carros repletos, que ridiculizó en la cola a gente como Wilson, con su paquete de pollo y el puré. “Deberían existir tiendas para esa gente”, dijo, “así no se afectaría al pueblo”.

Había perdido toda una mañana en una simple compra, en cambio se iba a su casa con un descubrimiento: el reconocimiento de la desigualdad. Él, que desde su visión comunista pasó la vida negando que existiera, en lo adelante estaba obligado a vivir con esa verdad. Y tendría que resignarse.