Llega a las librerías el más reciente libro del intelectual cubano Carlos Alberto Montaner . En la solapa de estas Memorias, el autor declara “Llegó la hora de recapitular. Hay que ir haciendo las maletas.
Desaparecer es una actividad ingrata que solo se justifica porque es la única prueba irrefutable de que hemos vivido”. Y aun cuando luego anuncia una serie de proyectos intelectuales en gestación, la obra se convierte en un buen pretexto para repasar una vida rica en hechos, legados y esperanzas, típicos de los hombres políticos del siglo XX.
La obra atrapa, por varias razones. Revela las diversas facetas del autor: el intelectual público, el activista cívico, el gestor cultural, el empresario, el esposo y padre. También repasa los disímiles escenarios -desde Cuba a Puerto Rico, de Miami a Madrid- donde transcurre su obra. Y lo logra sin saturar o aburrir al lector con lugares comunes o panfletos: preserva la frescura de la narración, salpicada de humor criollo sobre situaciones hilarantes y anécdotas curiosas detrás de acciones propias o ajenas. Una historia que permite ser seguida como un largo viaje en primerísima persona, sin olvidar a quienes le acompañaron o conoció en siete décadas de vida. Recorrido responsable y autocrítico por lo que hizo y generoso con quienes estuvieron a tu lado en buenas y malas, en elecciones y sinos impuestos.
Armando Chaguaceda/ACH: Carlos Alberto, has conseguido volcar tus memorias en un libro que, pese a la seriedad de los temas que lo atraviesan, resulta generoso para con la condición humana. Y comienzo con una pregunta. Tu vida ha estado llena de cambios rápidos y radicales: el escape del presidio en Cuba, la reconversión académica en EU y Puerto Rico, el emprendedurismo en España, el lobby político internacional. ¿Cuanto atribuyes al azar o a algún rasgo de tu personalidad y entorno, de esos eventos de larga huella?
Carlos Alberto Montaner (CAM): Por supuesto, a una combinación entre el azar y lo que llamas “personalidad y entorno”, que es una mezcla de genes, crianza y rasgos sociales. El respeto por las actividades intelectuales estaba dado en la familia. Crecí en ese medio. Mis padres me alentaban en esa dirección. Intuitivamente utilizaban los “refuerzos positivos”. Recuerdo a mi padre felicitándome efusivamente cuando yo tenía 5 o 6 años por alguna pendejada que había dicho. Me subió a un taburete para que la repitiera. Pero el carácter emprendedor venía impulsado por la sociedad.
No olvido que a los 14 años de edad tenía en la cabeza desarrollar una línea de cosméticos envasados en potes de barro. Sigo pensando que era una buena alternativa a la ausencia de envases y para crearle a la empresa un estilo. La idea no la desarrollé, pero acaso servía para ilustrar un rasgo de la Cuba anterior a la catástrofe revolucionaria: esa sociedad alimentaba secretamente a los emprendedores. Eso explica por qué, dentro del contexto latinoamericano, Cuba estaba muy bien.
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ACH/ En el libro, siendo el balance de un liberal del siglo XX -y de un protagonista de la lucha contra el comunismo realmente existente- me habría gustado leer más tus reflexiones y aportes a la comprensión ilustrada de esa gran disputa que marcó todo el orbe por casi un siglo. Sé que eso correría el riesgo de convertir tu obra en un tratado, pero creo que podrías haberlo logrado sin sacrificar el testimonio personal. Y creo que a muchos jóvenes -y otros no tanto- les habrían hecho bien escucharte. ¿Cuánto crees ha marcado la Guerra Fría tu vida y visión?
(CAM): Naturalmente, soy un guerrero de esa “Guerra fría”. Nací en 1943, poco antes de que se desatara tras el fin de la Segunda Guerra mundial . Mi generación tuvo una visión muy positiva de Estados Unidos por la derrota del nazismo. La primera información directa de “Guerra Fría” que conocí fue un largo reportaje sobre la revuelta en Hungría aparecido en Bohemia a fines de 1956. Entonces creí entender que la URSS y el comunismo eran los ‘malos’. Con los años descubriría que aquella intuición era correcta.
