Por qué el año no termina realmente a la medianoche del 31 diciembre

Asumir que el año termina a la medianoche del 31 de diciembre y empieza el 1 de enero es una construcción social, una definición que se hizo en un momento de la historia. La verdadera historia es más compleja e interesante.
Fin de año
 

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Brindis y uvas, bailes, resoluciones y rituales… la medianoche del 31 de diciembre es un momento de festejo, esperanza y recuento para millones de personas en todo el planeta.

Es el último día del calendario gregoriano, el patrón de 365 días (más uno en bisiesto, como 2020) que ha regido en Occidente desde que se dejó de usar el calendario juliano en 1582.

Su paso celebra el fin de un ciclo que ha marcado las cuentas del tiempo para diversas culturas desde hace milenios: una vuelta completa de la Tierra alrededor de su estrella.

Sin embargo, la fecha en la que comienza y termina un año no tiene su base en la ciencia, sino que es una convención, o sea un sistema, a la larga, "inventado".

Asumir que el año termina a la medianoche del 31 de diciembre y empieza el 1 de enero es una construcción social, una definición que se hizo en un momento de la historia.

Dado que la base para la medición de un año es el tiempo que tarda la Tierra en darle la vuelta al Sol, el conteo de cuándo empieza y termina ese ciclo puede ocurrir, en la práctica, en cualquier momento.

Desde el punto de vista astronómico, no ocurre nada especial el 31 de diciembre para decir que es ahí donde termina el año ni ocurre nada especial el 1 de enero para decir que ahí es cuando comienza.

La duración exacta que le damos al año de 365 días (o 366 en los bisiestos) es otra convención social.

Desde que fue introducido por el emperador Julio César en el año 46 a. C., el calendario juliano sirvió para contar el paso de los años y la historia en Europa hasta finales del siglo XVI.

Sin embargo, desde entrada la Edad Media, varios astrónomos se dieron cuenta de que con esa manera de medir el tiempo se producía un error acumulado de aproximadamente 11 minutos y 14 segundos cada año.

Fue entonces cuando en 1582 el papa Gregorio XIII promovió la reforma del calendario que usamos hasta el día de hoy e introdujo los bisiestos para corregir los errores de cálculo del calendario juliano.

Hay otra cuestión, y es que, aunque tenemos esos cálculos, no todos los años duran lo mismo, no tienen la misma duración cada vez. Si bien los astrónomos han tratado de calcular con precisión a través de los siglos el tiempo que tarda la Tierra en darle una vuelta al Sol, existe un problema básico que les impide obtener un número definitivo.

Hay que tener en cuenta que la duración de los años nunca es igual debido a que en el Sistema Solar todo cambia. Tomemos el año anomalístico: mientras la Tierra se mueve alrededor del Sol, el perihelio cambia como resultado de la acción gravitatoria de otros planetas, como Júpiter.

Algo similar ocurre con el llamado año trópico medio, que mide el intervalo de tiempo entre dos pasos consecutivos del Sol por el punto Aries o equinoccio de primavera, o con el sideral.

El año trópico medio también cambia, dado que depende del eje de la Tierra, que está torcido. Es como un trompo que va balanceándose. Entonces, la fecha y el momento del equinoccio también es diferente.

Y si comparamos cuánto duraba el año sideral en 2020 con cuánto duró en el 1300 seguramente notaremos una diferencia. Siempre estaría en torno a los 365 días, pero no sería la misma duración exacta, porque el movimiento de la Tierra no es siempre el mismo.