Un cubano en Fuchu, la prisión más estricta del mundo

Iván Larreaga, un cubano radicado en Francia que pasó 3 años en la prisión de Fuchu, Japón, relató a ADN Cuba cómo es la vida en la cárcel más estricta del mundo
 

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La prisión de Fuchu, en Japón, tiene fama de ser la más aterradora del mundo. En ella las autoridades confinan a miles de convictos, no solo nipones, sino también extranjeros. Según diversos medios de prensa, la prisión de Fuchu es la cárcel más “efectiva” del mundo, debido a su estricto reglamento, por las técnicas que utilizan para reeducar a los presos, la alimentación, los horarios, y otros aspectos.

Iván Larreaga, un cubano de nacimiento e inmigrante por naturaleza (según se cataloga él mismo), fue a vivir a los Estados Unidos en el año 1994, durante la llamada crisis de los balseros, pero “por vueltas de la vida”, tuvo que cumplir una condena en 1997 de 3 años, 8 meses y 11 día en la prisión de Fuchu.

“Hasta donde sé, soy el único cubano que ha pisado la cárcel más estricta del mundo”, cuenta a ADN Cuba. “Allí todo es milimétrico, todo tiene que ser según lo establecido en los estatutos de la prisión. Me pasé todo el tiempo de mi condena sin poder caminar porque allí no se camina, más bien se marcha y a veces hay que correr”, recuerda.

“Había veces que pensaba que estaba pasando el Servicio Militar en Cuba, o que estudiaba en una escuela para cadetes. Pero te soy sincero: aprendí mucho”, reconoce Larreaga.

El hombre cuenta que le fue muy difícil aprender lo básico del japonés. “No entendía nada de nada los primeros días. Cuando llegué me pelaron al número más bajo que tenía la máquina de pelar, me dieron la ropa y me confinaron en una celda. Ahora no recuerdo el número.

“Después de varios meses, ya había aprendido cuando me decían que tenía que marchar, correr, o sentarme. Todo es muy psicológico allá adentro, aunque nunca vi una pelea entre reclusos, ni sangre, ni a los guardias tratando mal a nadie.

“Todo está hecho para que mejores tus relaciones personales – relata—. Allí adentro aprendí a hacer sillas de madera, a pintar, aprendí inglés y francés, además del japonés. Además, me enseñaron a reparar carros, y actualmente eso es lo que hago en Francia, que es donde vivo actualmente”.

Según Larreaga, la alimentación en la cárcel de Fuchu es buena. Se come la comida tradicional japonesa, con muchos carbohidratos. “Te puedo decir que allá adentro comí mejor en esos tres años, que en los 34 que viví en Cuba”, aseguró.

 

 

“Donde más mal la pasaba era en la celda. Cuando terminábamos el trabajo nos llevaban a las celdas donde teníamos un televisor, una cama, un lavabo, y una ventana. Pero me sentía mal porque era donde me sentía más solo. Las celdas de los presos extranjeros eran personales, pero la de los japoneses sí eran como para cinco o seis reclusos”.

Fuchu es la institución penitenciaria que acoge al mayor número de presos extranjeros en Japón.

“También teníamos tiempo de recreación después del almuerzo. En total ocho minutos para jugar ajedrez, ver TV, leer las noticias, pero todo era en voz baja, no se podía hablar, y cuando terminaban esos 8 minutos, que contaban con un reloj, volvíamos al trabajo hasta la tarde”, cuenta Larreaga.

“No podíamos caminar, había que marchar, y al hacerlo teníamos que hacer un ángulo de 90 grados en los brazos. Teníamos que tomar distancia del preso que teníamos delante. Al principio fue muy duro, pero ya después te adaptas, porque hay otras cosas que compensan esas cosas a las que no estás acostumbrado.

“La prisión es muy estricta en todos los aspectos, hasta en lo que menos te imagines, pero tienes que mirarlo por el lado positivo. Es una oportunidad que te dan para que aprendas que hay cosas que hacen daño a la sociedad y te enseñan que si lo haces, tienes que pagar por eso”, comentó.

A Iván lo condenaron por transportar marihuana en su estómago. Lo habían contratado para llevar 200 gramos desde Estados Unidos a Japón. Como pago recibiría 1 500 dólares.

“Cuando acepté hacer esto fue porque estaba acabado de llegar de Cuba y mi situación no era la mejor que digamos; necesitaba el dinero, pero me cogieron entrando a Japón y paré en la condena”.

A pesar de lo estricta que fue la cárcel, Larreaga considera que “fue triste” cuando acabó su condena. “No la pasé mal porque aprendí”, sostiene.

El objetivo de la prisión de Fuchu es rehabilitar a los reclusos para que puedan integrarse nuevamente a la sociedad. La manera en que ejecutan esa rehabilitación es a través de la disciplina estricta.

 

 

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