En 1959 Fidel Castro y un pequeño grupo de comunistas nos metió en la Guerra Fría y no hemos podido zafarnos desde entonces. Eran colectivistas y lo pusieron todo patas arriba. Ya no creen en los disparates que entonces sostenían, pero no lo admiten porque no quieren perder el poder ni compartirlo. Si hay una grupo que ha hecho suyo el bárbaro dictum español de “sostenella y no enmendalla” es el fidelismo.
Andando el tiempo, hace pocos años, publiqué Tiempo de Canallas, una novela sobre el episodio capital de la Guerra Fría en el terreno intelectual: el enfrentamiento entre los soviéticos y los norteamericanos por la dirección del mundo occidental. Esa batalla se concretó en dos bandos: el de los “Congresos por la Paz”, dirigido tras bambalinas por los servicios secretos soviéticos, y el de “Congresos por la libertad de la cultura”, financiados clandestinamente por la CIA. Aunque Willi Münzenberg ya había sido asesinado por órdenes de Stalin en 1940, sus directrices fueron las que se utilizaron en la campaña propagandística de presentar a la URSS como “amante de la paz” y a Estados Unidos como una mezcla de desorejados intereses económicos y falta de escrúpulos. Los excomunistas como Arthur Koestler, junto a liberales como Salvador de Madariaga, llevaron adelante la necesidad de libertad que caracterizaba a Occidente.
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ACHN/ Llama la atención tu comprensión sobre el rol de los socialdemócratas en una democracia, así como ciertos elogios sobre los anarquistas que conociste en tus años en Cuba. Siendo un liberal confeso, ¿no encuentras alguna contradicción entre esa postura y la que sostiene un sector del anticomunismo en las Américas?
(CAM) Yo fui socialdemócrata, como lo era casi toda Cuba antes de 1959. No fue hasta mi contacto con España, y especialmente hasta ver y participar en la transición española a partir de 1975, cuando descubrí el pensamiento liberal. Ni siquiera había oído mencionar a Hayek o a Mises. En el 2018 dicté una charla ante RELIAL en Santo Domingo, que es la organización liberal de América Latina, para explicar que nuestros enemigos no son los socialdemócratas, los democristianos, los conservadores o los libertarios, sino quienes no creen en la subordinación de todos ante la ley. Y en los principios rectores de la República: la división de poderes, la transparencia en los actos de gobierno, la democracia representativa, y las elecciones plurales, limpias y periódicas para que pueda suceder el relevo generacional.
Nuestros enemigos son los totalitarios: comunistas, nazis, fascistas. Nuestro enemigo es el nacionalismo y el militarismo. Todos los que no creen en la democracia liberal y se acogen a ella como una vía para llegar al poder, como hicieron Hitler, Mussolini y, en nuestro continente, Hugo Chávez y Daniel Ortega. Por eso me parece bien que el liberalismo sea un grupo que unas veces les presta su concurso a los socialdemócratas o a los democristianos, como ocurrió en la Alemania de Helmut Kohl, o la forja de una gran coalición entre los democristianos y los socialdemócratas como la conseguida por la señora Ángela Merkel en ese país. La discusión del presupuesto es importante, pero no decisiva. El problema no es el porcentaje del PIB que se asigna al gasto social. Eso es discutible. Cualquier error que cometan los partidos vinculados a la gran familia de la democracia liberal es enmendable dentro del sistema, como se vio durante la década larga que gobernó Margaret Thatcher. Pudo revertir algunos de los excesos de los laboristas.
ACHN/ Tu familia está presente a lo largo de la obra. Sea enfatizando el rol decisivo y estabilizador de Linda o el orgullo por tus hijos. ¿Cuánto ha pesado tu familia en tus opciones de vida? ¿Cuál crees sea el precio pagado por tu presencia pública? ¿Cómo has podido conciliar tu militancia activa -militancia que a menudo nos forja ideas rígidas sobre el orden y el mundo- con un clima para educar en libertad a tu descendencia?
(CAM) Mi familia es una especie de anclaje en la vida. Conocí a Linda a los 14 años. Nos casamos a los 16. Llevamos 60 años de casados. Hemos pasado por Estados Unidos, por Puerto Rico y por España, pero a todos nos ha permitido estar tranquilos tener la certeza de que la pareja y la familia estarán siempre firmes. Francamente, Linda jamás se ha negado a acompañarme, aunque no siempre ha estado de acuerdo y me lo ha comunicado. Las quejas de mis hijos tienen que ver con la falta de autoridad, no de lo contrario. Quizás tienen razón, pero si crees, como es mi caso, que uno no debe imponerle nada a nadie, porque la libertad consiste en tomar tus propias decisiones aunque te equivoques, debes atenerte a ese principio.
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ACHN/ Por ti conocí el término asesinato de la reputación, mismo que aparece en varios momentos del libro. ¿Qué impacto ha tenido en tu vida? ¿Cómo lo has enfrentado?
(CAM) Es una técnica que consiste en no discutir los temas que te plantean los adversarios, sino en tratar de destruir al adversario mismo. Es lo que los tratadistas de retórica llamaban argumentos ad hominen. “Calumnia, que algo queda” es la fórmula que utiliza el aparato de difamación. Me han acusado de ser agente de la CIA, organismo que supuestamente me sembró en Puerto Rico para combatir la independencia, y luego me trasladó a España para otros fines oscuros. Me han acusado de poner bombas en los cines en Cuba al servicio de la Embajada de Estados Unidos, y de ser cómplice en el asesinato del jesuita Ellacuría en El Salvador. En el colmo de las mentiras me asociaron a la señora que acusa a Julián Assange de violación en Suecia. No tienen ningún escrúpulo en mentir.
Afortunadamente, casi nadie les hace caso. Mi fórmula para enfrentarme a estas mentiras es ignorarlas y continuar escribiendo y denunciando con la mayor firmeza. Una vez en Madrid, en el Ateneo, la embajada cubana aprovechó la presencia de unos comunistas portugueses para acarrearlos a gritar consignas a mi conferencia. Me gritaban “asesino”. Cometí el error de preguntar en voz alta “¿asesino de quién? Inmediatamente, el coro respondió “asesino de niños”.
ACHN/ Tu obra intelectual combina géneros, temas y momentos cruzados de tu historia personal y de las sociedades iberoamericanas. En tus memorias haces referencia al gusto por la ficción, al que no has podido dedicar todo el tiempo que habrías querido. ¿Puedes ahondar sobre el particular?
(CAM) Me hubiera gustado dedicar más tiempo a la ficción. Mis dos primeros libros de cuentos nada tienen que ver con Cuba: Póker de Brujas e Instantáneas al borde del abismo. Poco a poco, fui desarrollando un cierto gusto por la ficción basada en la historia. Casi todas mis novelas, a partir de Perromundo, son ficciones históricas. Es decir, hay ciertos hechos incontrovertibles, por ejemplo un barco de guerra que estalla en la bahía de La Habana en 1898 y da pie a la guerra Hispano-Americana. ¿Qué sucedió? Hay cien hipótesis. Yo elijo una, la de que lo volaron los anarquistas, pero hay que crear personajes e imaginarse una trama.
ACHN/ En una suerte de manual de psicología del exiliado, el libro asoma la compulsión por no fincar raíces -e ilusiones y lazos humanos- en otros lares. Aparece cierta sensación de abandono -al ser agnóstico- y desarraigo -no ser de aquí o de allá- acompañando tu vida. ¿Es mera percepción de lector o algo hay de eso en tus memorias?
(CAM) Tal vez no sea ex profeso, pero sí hay algo de eso. El desarraigo es parte de la vida de cualquier exiliado. Especialmente de los que quieren regresar a una nación diferente. Al mismo tiempo, ser agnóstico no facilita las cosas. Decía Enrique José Varona que ser agnóstico es la manera menos agresiva de ser ateo. Yo no sé. Me declaro incapaz de creer, y eso no es sencillo. Mis compatriotas que creen tienen la esperanza en una vida más allá de la muerte. A mí eso me está vedado.
ACHN/ Por último, siendo ADN Cuba uno de los nuevos medios alternativos que están impulsando y leyendo los jóvenes cubanos, ¿querrías compartir alguna reflexión, emanada de tu vida y de estas memorias, con los lectores?
(CAM) Sólo les diría que el final de la dictadura está próximo. Yo no lo veré, pero vendrá. Cuando llegue, piensen que es mejor la amnesia que buscar la justicia a como dé lugar. Viví la transición española y fui testigo de cómo una sociedad puede olvidar los agravios para salvar el futuro. El pasado ya lo echamos a perder.